Taiwán, por ejemplo
CUANDO LA PATRIA SOMOS TODOS
Bastaron unas horas en el centro de Taipéi para confirmar nuestra vieja sospecha, mil veces compartida con ustedes en este Bulevar: Lo que salva a un pueblo de la barbarie y lo acerca a la civilización es la educación. Ese sentido israelí de “La Patria Somos Todos”. Pero, sobre todo, lo que más salva es la disciplina, el orden, eso, un bendito régimen de consecuencias que sólo tenga como límite la Constitución y sus leyes. Ni el partido, ni el Colegio de lo que sea, (médico o de abogados), ni el CONATRA ni el FENATRADO correspondiente, ni el “tigueraje” full tan sublevado, ni el CONEP y los industriales –tan exencionados ellos–. No. Sólo la Constitución y poco más, es decir, casi todo. Así se compone un son y sobrevive y avanza un país. Tal que siete días y unas noches no fueron suficientes para encontrar en uno de los países con mayor número de conductores de motocicletas, uno solo de ellos sin el casco protector que manda la ley. Es solo un ejemplo, un detalle sí, pero de pequeños buenos ejemplos, del buen comportamiento por educación, respeto, tradición o represión, se crea un país de ciudadanos responsables y no de viles votantes, que esperan que un gobierno, Dios, Buda, el Che o un rico bueno hagan por ellos, lo que ellos no hacen por ellos ni por nadie, según el cardenal Cabral.
OTRA FRONTERA IMPERIAL
Frontera imperial como nosotros, Taiwán ha sabido, ha logrado sobrevivir con éxito a los malos juegos de la historia y a las bromas crueles de los imperios que convierten las naciones en piezas de dominó de sus poderes. A Taiwán, la China Comunista le envío un limón y el pueblo taiwanés hizo una limonada, de “tripas se alimentó el corazón” y así ha sobrevivido a partir de muchos atributos, donde uno sobresale especialmente: el del trabajo duro como forma de vida, como forma de ser y sobre todo como única forma de merecer. Y ahí está. Así, en el duro trabajo que acompaña una disciplina guerrera y una humildad confuciana se templa el acero popular de Taiwán. Un pueblo ejemplar del que mucho podemos y debemos aprender los dominicanos. Con mulatas de buen ver y un son de Víctor Víctor “entre azules de mar”, ay, Taiwán sería el país perfecto, con perdón.
EL APRENDIZAJE NECESARIO
Como aprendizaje primero estaría el de la humildad y la vocación de servicio de su gente, y la racionalidad y frugalidad de sus gastos, los de su gobierno. Por ejemplo, llamó especialmente mi atención que, saliendo de un almuerzo con el afable vicecanciller don José María Liu, y mientras esperábamos en la entrada del ministerio la llegada de nuestro vehículo, vimos salir a un señor acompañado de alguien más, que raudo se dirigía a su auto. Era el mismísimo señor don Canciller de la República que se dirigía a abordar un Toyota Camry que es el auto que el Estado le asigna a los ministros más importantes. O sea, que con lo que cuesta la jeepeta que el empobrecido Estado dominicano asigna a uno de sus viceministros (de quinta categoría porque no hay sexta), se pudieran comprar tres automóviles para su Excelencia el canciller de Taiwán. Al vernos asombrados, el Canciller nos saludó con curiosidad y afecto. Minutos después vimos salir al vicecanciller Liu. Su vehículo oficial: un Nissan Altima. Sí. Leyó bien. Un Nissan Altima.
“TODA UNA VIDA”. BOLERO
Durante más de 76 años, la República de Taiwán ha acompañado a la República Dominicana en su proceso de desarrollo. Lo que comenzó en los años sesenta con el doctor Yin-Tieh y sus estudios sobre nuevas técnicas de cultivo y creación de nuevas variedades de arroz en los campos de Bonao, ha sido ampliado a todas las áreas fundamentales para nuestro progreso como nación. Desde la salud, con el reciente apoyo a los centros CAID, del Despacho de la Primera Dama, a la seguridad ciudadana a través del amplio apoyo económico al sistema 9-1-1-, o la educación de adultos en el INFOTEP, o la energía fotovoltaica o la sanidad vegetal.
Sin embargo, más allá de sus aportes a nuestro desarrollo material, el mayor apoyo y la mejor oferta ha estado siempre ahí, pero hasta ahora, en casi 76 años, no acabamos de aprovecharla. Hablo de la verdadera gran riqueza de esa nación, que va más allá de su liderazgo mundial en productos de tecnología informática, especialmente en semiconductores, en computadoras o instrumentos oftalmológicos… Hablo de ese bendito sentido de “La Patria Somos Todos”, que ya dije. Ese sentirse parte de una nación a la que se venera y respeta con el comportamiento, y no sólo con las palabras que, separadas de los hechos, no sirven, “son palabras”. Volveremos con el tema. Con su permiso.