Sanidad a través de los afectos
El viernes pasado fui a ver a mi hermano mayor, Antonito. Tite para mí. Está medio enfermito y de licencia médica. Nada del otro mundo. Lo vi en una fotografía con mi hermano Manuel, con Chana y Manuel Andrés, y no lo niego, me preocupé. Desde hacía día tenía la inquietud y la necesidad de visitarlo. El semblante que tenía en esa foto me hizo poner de lado cualquier obstáculo que me impidiera ir a su casa. En mi interior sabía que más que un problema de salud, tenía un malestar de afecto. Otros de mis hermanos también lo percibieron. Julio me escribió desde Nueva York para que me cerciorara de que estaba mejorando. El viernes le di la sorpresa. Cuando me vio entrar a su habitación la emoción de los dos no podía ser mayor. Le dije lo mucho que lo he extrañado, los lunes y los viernes sobre todo, pues son los días que me visita. Las lágrimas se encargaron de dar respuesta a ese momento que me transportó a una ciudad fabulosa donde solo estábamos él y yo. La entrada esporádica de sus nietos llenaban de alegría el ambiente. Las atenciones de Tite, características de los Quéliz, me hacía olvidar que afuera había un mundo lleno de vanidad que no presta atención a los pequeños detalles, que no sucumbe ante el dolor ajeno y lo más importante: que no advierte que a veces la sanidad la dan los afectos. Con una gran satisfacción veía en él un rostro más alegre, un mejor ánimo y la firme convicción de que tiene una familia que lo ama. Fueron tres horas inolvidables las que pasé acostada con mi hermano hablando de todo, riéndonos y haciendo planes para cuando esté completamente sano. No desaproveché la oportunidad de decirle: “Ya te sanaste. Tú lo que querías era que yo viniera a verte”. Se rió, pero sin negar que eso era cierto. Es el mayor de los 14, y yo la número 13, pero lo gobierno. Aunque luego de pasar ese buen momento compatiendo un rico café y un sabroso chocolate con él, tuve que volver a la realidad del día a día, aprendí muy bien la lección: no importa cuán ocupado estés, debes proporcionarle a tu prójimo el bálsamo del afecto, pues al fin y al cabo es la mejor medicina para tratar los quebrantos.