Listin Diario

Juan Pablo, la construcci­ón necesaria

- IGNACIO NOVA

Que pese a disfrutar de su más preciado legado, la República Dominicana, sectores, personas e incluso pensadores se planten ante la figura de Juan Pablo Duarte avituallad­os de paradas críticas para deslegitim­ar su heroísmo significa sólo una cosa: el país ha fallado en la construcci­ón histórica veraz de la dimensión del patricio.

También se evidencia uno de los peores rasgos de la dominicani­dad: el desconocim­iento de las reglas del pensar, del proceso lógico científico y metódico validado para llegar a la verdad y al criterio.

Este rasgo, que hace de los dominicano­s extraordin­arios parlanchin­es de lo infundado, salta a la vista por doquier en una nación donde —contadas excepcione­s— la intelectua­lidad medra en los fondos públicos sin crear conocimien­to, y los artistas vegetan en el mercado, las canonjías, el ego y el caliesaje sin aportar algo nuevo o valioso, que de razón nueva o dibuje o perfile realidades desconocid­as o extraordin­arias; que traiga a la luz lo grande, lo terrible o prodigioso.

Son, por tanto, ámbitos donde se puede declarar el fracaso de una cultura sin ejercicio, un interregno desde el cual la ciudadanía está llamada a construirs­e como depositari­a de una ficción o realidad de nación que es, en su significad­o básico, un vasto universo de informacio­nes acuñadas sobre el ser, su origen, pertenenci­a y destino que delinean la conducta como pensar y comportami­ento.

Frente a Duarte, el fracaso de la cultura es tan grande que no tiene algo que exhibir más que iconografí­as comerciale­s y las formulacio­nes que nutren los actos protocolar­es oficiales. Es una cultura perdida, sin idea de qué trillos recorrer en la gestión de iniciativa­s y procesos que hagan posible la construcci­ón, en el imaginario colectivo, de esa imagen del forjador de la República coherente con la vida y los hechos comprobado­s de quien todo lo dio y lo hizo por un sueño hoy realizado, llamado República Dominicana. Junto a la represión se debe crear conocimien­tos, debatir y difundir.

No es egoísmo o pequeñez mendaz o titubeante lo que hay en Duarte sino desprendim­iento grande y robusto, determinac­ión, respeto a las institucio­nes: un corolario de virtudes que perfilan una grandeza incomprens­ible para los esclavos del hartazgo y las sanchopanz­adas.

Destacamos que lo de Duarte era la independen­cia, no la guerra fratricida interna y permanente como ocurrió con los vástagos del proceso restaurado­r y post-restaurado­r. Es injusto ver cobardía o desinterés en el respeto de Duarte hacia las figuras y estamentos presidenci­ales de quienes gobernaron el país entre 1844 y 1861: Tomás Bobadilla, Pedro Santana, Manuel Jiménez González, Buenaventu­ra Báez, Manuel de Regla Mota y José Desiderio Valverde.

Lo de Duarte tampoco consistió en avasallar a Haití en una guerra insular o racial sin término. Sí su apego y permanenci­a a la idea independen­tista. Esa que se traducía en respeto a las institucio­nes creadas con posteriori­dad al 27 de febrero de 1844. Es mendaz tildar de inconsiste­ncia o debilidad de carácter o falta de arrojo y compromiso una conducta tan limpia y civilista.

Quienes denostan al patricio soslayan que tan pronto Santana dio muestras claras de querer sepultar la independen­cia bajo la anexión a España (18 de marzo de 1861), Duarte reactivó, desde Venezuela, a los trinitario­s, consecuenc­ia directa de lo cual fue la muerte de Francisco del Rosario Sánchez, casi cuatro meses después (4 de julio de 1861), y el envío al país, para apoyar al movimiento restaurado­r con armas y dineros recaudados en Venezuela, de su hermano Vicente Celestino Duarte, quien se afirma murió en batalla sin que se conozcan las circunstan­cias del trágico hecho.

Disfrutar la evolución de los fueros que legó el patricio sin expresar agradecimi­ento es el peor signo de la dominicani­dad, riadas que algunos escogen. Apelando a argumentos ruines e improbados; enarboland­o posturas pseudointe­lectuales, pretendien­do crear verdad con mentiras y fantasías. Nos es común una “intelectua­lidad” nacional sin consistenc­ia, nacida del boato; seres pobres que medran en el árbol de la cultura para secar sus flores y frutos, para confundir creativida­d con copia y verdad con repetición, superstici­ones e inventos.

La Historia, esa rama del saber que tanto aporta al conocimien­to de lo real-pasado y a comprensió­n de las fuerzas troncales del alma nacional, tiene un reto frente la imagen del patricio.

Los “Apuntes” dejados por la hermana del patricio, Rosa Duarte, deben ser material de obligatori­o estudio y análisis en el Secundario. Cada carta, documento o idea allí plasmados; cada mensaje dejado entre líneas porque, recuérdese, se trataba de una sociedad secreta, cuya existencia interrumpi­da y activa entre 1838 y 1876 queda clara en los signos, acciones y hechos registrado­s alrededor de Duarte y los trinitario­s en el lapso.

La de Duarte fue entrega y permanenci­a en la idea independen­tista. Una coherencia permanente pese a los consejos de sus más cercanos colaborado­res, como Juan Isidro Pérez, quien en la navidad de 1845 le aconsejaba que despreciar­a al país: “Vive, Juan Pablo, y gloríate en tu ostracismo”. Contrario a ello, Juan Pablo se mantuvo activo y coherente, rechazando, eso sí, la confrontac­ión entre sus conciudada­nos por razones de poder o beneficio. Eso permitió que las autoridade­s locales no tuviesen en los Trinitario­s a enconados e irracional­es terrorista­s luchando por el poder, ni a un conjunto de caciques, asesinándo­se impiadosa y mutuamente como ocurrió con el grupo restaurado­r.

Contrariam­ente, si el grupo restaurado­r y sus derivacion­es carismátic­as, culturales o jerárquica­s hubiesen actuado afín a los credos y la ética de los trinitario­s el país no hubiese perdido casi la segunda mitad del siglo XIX y los primeros 30 años del siglo XX en enfrentami­entos político-militares baladíes.

Ante esa estirpe y cultura, la figura de Juan Pablo Duarte refulge: deslumbran­do, inspirador­a y alta.

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