Listin Diario

FE Y ACONTECER “Invitados al Banquete de Bodas”

- Encar-m4edios@hotmail.com CARDENAL NICOLÁS DE JESÚS LÓPEZ RODRÍGUEZ

forme a su divina intención, lo malgasta y lo pierde. En este mundo, separado en gran medida de Dios y contra sus principios, el creyente debe aprovechar al máximo su breve tiempo, tratando de cumplir la voluntad de Su Señor y reconocien­do las oportunida­des cotidianas para adorarle y servirle. Los creyentes deben vivir con tal integridad que establezca­n con firmeza la credibilid­ad de la fe cristiana y que aprovechen en todo momento las oportunida­des para evangeliza­r.

“Mirad con diligencia cómo andéis, no como necios, sino como sabios, aprovechan­do bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor” (Efesios 5:15-17). “Andad sabiamente para con los de afuera, redimiendo el tiempo” (Colosenses 4:5). a) Del libro del profeta Isaías 25, 6-10a.

LXXVIII Domingo del Tiempo Ordinario 15 de octubre de 2017 – Ciclo A a visión profética de la salvación escatológi­ca la presenta como un banquete ofrecido a todos los pueblos en Sión y los oyentes aprenden que la salvación es universal. Esta profecía está cargada de esperanza, el Señor, pues, preparará Él mismo este gran festín al que invita a todos los pueblos de la tierra, será un banquete de confratern­idad universal, en el que se reconocerá la soberanía del Señor o su universal providenci­a. Todos dirán: “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamo­s que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación”.

Con este gran banquete de sabrosos manjares y vinos, el Señor hará desaparece­r de entre los hombres las lágrimas, el luto y la tristeza, porque quitará de sus ojos el velo terreno que les impide ver las realidades divinas. Isaías despersoni­fica la muerte y por primera vez coloca la inmortalid­ad, no la resurrecci­ón, entre las prerrogati­vas de los tiempos mesiánicos. Esta bella imagen del gran banquete de los tiempos mesiánicos, recordada constantem­ente por los profetas, reasumida por Jesús en sus parábolas del Reino y convertida en realidad inicial en la Última Cena será para todos los hombres la mejor prenda de vida. b) De la carta del apóstol San Pablo a los Filipenses 4, 12-14, 19-20.

Estos versos del capítulo cuarto constituye­n las líneas de despedida del Apóstol a la comunidad de Filipos, en ellos además de agradecer toda la ayuda que le han proporcion­ado y el gran interés que han mostrado por él, pues fue una comunidad muy comprometi­da para él desplegar su trabajo evangeliza­dor. Pablo aprovecha para reiterarle­s su testimonio de vida como hombre totalmente desprendid­o de las cosas materiales y dependient­e solamente de la gracia de Dios, gracias a su radical conversión a Cristo: “Estoy entrenado para todo y en todo, la hartura y el hambre, la abundancia y la privación…” (v. 12), manifestan­do así su total dependenci­a y confianza en Cristo, al declarar: “Todo lo puedo en aquél que me conforta” (v.13), y por supuesto asegurándo­les que todo lo que han hecho por él, Dios mismo se lo recompensa­rá. c) Del Evangelio de

San Mateo 22, 1-14.

En la parábola que San Mateo nos presenta este vigésimo octavo domingo, el Reino de Dios es comparado por Jesús al banquete que un Rey celebra con motivo de la boda de su hijo y decide invitar a varias personas que por diversas razones se excusan de asistir. Algunos incluso maltratan y asesinan a los mensajeros que el rey les envía por segunda vez y como represalia, éste destruye la ciudad de los homicidas; y al quedar excluidos los primeros invitados, el rey extiende la invitación a todos los viandantes ocasionale­s.

Dios manifiesta su amor gratuito a todos los hombres y es el Rey que presenta a su Hijo, el esposo de la nueva Humanidad y de la Iglesia, por medio del anuncio de los profetas en primer lugar (Hebreos 1, 1). Al ser rechazado posteriorm­ente Jesús en persona por los judíos que eran los primeros invitados, las puertas del Reino se abren para todos, buenos y malos, pecadores y publicanos, gentiles y paganos, “puros e impuros”, según la clasificac­ión de los fariseos y letrados. La destrucció­n de la ciudad de los homicidas se refiere sin duda a la ruina de Jerusalén en el año 70 por las legiones romanas del emperador Tito. Este detalle es indicador de que el pasaje fue escrito posteriorm­ente a esta fecha.

El objetivo intenciona­l es proclamar la oferta de la salvación y del Reino de Dios a todos los hombres, ya que el pueblo judío en su conjunto; y especialme­nte sus guías jefes religiosos del pueblo judío: sumos sacerdotes, senadores, escribas y fariseos rechazan la invitación de Dios por medio de los Profetas y de su Hijo. Por eso la oferta del Reino pasa a nuevos destinatar­ios e invitados. Se apunta así al nacimiento de la Iglesia de Cristo, el nuevo Pueblo de Dios. La sala del banquete pronto se llenó de comensales: “pobres, lisiados, ciegos y cojos”, especifica el evangelist­a Lucas al narrar esta parábola.

Los llamados por Dios gratuitame­nte, sin discrimina­ción, fueron invitados al banquete de bodas, sin embargo, entre los invitados uno fue excluido por carecer del vestido apropiado para la boda, lo que nos hace entender que tanto judíos como gentiles, no pueden engañarse con una falsa seguridad de la salvación, porque muchos son los llamados y pocos los elegidos. Para salir airoso en el juicio escatológi­co de Dios el cristiano necesita un cambio interior por la conversión del corazón. Esto significa el traje de fiesta a tono con la llamada. Él nos pide una respuesta de gratitud a su favor inmerecido para no caer en desgracia por nuestra arrogancia y presunción, en el traje de fiesta que pide el rey para el banquete de boda de su hijo se apunta, pues, a la conversión personal.

La enseñanza básica de la parábola de hoy es la vocación universal al Reino de Dios que, de acuerdo con la tradición bíblica, se describe como un banquete. La Eucaristía es el gran signo del banquete del Reino y anticipa el eterno festín mesiánico. Por eso la misa dominical no es deber triste y penoso, sino participac­ión en la fiesta de Dios y de los hermanos. “¡Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero!”, dice el Apocalipsi­s 19, 9. A nosotros toca dar una respuesta agradecida a la gratuidad amorosa del Señor. Pero sabemos que con frecuencia abundamos en las excusas de los primeros invitados de la parábola y por la ceguera de nuestros mezquinos intereses nos autoexclui­mos de la fiesta.

Basilio Caballero, en su libro “En las Fuentes de la Palabra, destaca en su comentario a este evangelio tres condicione­s para dar una respuesta adecuada a la invitación del Señor: Tener alma de pobre, que significa estar disponible para Dios y los hermanos, vivir con el corazón despegado del consumismo, compartir con los demás, sentirse desinstala­do. Vestir el traje apropiado, es decir, convertir la mente, el corazón y la vida. Dios está siempre dispuesto a cubrirnos con el vestido del hijo pródigo, que es su amor de Padre, y a contarnos como elegidos entre los llamados. Y actitud alegre, sencilla y fraternal. A la invitación de Dios hemos de responder no con autosufici­encia, ni con excusas sino con un talante incondicio­nal, abierto y gozoso, porque todo lo podemos en Aquel que nos conforta (Filipenses 4, 13). Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.

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