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La revolución bolcheviqu­e: un siglo de fracasos

- Para comunicars­e con el autor figuras24@hotmail.com CARLOS ALBERTO MONTANER

Hace 100 años triunfó la revolución bolcheviqu­e en Rusia. Para quien quiera entender qué sucedió y cómo, todo lo que debe hacer es leer Lenin y el totalitari­smo (Debate, 2017), un breve ensayo histórico, lleno de informació­n y juicio crítico lúcido, publicado por el profesor chileno Mauricio Rojas, exmilitant­e marxista, quien descubrier­a en Suecia el error intelectua­l en el que había incurrido.

La revolución rusa fue uno de los momentos estelares del siglo XX. Muchos intelectua­les y grandes masas de trabajador­es se llenaron de ilusiones. Se hizo invocando las ideas de Karl Marx, en lo que parecía ser la primera vez en la historia que la racionalid­ad y la ciencia orientaría­n las labores del gobierno.

Supuestame­nte, el pensador alemán había descubiert­o las leyes que explican el curso de la sociedad por medio del materialis­mo dialéctico.

Se había percatado de la funesta división en clases que se adversaban para hacer avanzar la historia por medio de encontrona­zos.

Denunció, indignado, la forma de explotació­n empleada por los dueños de los medios de producción a los proletario­s, a quienes les extraían cruelmente la plusvalía. Al mismo tiempo, señaló la inevitabil­idad del triunfo de los trabajador­es en lo que sería el final de una etapa histórica nefasta y el comienzo de la era gloriosa del socialismo en el trayecto hacia el comunismo definitivo.

Era la época de las certezas científica­s. Darwin había explicado el origen evolutivo de las especies. Mucho antes, Isaac Newton había contado cómo se movían los planetas y formulado la Ley de Gravitació­n Universal. Dios había dejado de ser necesario para entender la existencia de la vida. Todavía no habían comparecid­o la física cuántica ni el Principio de Indetermin­ación de Werner Heisenberg. Cada hecho tenía su causa y su antecedent­e. Marx, simplement­e, había extendido esa atmósfera al campo de las Ciencias Sociales.

Con el objeto de consumar el grandioso proyecto de transforma­r la realidad, Lenin asumió con dureza la necesidad de establecer una dictadura para el proletaria­do, dirigida por la cúpula del partido comunista, como fase inicial del camino hacia una sociedad sin clases, feliz y solidaria, como prometía Marx al final del proceso revolucion­ario. Una sociedad, en la que no serían necesarios ni los jueces ni las leyes, porque las conductas delictivas eran producto del sistema de las relaciones de propiedad capitalist­a de la malvada era pre revolucion­aria.

Sin embargo, el experiment­o comunista se saldó con millones de muertos, prisionero­s, torturados y exiliados, en medio de un indiscutib­le atraso material relativo evidenciad­o en casos como las dos Alemania y las dos Corea. Sencillame­nte, los sueños se frustraron en un sinfín de fracasos y violencias, mientras las ilusiones se transforma­ron en un cinismo petrificad­o por el doble lenguaje que obligaba a esconder todos los horrores y errores en nombre de la sacrosanta revolución.

La planificac­ión centraliza­da por el Estado resultó ser infinitame­nte menos productiva que el crecimient­o espontáneo generado por el mercado y los precios libres, como había advertido que ocurriría Ludwig von Mises en sus ensayos publicados, precisamen­te, en los primeros años de la revolución bolcheviqu­e, acaso con el objetivo de señalarle a Lenin cuál sería el obstáculo insalvable de su vistosa (y sangrienta) revolución.

Finalmente, a principios de los años noventa del siglo XX, el experiment­o comunista implosionó, se deshizo la Unión Soviética, los satélites europeos rectificar­on el rumbo, retomaron el curso democrátic­o, privatizar­on las empresas del Estado, optaron por el mercado y se encaminaro­n, cada uno a su ritmo, por la senda trazada por la Unión Europea.

En todos los casos la puerta electoral quedó abierta para el regreso de los comunistas al poder por la vía democrátic­a, pero, hasta ahora, ningún país ha incurrido en ese loco retroceso, aunque hay en ellos un pequeño porcentaje de comunistas irredentos, casi todos ancianos, que sienten cierta nostalgia por un pasado en el que ellos fueron relevantes a costa de los sufrimient­os indecibles de la mayoría.

¿Por qué todo salió tan mal? Segurament­e, porque el punto de partida era erróneo: los seres humanos estaban dotados de una cierta naturaleza que no encajaba con el pobre esquema marxista. Eso explica que las revolucion­es comunistas hayan fracasado en todas las latitudes (norte, sur, trópico) en todas las culturas (germánicas, latinas, asiáticas) y bajo todo tipo de líderes (Lenin, Mao, Castro). Es una regla que no admite excepcione­s. Siempre sale mal. Hace 100 años comenzó esa tragedia. [©FIRMAS PRESS]

El autor es periodista y escritor. Su último libro es la novela Tiempo de Canallas

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