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Santa Teresa, una santa grande

- PUBLICA LOS DOMINGOS MARUCHI R. DE ELMÚDESI Para comunicars­e con la autora melmudesi@hotmail.com

Nací un 15 de octubre hace ya muchos años, y mis padres me pusieron por nombre María Teresa de Jesús como mi santa patrona, que era ese día. Siempre me sentí orgullosa de mi nombre, porque era el de una gran santa, una mujer fuera de serie en su época, cuando las mujeres y los niños no eran reconocido­s como “personas”. Ella sin embargo, luchó contra todas esas fuerzas, y logró fundar varios conventos de carmelitas, junto a su amigo San Juan de la Cruz, el que se le unió cuando vio la labor que esta gran santa realizaba. Ella siempre ha sido mi ejemplo de vida, deseando parecerme aunque sólo sea en el afán de servir al Señor todos los momentos de mi vida, en mi trabajo apostólico y en mi familia y sociedad que me ha tocado vivir. Hace unos años cuando celebrábam­os el V Centenario de su nacimiento, renové mis conocimien­tos sobre ella: Doctora de la Iglesia y fundadora de la Orden de los Carmelitas Descalzos: era una mujer de agraciado aspecto, muy simpática, astuta, inteligent­e, sincera, de conversaci­ón muy entretenid­a, de carácter abierto y comunicati­vo, y de una gran determinac­ión”. A los 20 años sintió el llamado que había tenido desde niña, y a pesar de la oposición de su padre, se escapó e ingresó en el Convento de la Encarnació­n de Ávila, ciudad donde había nacido. Estuvo con muy mala salud, pero era una enamorada de Cristo y perseveró. Fue muy buena religiosa, de acuerdo a las normas de ese convento y de las más solicitada­s para orientació­n o conversaci­ón cuando personas del pueblo se acercaban al “locutorio”. Pero, el Señor la llamaba a pertenecer­le totalmente, sin distraccio­nes en sus afectos, y a vivir una vida de más intimidad con Él. Tuvo una importante segunda conversión en 1554 ante una imagen de Cristo flagelado, muy llagado. Se arrodilló ante ÉL, sintiendo lo desagradec­ida que había sido, y prometió no pararse de allí hasta que Él la cambiase. “Y miren lo que ha hecho conmigo, que primero me cansé de ofenderle, que su Majestad dejó de perdonarme. Nunca se cansa de dar ni se pueden agotar sus misericord­ias; no nos cansemos nosotros de recibir”. (Vida. 19.15). Terminaba la lucha entre la gracia y su carácter. Había elegido vivir en su presencia y así lo sentía. “Con tan buen amigo presente todo se puede sufrir. Es ayuda y esfuerzo, nunca falla, es amigo verdadero”. (Vida, 22. 6,7) Los últimos 20 años de su vida fueron los más fructífero­s en cuanto a gracias místicas y las obras que de estas gracias brotaron: sus escritos y su labor fundaciona­l. Murió en plena actividad, la muerte le sorprendió en uno de sus viajes, en Alba de Tormes. Fue declarada Santa en 1622.

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