Salmos 30:11
Con una voz dulce que impregna alegría y coraje, Doris Ponciano se define a sí misma como una mujer luchadora y su historia lo confirma.
Madre de tres hijos, economista y actual estudiante de psicología. Escritora y conferencista. En síntesis una mujer imparable y llena de vida que le tocó atravesar en el 2015 por la amarga experiencia del cáncer de mama a quien ella le quitó el adjetivo de ‘amargo’ y lo sustituyó por fuerza y fe. “Debajo del pezón derecho comenzó una infección, me salía un líquido extraño. Cuando fui al médico la doctora me dice que no tengo nada ahí. Cuando me iba a parar ella me dice vamos a revisarte el seno izquierdo, me hice la biopsia y cuando me dieron los resultados fue bastante impactante, tenía dos tumores cancerígenos”, cuenta rebobinando cada instante.
Una versión mejorada Un derroche de optimismo
Había una celebración en mi casa donde estaban todos mis amigos y familiares, y ahí fue precisamente que llegó el resultado. Entré a la sala, los miré y les dije tengo cáncer. Con el anuncio de que la prueba dio positivo recuerda como los presentes se vinieron abajo y comenzaron a llorar. Lo habitual es que en un momento así tus seres queridos te consuelen y den palabras de ánimo, Doris tuvo que actuar como soporte y darles esperanza. “Ver lágrimas en los ojos de mi madre me dieron el impulso para no dejarme caer. Saqué fuerzas de donde no la tenía porque para mí el cáncer era un sinónimo de muerte. Pedí que pararan el llanto que íbamos a compartir. ‘Yo voy a demostrar que el cáncer es una nueva forma para crecer’, le recalcaba, mi frase de esa noche era que ese cáncer me lo iba a echar en un bolsillo”.
expresa “Has cambiado mi lamento en danza; me quitaste la ropa de luto y me vestiste de fiesta”. Doris parece que se apegó a este cantico bíblico y convirtió su proceso en una oportunidad para demostrar que todo es posible con una confianza en el Todopoderoso. “No me preocupé, me ocupé que es diferente. Pensé está bien tengo cáncer qué puedo hacer.
Me visualicé sin cabello, sin pestañas y sin mis senos. Sabía a lo que iba. Declaré que no me iba a dar ningún malestar. Nunca me dio efectos secundarios. Nunca me dio vómito, ni nauseas, la comida no me sabía a hierro”.
El 7 de abril se operó y a los nueve días fue a la graduación universitaria de su hija y a los quince días estaba en Bávaro disfrutando del sol y la playa, y jugando voleibol. “Caminaba todos los días en el parque y decía esto va a pasar, estaré bien y así fue”.
Tras siete meses, seis quimioterapias y 25 radioterapias Doris confirmó su máxima de vida: “Todo pasa, lo bueno y lo malo”. “En siete meses la vida me dio la vuelta, soy una versión mejorada. Aprendí a conocerme, a acercarme más a Dios, experimenté del amor de las personas. Recibí amor, apoyo y solidaridad que eso no tiene nombre”, rememora.
Tan inspirador fue su proceso que escribió un libro titulado
“Cáncer de mamá mi transcendencia”. “Entendí que hay que continuar, en la vida uno no se puede parar. Seguí estudiando psicología, grabé un cd que saldrá en el próximo mes. Imparto conferencias y cuento mi testimonio. El tiempo es un regalo divino. Hay que estar alegre, agradecido porque al final todo pasa”, recalca como su eslogan preferido a la hora de echarse el cáncer en un bolsillo.