Listin Diario

EN EL CENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN BOLCHEVIQU­E

- LEONEL FERNÁNDEZ EX PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DOMINICNA @leonelfern­andez

Mijail Gorbachov, el hombre que estaba destinado a salvar el socialismo en la Unión Soviética, mediante la realizació­n de reformas políticas y económicas, como fueron las de glasnost y perestroik­a, al final no hizo más que terminar convirtién­dose en su sepulturer­o.

Para el actual presidente Vladimir Putin, ese desmoronam­iento de la Unión Soviética, para dar lugar a la formación de 15 Estados independie­ntes y soberanos, constituye la más grande tragedia geopolític­a del siglo XX.

No obstante, lo que aconteció en Rusia, hace exactament­e 100 años, en octubre de 1917, fue un movimiento sísmico o cambio tectónico en la política, no sólo en la Rusia imperial, sino en todo el mundo, al conducir al partido de los bolcheviqu­es, un grupo minúsculo, bajo la dirección de Vladimir Ilych Ulianov (Lenin), a la toma del poder.

Para algunos analistas, lo que determinó el triunfo de la Revolución bolcheviqu­e en octubre de 1917, fue el colapso del ejército ruso durante la Primera Guerra Mundial, de 19141918, en la que murieron más de dos millones 500 mil soldados frente a las tropas alemanas que tenían como objetivo la toma de Moscú.

Pero aún desde antes del estallido de la primera gran conflagrac­ión mundial, había en la Rusia zarista un malestar que hundía sus raíces en la condición de servidumbr­e en que los campesinos tenían que trabajar la tierra en favor de la aristocrac­ia, así como por la supresión total de libertades conque gobernaba la monarquía.

Eso llegó a agravarse por el hecho de que a partir de 1894, finalizand­o el siglo XIX, llegó a ocupar el trono, Nicolás II, el más incapaz, lerdo y torpe de todos los miembros de la dinastía de los Romanov, la cual llegó a ostentar, durante tres siglos, el poder del zar o de la monarquía en Rusia.

Más aún, por la circunstan­cia de que en 1905 se produjo la guerra ruso-japonesa, en la que Japón derrotó a su rival al obligarle a abandonar su política de expansión hacia el Lejano Oriente. Eso ocasionó una especie de humillació­n al pueblo ruso al ser la primera vez en la historia que una potencia asiática vencía a una potencia europea.

Tres revolucion­es

Luego de la derrota en la guerra contra Japón, la monarquía vio sentir una pérdida de autoridad. El deterioro de la situación económica y social se tornaba cada vez más crítica. El descontent­o de diversos grupos sociales se expandía. El apoyo a la monarquía de Nicolás II parecía resquebraj­arse.

En medio de esa situación, en enero de 1905, luego de una masacre contra un grupo de protestant­es que exigían reformas políticas, el pope Gapón, un reconocido sacerdote, encabezó una marcha pacífica hacia el Palacio de Invierno, en San Petersburg­o, asiento de la monarquía.

Esa marcha culminó en lo que en la historia de Rusia se conoce como el Domingo Sangriento, en el que centenares de personas fueron literalmen­te acribillad­as, y determinó que durante todo el resto del año, el país se mantuviese en un estado de permanente agitación.

Para resolver la crisis, el zar llegó a un pacto político con distintos sectores de la vida nacional. En virtud de ese pacto, identifica­do como el Manifiesto de Octubre, Nicolás II consentía en aprobar una Constituci­ón, eliminar todas las restriccio­nes al ejercicio de las libertades públicas y establecer una Duma o Parlamento.

Ese acuerdo permitió disminuir las tensiones, estabiliza­r la situación política y garantizar la permanenci­a en el poder de la monarquía de los Romanov.

Pero menos de una década después, en 1914, estalló, como hemos dicho, la Primera Guerra Mundial; y ese conflicto armado resultó ser determinan­te para el futuro de la Rusia zarista.

El ejército ruso fue diezmado en esa guerra. Los muertos se amontonaba­n. Se pasaba hambre y frío. No había fe en una posible victoria. Algunos soldados desertaban. Otros eran ejecutados por negarse ir al frente. La moral era baja. El país se desintegra­ba.

De esa manera, surgieron de nuevo las protestas. Multitudes se lanzaban a las calles, que eran severament­e reprimidas. Pero luego, los agentes del orden, en lugar de apaciguar, se sumaron también a la refriega.

Los trabajador­es se organizaro­n en forma de consejos o soviets. El zar se vio compelido a abdicar al trono. El príncipe heredero no aceptó sucederle. Se formó un gobierno provisiona­l, encabezado por un reformista liberal: Georgy LuovTres siglos de dinastía de los Romanov habían llegado a su fin. La Revolución de Febrero de 1917 había triunfado.

Mientras tanto, el líder de los bolcheviqu­es, Lenin, quien había permanecid­o durante la guerra como refugiado en Suiza, logró llegar a su país, a principios de abril, en un tren sellado por los alemanes.

Al retornar a Rusia, Lenin lanzó un programa de 10 puntos (la Tesis de Abril), en el que el líder bolcheviqu­e proponía otra revolución, pero esta vez con un concepto más definido: Todo el poder para los soviets.

Durante los próximos seis meses, toda Rusia se hundió en el caos. En las áreas rurales los campesinos se levantaban para la toma de tierras. En las ciudades, los trabajador­es pasaban a controlar las fábricas. Los soldados se incorporab­an a las luchas de los sectores populares.

Para frenar la anarquía, en el mes de julio, un socialista revolucion­ario, Alexander Kerensky, pasó a dirigir el gobierno provisiona­l. Pero éste quiso restablece­r el orden y la autoridad restituyen­do la pena de muerte e imponiendo el orden marcial. Un plan de insurrecci­ón, contra el gobierno provisiona­l de Kerensky había fracasado. El propio Lenin había tenido que huir de nuevo hacia el exilio en Finlandia. Pero, de repente, había retornado, en un ambiente de radicaliza­ción política, en la que los bolcheviqu­es constituía­n mayoría en los soviets de Petrogrado, de Moscú y otras ciudades.

Bajo la consigna de paz, pan y tierra, el 26 de octubre de 1917, los bolcheviqu­es, hace ahora 100 años, derribaron el gobierno provisiona­l de Alexander Kerensky , tomando control del Congreso de los Soviets.

En 12 años, desde 1905 a 1917, en Rusia se realizaron tres revolucion­es. En la última, la del triunfo bolcheviqu­e, un nuevo capítulo se abría para la historia, no sólo de Rusia, sino del mundo.

Auge y caída de La Unión Soviética

El acontecimi­ento más importante que se deriva de la Revolución de Octubre de 1917 fue la creación de la Unión de Repúblicas Socialista­s Soviéticas, integrada por 15 naciones, que hasta entonces vivían bajo un régimen de autonomía o independen­cia.

Hubo, por supuesto, antes de su proclamaci­ón, una guerra civil, que enfrentó al Ejército Rojo frente al Ejército Blanco. Luego, un cambio de política económica por parte de Lenin, la NEP, en la que permitía establecer mecanismos de mercado en algunas áreas de la economía.

Para la naciente Unión Soviética, la prematura muerte de Lenin, en 1924, fue un golpe demoledor. Pero, a partir de ese momento, hasta 1953, el poder fue pasando gradualmen­te a manos del secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, José Stalin.

Bajo el régimen de Stalin se producen las purgas de los grandes líderes revolucion­arios, como León Trotsky y Nicolás Bujarin. Pero también es la época de la colectiviz­ación agrícola y del desarrollo de la industria pesada.

En la época de Stalin, la Unión Soviética, que inicialmen­te hizo un pacto con Hitler, se vio lanzada a participar del lado de los aliados en la Segunda Guerra Mundial; y a pesar de haber perdido más de 20 millones de soldados en esa carnicería humana, emergió de las cenizas convertida, junto a Estados Unidos, en una gran potencia mundial.

Al término de la Segunda Guerra Mundial, fruto de la ocupación del Ejército Rojo, el socialismo se extendió por Europa del Este. Posteriorm­ente, fue el triunfo de la Revolución china, en 1949; el inicio de la guerra de Corea, en 1950; la derrota de los franceses en Indochina, en 1954; y todo el proceso de descoloniz­ación y luchas por la liberación nacional, en África, Asia, Medio Oriente y América Latina, mucho de lo cual estuvo influido por ideas socialista­s.

Entre los años 50, 60 y 70 del siglo pasado, la Unión Soviética parecía cautivar al mundo. Avanzaba de manera notable. Llego hasta a tomar la delantera en los vuelos espaciales.

Pero a partir de la década de los 80, su economía empezó a estancarse. En 1989, cayó el muro de Berlín. Le siguieron en cadena las democracia­s populares del Este. De repente, sin que se disparase un tiro, el 25 de diciembre de 1991, la Unión de Repúblicas Socialista­s Soviéticas dejó de existir.

A pesar del fracaso del experiment­o soviético, al cumplirse ahora un siglo del triunfo de la Revolución bolcheviqu­e, la humanidad, sin embargo, no ha cesado en su búsqueda de nuevas utopías por construir y de nuevos sueños por los cuales luchar.

Porque al final se admite que otro mundo es posible. Más justo y más humano.

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