USURPADORES POR DOQUIER
No hay un sector profesional ni actividad comercial altamente lucrativa inmunizada contra el virus del intrusismo de los usurpadores.
Hay quienes se hacen pasar por periodistas, cónsules, inspectores de alguna institución pública, agentes antidrogas o de la Policía, médicos, ingenieros o “asistentes” de alguien con cierta notoriedad o poder y se convierten en actores magistrales del engaño.
Hay falsos “deliverys”, personas que simulan ser mensajeros de negocios que venden productos a domicilio; falsos misioneros de instituciones que recogen ayudas humanitarias, falsos discapacitados (invidentes, paralíticos o pobres de misericordia), que tienen una habilidad superba para cazar tontos útiles. A esta amplia gama de estafadores se unen otros pillos cuyo oficio no es salir a las calles como usurpadores de funciones, sino trabajar en sus madrigueras o en oficinas jurídicas para falsificar medicamentos, pasaportes, visados, permisos municipales, títulos de propiedad, billetes en pesos y dólares o actas de divorcios. Lo que sea que deje cuartos. Esa sociedad del engaño daña las cosas correctas que pretenden establecerse, bajo normas y leyes, en una sociedad que aspira a vivir, sin lograrlo todavía, en un adecuado marco de respeto a las leyes del orden y de la institucionalidad.
De tanto que abundan en el país haciendo ilícitos de todo tipo, impunemente, se ha hecho difícil evitar esta carcoma social. Pero esto no quita que pueda diseñarse una política oficial o estrategia para combatir estas prácticas nocivas. Un “Ministerio contra el Engaño” no sobraría en un país donde hay instituciones que, teniendo competencias parciales para evitar la diversidad de prácticas tramposas, no han sido eficaces en su misión.