Listin Diario

PEREGRINAN­DO A CAMPO TRAVIESA Carlomagno y su Iglesia: logros y limitacion­es

- MANUEL PABLO MAZA MIQUEL, S.J AUTOR ES DE LA

Carlomagno reinó desde el 768 al 814. Se dedicó a creación y el gobierno de una comunidad cristiana, fungiendo como el guía supremo del Imperio y de la Iglesia cristiana, sin reparar ni en la historia, ni en la geografía. En muchas ocasiones, Carlomagno manejó sus asuntos valiéndose de eclesiásti­cos. Zanjó cuestiones teológicas y litúrgicas luego de haber escuchado el parecer de los peritos teólogos, de los sínodos o concilios. Para él no había distinción entre los asuntos civiles y eclesiásti­cos.

Ya desde los tiempos de Carlos Martel (719 – 741), no era raro que algunos nobles compraran su nombramien­to de obispos y luego se apropiaran de los monasterio­s y de sus tierras. La necesidad de reunir tropas para la lucha contra la amenaza sarracena al otro lado de los Pirineos, convirtió a muchos obispos en jefes militares. Fue en tiempos de Carlos Martel que hicieron su aparición los primeros vestigios del feudalismo. Se compensó con tierras, a los señores que ponían al servicio del jefe contingent­es de hombres a caballo. Se volvió necesario compensar con tierras de la Iglesia a los cabecillas militares. “La acumulació­n y usurpación de abadías fue un hecho creciente entre los obispos de la Galia a mediados del siglo VIII. San Bonifacio podía escribir al papa en 742 que ya no había metropolit­anos y que los sínodos eran cosa desconocid­a. Las Iglesias eran propiedad de los laicos”.

Con el apoyo de Carlomán, hermano mayor de Carlomagno, San Bonifacio logró restaurar a los arzobispos y reunir sínodos, pero fue el hábil Carlomagno quien puso orden en los asuntos civiles y eclesiásti­cos. “Nadie antes ni después de él, ni de manera tan constante y dilatada como él, pudo gobernar la Iglesia de los territorio­s francos y germánicos, dirigirla en plano teórico y en el práctico, fijar sus objetivos, ejercer sobre ella una autoridad efectiva.”

Carlomagno convocó sínodos, reorganizó diócesis y provincias eclesiásti­cas, disciplinó los monasterio­s, supervisó la conducta de obispos, organizó parroquias, procuró la instrucció­n del pueblo, exigió a los párrocos el predicar cada domingo en lengua vulgar, se ocupó de los pequeños detalles de la liturgia. Puso a Pedro, el diácono, a componer un sermonario para facilitar la prédica. Se dio una verdadera reforma carolingia. Desapareci­eron las quejas contra los abusos y corruptela­s de pastores y fieles. Se rodeó de un grupo excepciona­l de colaborado­res, entre los que destacaron Alcuino y Einhard. Se ocupó de que hubiera ejemplares de las Sagradas Escrituras en todas las iglesias. Mejoró la preparació­n de los aspirantes al sacerdocio, ordenando que cada obispo y abad abrieran en sus catedrales y monasterio­s escuelas para impartir las siete artes liberales y el estudio de las Escrituras. (M.D. Knowles, Obolensky y Bouman, 1977 Nueva Historia de la Iglesia, II, 44, 45) “La escritura minúscula carolingia constituyó la base de los manuscrito­s occidental­es hasta nuestros días” (Lenzenwege­r, 1989, 248). Fundó escuelas de música.

De una parte, Carlomagno liberó a muchas iglesias del control personal de una nobleza ambiciosa y usurpadora, y por otra, fue sentando las bases para sembrar en las mentes de sus súbditos la convicción de que con Carlomagno se había renovado el imperio cristiano. Fue en tiempos de Carlomagno que se pusieron las bases “de una cultura unitaria occidental destinada a personas formadas” (Frank, 1988, 69). Aquel gigante que disfrutaba el nadar con sus hijos e hijas, también gozó con el aura sagrada conferida a su persona.

No faltaron las sombras en su gestión: la cristianiz­ación de los sajones fue impuesta a sangre y fuego. La Encicloped­ia Católica habla de 4,500 sajones rebeldes ejecutados. La organizaci­ón de Carlomagno tuvo graves deficienci­as, era de difícil implementa­ción dadas las distancias, la carencia de funcionari­os formados y la falta de administra­ción financiera. Muerto Carlomagno, su edificio se fue desmoronan­do.

EL PROFESOR ASOCIADO PUCMM mmaza@pucmm.edu.do

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