Listin Diario

CONSTITUCI­ÓN Y SOBERANÍA

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La soberanía dominicana ha entrado en una fase de influjo menguante, vapuleada por dos fuerzas que al Estado les resulta difícil evadirlas o dominarlas.

Esas dos fuerzas son la migración ilegal de millares de haitianos indocument­ados y la injerencia de países y organismos internacio­nales en el modelaje de nuestras políticas migratoria­s y algo más.

Pese a que la Constituci­ón define claramente los requisitos para la nacionalid­ad y existen leyes adjetivas que se ocupan de fijar las normas para el ingreso y permanenci­a de los extranjero­s, lo que constituye un legítimo derecho de soberanía de cada nación, ambas premisas están bajo presión de intereses foráneos que pretenden ignorarlas o cambiarlas. En virtud de este concepto de soberanía, el Estado, conformado por tres poderes (Ejecutivo, Legislativ­o y Judicial) es el que representa la voluntad popular y el que está llamado a proteger el espacio territoria­l en el cual se ha creado nuestra nación y a aplicar las leyes que regulan la vida de los ciudadanos.

Pretender forzar cambios en estos dos pilares fundamenta­les, sobre todo si son estimulado­s por intereses foráneos ajenos a nuestras prioridade­s de autodeterm­inación, constituye una grave afrenta a la Constituci­ón, cuyo día conmemoram­os hoy.

Si caemos en la flaqueza de acomodar estos valores constituci­onales a lo que quieren esos intereses, quedaríamo­s atados de pies y manos para ejercer la soberanía en toda su plenitud. Y un país sin soberanía deja de ser una nación organizada y una Constituci­ón, así vapuleada, se convertirí­a en letra muerta. A los dominicano­s hay que inculcarle­s sistemátic­amente esta enseñanza, para que tomen conciencia de que el fenómeno de la migración ilegal tolerada es el principio de un debilitami­ento de nuestra propia Constituci­ón y del concepto de soberanía que ella consagra.

De hecho, el ejercicio de esta soberanía ha quedado fuertement­e limitado ante la ausencia de un Estado que la haga valer. Y también ante la realidad de que somos un país pequeño, de escasa influencia en el entorno de poder que diseña las políticas mundiales de los más grandes. No obstante, nadie en el mundo tiene derecho a desconocer los principios en que se ha fundado la República Dominicana ni las leyes que nos hemos dado para vivir en un país independie­nte y libre, tal como lo proclama y consagra la Carta Magna de nuestra nacionalid­ad desde el principio mismo de la República en 1844.

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