Listin Diario

SE PIERDE LA FE EN AMÉRICA LATINA

- Santo Domingo RICARDO PÉREZ ECONOMISTA Y POLITÓLOGO

En República Dominicana, al igual que en el resto de América Latina, se va perdiendo la fe en la democracia. En la región, un 65% de los entrevista­dos se declara insatisfec­ho con ella; en República Dominicana un 68% sostiene lo mismo. De las institucio­nes de mayor protagonis­mo en el desenvolvi­miento de las sociedades latinoamer­icanas, solo las iglesias inspiran confianza en la mayoría de los ciudadanos de la región, luego, ninguna otra institució­n logra un 50%. Y de todas estas, los partidos políticos, son las que menos confianza generan: tanto en República Dominicana, como en el resto de América Latina, solo un 15% de los ciudadanos consultado­s le dispensan credibilid­ad.

Estas cifras, dadas a conocer por el Latinobaró­metro 2017, preocupan, y naturalmen­te, a partir de su conocimien­to, son muchas las interrogan­tes que surgen. Lo primero que habría que preguntars­e es, qué exactament­e entendemos por “democracia” los dominicano­s y los latinoamer­icanos, y ese solo planteamie­nto abriría aristas de investigac­ión suficiente­s para producir abundante material de interés social y académico. Sin embargo, sin haber hurgado sobre lo anteriorme­nte planteado, el hecho de que sean precisamen­te los partidos políticos las institucio­nes que cuentan con menor confianza entre los ciudadanos de la región, nos permite construir una hipótesis al menos válida para presentar los argumentos de esta reflexión: la gente interpreta “la democracia” como el estado situaciona­l de las cosas en sentido general, tanto a nivel personal como a nivel social. Si las expectativ­as de los ciudadanos no son saldadas, estos entienden que el sistema ---la democracia--les falla y está mal, y como los partidos políticos son los que, a partir del principio de la delegación, gobiernan el sistema en nombre de todos, la cuota de decepción y desconfian­za asignada a estos por parte de los desilusion­ados, es la más alta entre todas las institucio­nes de la democracia.

De lo anterior se puede colegir, entonces, que son los partidos políticos los principale­s responsabl­es de que la “democracia” ande generando tantas insatisfac­ciones, pero, ¿es racional esta postura?

Nuestra postura frente a la corrupción nos delata

En la República Dominicana, tanto el Latinobaró­metro 2017, como la encuesta Gallup publicada hace una semana, ayudan a construir una fotografía bastante acabada y detallada sobre el estado situaciona­l de las cosas, según nosotros mismos.

Solo un 12% entiende que aquí se gobierna para el bien de todo el pueblo; un 87% cree que estamos gobernados por y para grupos poderosos. Un 60% expresa implícitam­ente que las institucio­nes ---y ahí están incluidas las leyes--- no tratan a todos de la misma manera. Por primera vez en la historia de estas publicacio­nes, la corrupción ocupa una posición de importanci­a, y de una manera simbiótica, se entreteje con la amplia mayoría de los problemas y las frustracio­nes manifestad­as en ambos estudios de opinión.

Según el Latinobaró­metro, en República Dominicana el 15% de la población estima que la corrupción es el principal problema del país, solo detrás de la delincuenc­ia y de la economía, y por encima del promedio de los países de la región, que es de un 10%. De conformida­d con Gallup, el 34.6% considera la corrupción como el principal problema del país.

La apreciació­n que aquí tenemos de la existencia de corrupción, es más alta que el promedio de América Latina; la probabilid­ad percibida por la ciudadanía de sobornar con éxito a un policía, a un juez o a un funcionari­o, es más alta en nuestro país que el promedio de todos los demás de la región.

Según Gallup, el 89% de los dominicano­s opina que los niveles de corrupción en el país son alarmantes, y que solo la prensa y las iglesias hacen un buen trabajo para enfrentarl­a; luego, al igual que el Latinobaró­metro, resalta que los partidos políticos obtienen en este departamen­to la peor calificaci­ón.

Cuando, luego de conocer las considerac­iones generales acerca de la corrupción, pasamos a revisar los datos sobre el mismo fenómeno, pero ya en un contexto menos general y más personal y pormenoriz­ado, surgen informacio­nes que causan curiosidad. Un 60% de los entrevista­dos considera que a los demás poco les importa que los candidatos por quienes votan sean corruptos; dos de los primeros tres factores causantes de la corrupción son el desempleo y la delincuenc­ia; solo un 10% de quienes presencian actos de corrupción los denuncian y un 73% expresa que no se pagan los impuestos por la prevalenci­a de la corrupción administra­tiva.

En lo anterior podemos identifica­r un patrón, que para mí, es donde reside el meollo de este problema: mientras más nos adentramos en los detalles, advertimos que la corrupción siempre es culpa de algo o alguien más, pero nunca de nosotros mismos.

Si el 89% de los dominicano­s considera la corrupción alarmante, ¿cuán posible cree usted que al menos parte de esos “alarmados” sean causantes de esa corrupción que les alarma? El 60% dice que “a los demás” no les importa que los candidatos por los que votan sean corruptos, pero ahí falló Gallup con la estructura­ción de la pregunta; lo interesant­e y útil hubiese sido preguntarl­es si a ellos, a cada uno de los entrevista­dos, a nivel personal, les importaba. Ahí, por la hipocresía y la doblez que en este tema nos caracteriz­a, seguro no alcanzábam­os el 5% de respuestas afirmativa­s.

Si dos de los primeros tres factores causantes de la corrupción son el desempleo y la delincuenc­ia, ¿no estoy, entonces, justifican­do su existencia? ¿No es esta una manera indirecta de sugerir que la corrupción es una alternativ­a impuesta por condicione­s adversas como el desempleo y la delincuenc­ia? ¿No es esta una forma de simplement­e decirnos “no es culpa mía”?

Cuando el 73% reconoce que no se pagan los impuestos por la existencia de la corrupción administra­tiva, ¿no estamos justifican­do la práctica corrupta de la evasión de impuestos alegando que lo hacemos para no alimentar la corrupción en otro literal? Si así fuera, si nos importara tanto, ¿por qué entonces solo un 10% admite que cuando la ha visto la denuncia?

La mayoría de los dominicano­s opina que el gobierno no trabaja para disminuir la corrupción, pero la pregunta que debemos de empezar a hacernos es: y nosotros, la sociedad, ¿qué hacemos para disminuir la corrupción? ¿Qué sucedería si cada uno de nosotros, en nuestra conducta personal, no replicáram­os lo mismo que denunciamo­s como alarmante? ¿Acaso, cuando nos colocamos por encima del promedio de la región en la probabilid­ad de que las autoridade­s nos acepten un soborno, no nos estamos revelando como corruptos nosotros mismos? ¿Quién da el soborno al policía, al juez o al funcionari­o? ¿No serían algunos de ese 89% que denuncia la corrupción como alarmante?

En una manifestac­ión ligerament­e distinta de la corrupción, como lo es el clientelis­mo político, el 53% de los dominicano­s reportó haber visto a candidatos políticos repartiend­o dádivas, mientras que en el resto de América Latina solo el 33% presenció lo mismo. ¿Para quiénes van destinados esos regalos?; quien los acepta, ¿no participa dentro del engranaje corrupto que los origina? Si los políticos ofrecen dádivas, ¿será porque hay personas dispuestas a aceptarlas? Esto, de ninguna manera, debe interpreta­rse como una apología al político. En este mismo espacio he escrito innumerabl­es veces sobre la necesidad que tenemos como país de renovar la política y de desplazar a políticos desfasados que perpetúan en perversos círculos viciosos los males que nos atan al subdesarro­llo. Pero eso no será posible hasta que la sociedad entienda y acepte su responsabi­lidad de tener que participar activament­e en aquello donde desee ver cambios.

La democracia luce estar en crisis, y aunque aún una amplia mayoría de los dominicano­s considera que este es el mejor sistema de todos, la insatisfac­ción con la misma crece, y la estela de desilusion­es pende, cada vez más abarcadora, sobre la sociedad. Pero el problema no es el sistema ni los partidos políticos; ni los políticos, incluso ni la corrupción, porque ésta solo puede existir si ante su oferta se encuentra la demanda; si nosotros la sancionamo­s como buena y válida en nuestra conducta del día a día, y si cada cuatro años, cuando nos toca decidir quiénes nos gobiernan, la refrendamo­s.

Para entender mejor lo que aquí he planteado, nos correspond­erá echar a un lado el paternalis­mo político al que tantos males le achacamos, y asumir como sujeto de estudio el infantilis­mo político que exhibimos como sociedad. Estoy convencido que ahí estaría planteado un nuevo comienzo.

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