La redondez de lo posible
Aristóteles decía que al escribir una historia los autores plantean tres tipos de personajes: los que están por encima, los que están por debajo y los que están al mismo nivel de los seres humanos. La poesía tiende también a cantar a aquello que está por encima, por debajo o al mismo nivel de la realidad humana. Y cuando su voz se ubica en un plano simétrico al de la realidad humana, deviene el tránsito del poeta por los límites. Un estacionamiento en el mismo centro del ser, y ser último en regodearse de su hábitat en un mundo que solo existe en el borde de esta humanidad postrada en la esperanza del infinito. Esto nos lleva a reflexionar sobre la figuración siempre interior del libro “La redondez de lo posible”, de José Enrique Delmonte, galardonado con el XV Premio Internacional de Poesía León Felipe en España. Como lectores, somos invitados a transitar con sigilo, de la mano del poeta, este espacio que se abre ante nosotros como una burbuja frágil, etérea. Pero siempre está la tentación de pisar el otro, o sea: uno de los lados. En ese punto embarga el miedo a abandonar el privilegio que apresa la voluntad de construirse solo a partir de uno de los bordes. Volvemos al centro, nos atrapa una gravedad que nos mantiene flotantes en el medio. La firmeza no existe, estamos cautivos por la incertidumbre de un camino sin principio y sin historia. ¿Cómo se siente este lugar donde solo habita la esencia de las cosas? ¿Frío, caliente, húmedo, blando? No, el tacto está aprisionado en una red de representaciones, de reflejos, de dudas. Solo es posible distinguir lo delgado de lo voluptuoso. Porque la redondez no es una forma, es un estado donde el ser se da una indeterminada finitud. Nada duele en este espacio, pero existe la certeza de saber lo que debería doler y no duele. Y ese conocimiento evoca la incertidumbre de un recuerdo latente pero olvidado. ¿Es esto peor que el dolor? La respuesta está en ese punto de inflexión que radica entre el sí y el no. Si fuéramos a concluir con alguna sentencia argumentativa el grueso emotivo y racional de esta lectura, tedríamos que parafrasear aquella sentencia de Roland Barthes que más o menos rezaría: un poeta no está para crear palabras nuevas o para decir las viejas cosas de las que está hecha el mundo, un poeta está para escribir con palabras viejas los nuevos mundos que puede ver. De la lectura de “La redondez de lo posible”, de José Enrique Delmonte, queda esa sensación de que nos han descrito con las palabras de este viejo idioma, más viejo que sus habitantes, la realidad que habita en ese espacio fronterizo entre la realidad y el sueño, entre la vitalidad y el tedio, entre el pesimismo y la esperanza.