La confusión fue de tal magnitud, que surgieron cinco hipótesis diferentes sobre la responsabilidad del asesinato, y Trujillo apareció solamente en una de ellas.
No fue un crimen político propiamente, y el libro revela las causas verdaderas. Trujillo mataba también por orgullo, por afrentas personales, por agravios. Castillo Armas fue su aliado, de tal manera que el apoyo de Trujillo fue decisivo para el triunfo de la invasión liberacionista encabezada por Castillo, que derrocó el gobierno constitucional del presidente Jacobo Arbenz, de tendencia izquierdista. Pero Castillo Armas no conocía a Trujillo, no sabía que este personaje dominicano era la sumatoria de todas las carencias y debilidades troncales que puede albergar un ser humano, que solamente compensaba su ego con el poder absoluto, con la postración de los demás, con la servidumbre moral y sobre todo con el concepto del agradecimiento a su persona, cuando como en el caso de Castillo Armas, este le debía tantos favores.
El martes 7 de noviembre fue una noche inolvidable. El ex presidente Leonel Fernández, como siempre con un dominio del tema y una exquisitez intelectual sobresaliente, por el otro lado, el historiador cubano Elíades Acosta, con exposiciones brillantes sobre los servicios de agentes cubanos al servicio de Trujillo en el Caribe, y Leonte Brea, rehaciendo la academia con una floración de categorías históricas y conceptos que normaron el marco teórico de las intervenciones.