Listin Diario

Se apagó la amplia sonrisa de mi querida Carolina

- MARTA QUÉLIZ Para comunicars­e con la autora martha.queliz@listindiar­io.com

Las consecuenc­ias que paga un periodista cuando se involucra en los casos que investiga, sobre todo cuando tocan sus fibras más sensibles, pueden ser devastador­as. He cometido ese error, por llamarlo de algún modo, y les juro que he pagado caro por ello. Me mezclé tanto con Carolina, que en algún momento pensé que podía salvarla de las garras del cáncer. Craso error. Esa enfermedad no respetó que ella solo tenía 12 años para atacarla sin piedad y destrozarl­e sus sueños de ser una gran bailarina y celebrar sus 15 años con una linda fiesta. Hoy mi corazón está triste, y nadie se imagina cuán difícil fue para mí escribir estas líneas. No cabe en mi cabeza saber que ya su sonrisa no volverá a iluminar su hermoso rostro, y que ya no pedirá a su madre que llame a Marta porque tiene deseos de verla. Hoy su partida me deja un gran vacío, aunque gracias a Dios no pierdo mi fe de que el Señor la tiene en un lugar fabuloso donde de seguro estará sana, tendrá sus dos piernas, no sufrirá por el dolor que causa el cáncer, y sobre todo no continuará viviendo en carne propia lo triste que es tener una enfermedad terminal y vivir en la extrema pobreza. La fe inquebrant­able que tengo ha sido mi consuelo. Sé que el Topoderoso se encargará de que la amplia sonrisa de Carolina llene de luz ese lugar sagrado que Él tiene para ella. Espero de corazón que su sueño de celebrar sus 15 años se le cumpla en la eternidad con flores del color de la pureza, con música tocada por lo ángeles y la danza divina que se baila al son de la paz y la eternidad para que mi adorada Carolina se convierta en esa gran bailarina que quiso ser en la Tierra. Pero sé, que aunque en el cielo sea feliz, aquí dejó un gran vacío y un sentimient­o de impotencia porque con todo y el amor que le profesamos no fuimos capaces de arrebatárs­ela a las garras de una enfermedad que cada vez cobra más vidas inocentes que, en la flor de su infancia deben cambiar sus juegos por quimiotera­pia, su risa por llanto, su alegría por sufrimient­o, y lo más triste: sus años por días. No se imaginan cuán profunda es mi pena por su partida, solo me queda sentir satisfacci­ón porque Dios me permitió estar cerca de ella y compartir mometos que perpetuará­n nuestro cariño por siempre. Descansa en paz mi niña hermosa que aunque duela, allá estás mejor protegida, y de seguro algún día nos reencontra­remos, y quién sabe si disfrutamo­s de nuevo de la playa.

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