Listin Diario

‘El huracán’ de Frank García

- Santo Domingo Frank García

El huracán siempre estuvo adentro de mi casa, en la habitación de mi madre, en mi habitación y en la cama de mi hermana menor. Nunca estuvo atado a temporadas ciclónicas, no respetaba Semana Santa, cumpleaños, fiestas de San Miguel, día de San Andrés o nacimiento del Niño Jesús. El huracán siempre anduvo por la sala, la cocina y hasta por en el baño.

De mayo a noviembre, afuera, en los montes, en las calles sin asfaltar, en los callejones caía la llovízna con rabia.

Durante todo el año, adentro, caían lágrimas. Afuera los fuertes vientos arrancaban palmeras y matas de plátano, los clavos y las hojas de zinc salían volando. Adentro se rompían platos y cerámicas; esas cerámicas que adornaban el estante, esas con formas de animales y de biblias abiertas caían y llegaban a su final, muchas veces lo hacían con alegría como si fueran evangélico­s cansados de la injusticia de este mundo esperando con ansias el tan anhelado juicio final.

Afuera los caminos eran inundados, las flores eran sepultadas y un olor a zanja nos dañaba ese maravillos­o olor a melaza y al dulce de batata con coco que vendía todas las tardes doña Mercedes.

Adentro un olor a romo estropeaba la frescura de ese piso trapeado con desinfecta­nte. Adentro mi hermana y yo nos convertíam­os en adultos a destiempo, mi madre olvidaba su encanto de taína hermosa, de morena mágica, de musa cibaeña y se convertía en una anciana llena de arrugas, llena de una tristeza que nunca conoció en su niñez, que nunca sintió en su adolescenc­ia cuando bajaba al río a lavar la ropa acompañada de sus hermanas y los muchachos del barrio les gritaban: “Qué buena tan las hijas de doña Luz y don Félix”. El huracán siempre estuvo adentro de mi casa, y ni el líquido amniótico, ni la espiritual tranquilid­ad del útero, ni las canciones cristianas, ni las historias que mi madre sentada en la mecedora de la galería me contaba mientras yo estaba dentro de su vientre lograron salvarme de él. El huracán siempre llegaba de madrugada y con una voz de niño, y sepultado en el cuerpo de un hombre, le hablaba a la barriga de mi madre dormida y repetía la frase, la consigna que más devastacio­nes ha dejado en mi vida: “Cuando tú salgas de la barriga, vas a ser pelotero y vas a tener muchos cuartos y muchas mujeres”.

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