FUNDACIÓN SALESIANA DON BOSCO Este muerto no se llora
Nada de lloros o de plañideras, al estilo de los tiempos antiguos, que recogían las lágrimas en una vasija para colocarla junto a los restos de la persona fallecida, como testimonio del dolor de la separación.
No. Este muerto no se llora, por profundo que pueda ser el dolor de la despedida. En lugar de llorar, hay que levantar la cabeza con santo orgullo, al reconocer la grandeza del testimonio de quien llamamos Rosario Pilonero, PILO cariñosamente.
Es de Don Bosco la expresión, consignada en su testamento espiritual: “Cuando suceda que un salesiano caiga y cese de vivir trabajando por las almas, entonces dirán que nuestra Congregación ha tenido un gran triunfo….”. Y el maestro Pilonero murió trabajando, a pesar de sus 91 años de edad, dándole a la Familia Salesiana la oportunidad de agradecer inmensamente a Dios su testimonio de consagración y amor.
Desde que llegó como misionero a la República Dominicana en el año 1950, no hizo otra cosa sino trabajar por el bien de nuestra juventud, como profesor y administrador de la Escuela Agrícola Salesiana de Moca (la Granja Agrícola) y luego en La Vega.
Lo mismo hizo cuando desempeñó, desde 1993, su misión en Jarabacoa, donde estuvo hasta el final de su vida terrena. En la ciudad de la eterna primavera,
Ltrabajó también incansablemente en la Obra Social Progreso de los Pueblos.
Con merecida razón fue reconocido en 1975 con la Orden al Mérito de Duarte, Sánchez y Mella, en el grado de Caballero. Y en el año 2001, con la Orden al Mérito de Duarte Sánchez y Mella con el grado de Oficial.
Muchos de los reconocimientos los recibió junto a su compañero inseparable, el también salesiano italiano maestro Esteban Bozza. Juntos vinieron desde Italia a servir a la juventud de nuestro país. Y, en el mismo año, y a la misma edad, tomaron el vuelo hacia el Paraíso Salesiano que el Señor tiene reservado a quienes le sirven en forma consagrada al estilo de Don Bosco.
Más que recoger nuestras lágrimas en vasijas para colocarlas junto al sitio donde reposan los restos del Sr. Pilonero, hacemos acopio de sus obras y trabajos, que, como el mejor de los dominicanos, realizó en bien de nuestra juventud.
En lugar de llorar, aplaudimos y cantamos de alegría, porque el nombre de Don Bosco ha sido puesto en alto, por el ejemplo y entrega de este italiano que vino para quedarse en nuestra tierra, ofreciendo su vida por el país que le dolía como si fuera el suyo.
Este muerto no se llora; más bien lo levantamos con orgullo y alegría espiritual, para que todos aprendamos, que así, se hace patria. a revista correspondiente al mes de junio de 1913 del Ateneo Dominicano, la más antigua institución cultural del país, es buena muestra de la altura de miras de quienes la sostenían por aquellos años, y muy especialmente de don Federico Henríquez y Carvajal, su presidente.
Varios dominicanos de vanguardia, entre ellos el venerable don Federico, se carteaban con el gran escritor uruguayo José Enrique Rodó, quien había publicado su famoso ensayo “Ariel” en el año de 1900, como contundente protesta contra la expansión anglosajona a costa de las naciones de América, iniciada durante la Guerra Hispano-Americana de 1898. Para Rodó, como para José Martí, ambos modernistas, latinoamericanistas y patriotas, el naciente imperialismo norteamericano solo podía ser fre- nado por la juventud latinoamericana, imbuida de altos ideales culturales y democráticos, a partir de la defensa de nuestra identidad compartida.
En el número ya señalado de la revista, don Federico le comentaba a su admirado amigo uruguayo el haber recibido un número de la revista “Mes literario”, de Coro, Venezuela, donde tuvo la grata ocasión de leer un artículo de su sobrino, Pedro Henríquez Ureña, bajo el título “La obra de Rodó”, y otro de este último dedicado a Bolívar, titulado “El Libertador juzgado por Rodó”. Con inocultable cariño y respeto, don Federico comentaba