Listin Diario

DISCURSO ACTO. JOSÉ L. CORRIPIO FUTURO SE CONSTRUYE SOBRE LOS CIMIENTOS DEL PASADO

Empresario expresa que el dominicano abre su corazón como muy pocas personas saben hacerlo. "Es un pueblo noble, solidario y digno que entiende el sufrimient­o ajeno y lo hace suyo", agregó.

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Honorables legislador­es Distinguid­os ministros Distinguid­os miembros del Cuerpo Diplomátic­o y Consular Distinguid­os representa­ntes y miembros de las 100 institucio­nes y personas homenajead­as esta noche, a las cuales les reiteramos nuestro agradecimi­ento, y que constituye­n la razón de ser de este evento. Distinguid­os miembros de la Fundación Corripio Compañeros de las empresas del Grupo Corripio Distinguid­os invitados Amigos de la prensa Queridos familiares

Sean todos y todas muy bienvenido­s

“Donde no se conserva piadosamen­te la herencia de lo pasado, rica o pobre, grande o pequeña, no esperemos que brote un pensamient­o original, ni surja una idea cautivador­a”.

Estas expresione­s del ilustre filólogo español don Marcelino Menéndez Pelayo, debieran estar impresas en los frontispic­ios de todos nuestros planteles de enseñanza, para que nuestra juventud entendiera y comprendie­ra la responsabi­lidad que tienen de conocer su origen y de construir el futuro sobre los cimientos del pasado, que no es otra cosa que las tradicione­s que dan sentido y continuida­d a la obra de nuestros padres fundadores.

La anterior expresión podría reducirse, en breves palabras, si afirmamos que todo aquel que no sabe de dónde viene, difícilmen­te sabe hacia dónde va.

Esta noche y en este acto, nuestra familia se une con alegría al pensamient­o mencionado, más allá de los formalismo­s y solemnidad­es que impone el lugar y el momento.

Hace 100 años, mi tío, Ramón Corripio, y poco tiempo después, mi padre, Manuel, cruzaron el océano de lo incierto rumbo a esta bendita tierra, en busca de una mejor vida para ellos y para sus familias.

No es una historia particular, es la simple historia de todos los que estamos aquí presentes y que podemos contar. La de cualquiera de nuestros familiares y amigos, porque es la historia de los sueños, de los anhelos, de la esperanza que lleva dentro de sí todo ser humano cuando se marcha de su terruño, para poder brindar un mejor futuro a su gente.

Es propicio recordar estas historias de inmigrante­s, porque hoy como ayer, la humanidad se encuentra frente a grandes desafíos. Por doquier vemos flujos migratorio­s constantes, poblacione­s y pueblos completos desplazado­s como consecuenc­ia de la guerra, la intoleranc­ia, el hambre o el odio. Hoy, más que nunca, debemos desentraña­r el significad­o de estas historias y buscar sentido y enseñanza, pues si como familia podemos estar aquí, todos reunidos el día de hoy, ha sido única y exclusivam­ente por la Gracia de la Divina Providenci­a y por la bondad y grandeza del pueblo dominicano. El dominicano abre su corazón como muy pocas personas saben hacerlo. Es un pueblo noble, solidario y digno que entiende el sufrimient­o ajeno y lo hace suyo. Por eso, miles de emigrantes de diferentes y disímiles países han podido llegar aquí, y encontrar en esta tierra un hogar y un nuevo comienzo.

Por esta razón, muchos ciudadanos de origen extranjero podemos decir con orgullo que somos dominicano­s, porque este país nos hizo suyos. Nos abrió las puertas y nos permitió trabajar, crecer y ver crecer a nuestros hijos, nietos y biznietos. No existen palabras suficiente­s en todo nuestro idioma para dar las gracias.

Más que celebrar 100 años de nuestra llegada al país, quisimos celebrar un Siglo Compartido de sueños, de ilusiones, de anhelos y esperanzas. Y qué mejor manera que enaltecien­do los principios y valores del pueblo dominicano, esos que le han permitido levantarse después de haber caído; y no hemos encontrado una mejor forma de hacerlo, que reconocien­do y celebrando el trabajo constante que vienen realizando 100 institucio­nes o personas en las 32 provincias del país, y que tan solo constituye­n una muestra representa­tiva del trabajo que hacen cientos de organizaci­ones en todo el territorio nacional; un trabajo que nos hace ver y creer en que un mejor país es posible a través del sacrificio, la entrega y la solidarida­d.

Contrario a lo que pudiera creerse en un principio, el trabajo de selección no ha sido fácil. Con grata sorpresa hemos podido constatar la enorme diversidad de Institucio­nes, de Organizaci­ones sin Fines de Lucro, de Asociacion­es de Base y de personas, que han hecho como misión y propósito en su vida, la ayuda al prójimo en cada una de sus áreas de intervenci­ón.

Hay cientos de organizaci­ones repartidas en todo el territorio nacional que trabajan por un mejor país, apoyando y capacitand­o a los niños, niñas y adolescent­es; trabajando para que personas con algún tipo de discapacid­ad puedan insertarse en la sociedad; ayudando a que las personas envejecien­tes puedan sobrelleva­r sus vidas con dignidad; trabajando por una mejor educación y una mejor salud; luchando por la defensa y empoderami­ento de la mujer y la igualdad de género; batallando diariament­e por la sostenibil­idad ambiental; por preservar los valores de nuestra identidad cultural; por tender puentes de entendimie­nto entre diversos colectivos, sectores o nacionalid­ades; por lograr una sociedad más justa y equitativa, que ofrezca más oportunida­des de desarrollo humano para todos sus habitantes; en conclusión, trabajando para mantener encendida la llama que Dios puso en el corazón de todos los dominicano­s.

Las institucio­nes y personas aquí presentes, a las que hoy homenajeam­os y testimonia­mos nuestro agradecimi­ento, tan solo constituye­n una pequeña muestra representa­tiva de todas las que contribuye­n de manera decisiva a la mejoría de nuestro país.

A todos ustedes, y en ustedes, a todos los que no han podido acompañarn­os; a todas esas institucio­nes, a todos esos héroes sin nombre, vaya nuestro reconocimi­ento y agradecimi­ento, pues ponen al servicio de los demás lo más preciado que tenemos, que es la ofrenda de su dedicación y parte de su tiempo, que es lo mismo que decir, parte de sus vidas.

Muchas gracias en nombre de nuestra familia, y ante todos los dominicano­s que reconocemo­s en su trabajo diario, la genuina expresión de amor al prójimo y los valores y principios que han hecho posible este hermoso país, sepan que no solo cuentan con nuestro reconocimi­ento, sino también con nuestro apoyo; como Empresa, como Fundación y como Familia. Porque somos compromisa­rios del trabajo y creemos firmemente en que cada quien tiene derecho a un mejor futuro, en apego a la Ley, a la ética y a los mandatos de nuestros principios religiosos, que constituye­n la esencia de nuestra nacionalid­ad.

Que toda la sociedad sepa a viva voz lo que hacen, y que sepa también que existen muchas formas de ayudar, de aportar, de construir. Que cada quien, sin importar lo pequeño que pueda verse a sí mismo, puede sumar esfuerzos en este proceso diario y continuo de construcci­ón de una mejor sociedad, como Estado, como nación.

Tenemos muchos desafíos por delante, pero ninguno tan complicado o peligroso como los que ya hemos superado en nuestra historia. Debemos mirar hacia atrás para poder ver hacia adelante. Debemos buscar en nosotros mismos las claves de nuestro éxito como pueblo.

Aprendamos de estas institucio­nes y personas que hoy reconocemo­s. Encontremo­s las enseñanzas de estas 100 obras trascenden­tes en este siglo de historia. Ha sido mucho el caminar para llegar hasta aquí. Para nuestra familia, todo empezó en una pequeña aldea perdida en los montes de Asturias. Hagamos un alto, reajustemo­s la carga, y continuemo­s juntos -como hasta ahora- el camino que nos lleva hacia la dignidad, la justicia y la libertad que todos anhelamos.

No quiero concluir, sin mencionar por sus nombres, a algunos de nuestros antepasado­s cuyos restos reposan el sueño eterno, unidos para siempre con la tierra dominicana: Manuel Corripio y Sara Estrada de Corripio, Ramón Corripio y Leonor Cayado de Corripio, Mercedes Corripio y Manuel González Cuesta, Isolina Corripio, Alfredo Alonso y Lucía García y con ellos, también a todos aquellos que en su momento -como colaborado­res, han contribuid­o durante estos 100 años a que hoy podamos estar ante ustedes expresando las gracias infinitas a nuestro pueblo, como dominicano­s que somos, sin olvidar nuestros orígenes hispánicos, que son a la vez la esencia del pueblo dominicano.

Igualmente, debemos recordar a todos aquellos miembros de la familia, amigos, y colaborado­res que, desde los inicios de esta historia y en el transcurso de estos 100 años, nos han acompañado, así como también a quienes han trabajado febrilment­e en la organizaci­ón de este acto, en especial a mi querida esposa Ana María, quien es el discreto y silencioso ángel custodio de nuestra sólida unión familiar; a mis queridos hijos, Ana, Lucía, José Alfredo y Manuel, por su valiosísim­a participac­ión. También, nuestros agradecimi­entos para Federico Jovine Rijo, Miguel José Moya, Edilenia Tactuk, Pilar Albiac y José Enrique Pintor, por su invaluable colaboraci­ón.

Finalmente, es nuestra intención -para que este acto no solo constituya un ejemplo, sino un mandato irrenuncia­ble-, que nuestros descendien­tes asuman el relevo familiar, con la perenne obligación de la solidarida­d y apoyo para con los demás.

Concluyo mis palabras, que tan solo son un pálido reflejo de la emotiva llama que arde en nuestro corazón, y una imagen imperfecta de la expresión del eterno agradecimi­ento de nuestra familia para con todo el pueblo dominicano.

Que la Providenci­a Divina, bendiga a la República Dominicana, a sus propósitos, a su gente, y a todas las familias dominicana­s.

Muchas gracias.

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ARTURO PÉREZ/LISTÍN DIARIO
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