¿La última?
Se derrumbó la imagen que tenía de una persona. Bastó una frase suya para que se levantara un abismo entre mi opinión pasada y la actual. Fue una sorpresa descubrir que le admiré hasta ese instante, ni un segundo más.
Luego de esa experiencia, me asaltó un pensamiento, cualquier día pueden cambiar mis afectos, mi visión del mundo o podría estar escribiendo mi última columna. ¡Quién sabe!
Lo cierto es que ignoras cuándo terminará una amistad que parecía eterna. Tampoco sabes cuándo dejarás de amar a alguien a quien amaste por mucho tiempo, tanto que nunca calculaste que llegaría el momento del olvido, pero llega. Y te puede tomar por sorpresa, sin aviso previo, como un regalo de Dios, de sopetón, idéntico a una cirugía que corta todo lo dañado y, entonces, te declaran libre de una enfermedad, que además, ni deja secuelas.
Y, como Dios es impredecible, puede pasar, también, que cualquier día, uno de esos que empiezan como todos, con atascos de tránsito, sol, trabajo, problemas en la plomería, el cabello sucio y el tiempo apenas necesario para maquillarte la cara, te encuentres de nuevo con el amor, sin proponértelo, sin sospecharlo. O descubras una persona fantástica con la que entablas una nueva amistad.
Sin anunciarse, ese amor, o esa amistad, se meten en tu corazón. Y puede, la vida definitivamente no otorga pre avisos, que también un día se marchen como llegaron, y el tiempo no alcance ni para despedirlos.
Igual que se va, cualquier día, la persona que más has amado, el pariente más querido, el vecino más simpático, el compañero de trabajo al que te sentías más unida, o gente que solo formaba parte del paisaje de tu existencia y, como ocurre con todo, un día se borra, desaparece, marcha, tan inadvertidamente como los que sí te importan.
Lo cierto es que el Señor, el único que conoce nuestras sendas antes de que las recorramos, nos sorprende casi siempre. De manera que sabes tan poco del próximo año como del siguiente segundo. Aquel en que se romperá tu taza favorita o sonará el teléfono con una última o una primera llamada. El siguiente minuto cuenta con un cincuenta por ciento de posibilidades de que ocurra tal y como lo planeaste o suceda lo inimaginable. El día de mañana, también. Y el próximo año y los próximos veinte segundos, veinte días o veinte años. Igual a la parábola bíblica del hombre necio, que planificó expandir su granero y sentarse a descansar, pero la muerte se lo llevó esa misma noche, nuestros planes son frágiles como el empeño que ponemos en controlar un mañana que nadie sabe si alcanzará a vivir. O la certeza que damos a otros de unos sentimientos tan variables como cada ser humano.
Yo, por ejemplo, de manera súbita e inimaginable, vi hacerse añicos mi buena opinión de alguien. De ahí que cuando planificaba mi próxima columna, me asaltó un pensamiento, ¿qué tal si esta fuera la última? Solo Dios sabe.