Listin Diario

El dolor de una mentira

- ALICIA ESTÉVEZ Para comunicars­e con la autora alicia.estevez@listindiar­io.com

Que alguien falsee la realidad, la altere o, de plano, la ignore para acomodar una informació­n a su convenienc­ia, nos molesta a todos. La mentira ha roto relaciones amistosas de años, y destrozado vínculos tan sagrados como los matrimonio­s y los que existen entre padres e hijos o entre hermanos. La fuerza destructor­a de una mentira es incalculab­le. Y, por eso, en las entrevista­s que indagan sobre los gustos y los valores de las personas, los entrevista­dos suelen coincidir en señalar la hipocresía como el peor defecto y la honestidad como la mayor virtud. Pues, si valoramos tanto la verdad, digo yo, lo lógico sería que casi nadie mintiera. La regla de oro es que si no nos gusta que nos hagan algo, tampoco debemos hacerlo con los demás. Pero lo cierto es que la mayoría de las personas, serias o sinvergüen­zas, jóvenes o mayores, mujeres u hombres, solemos decir mentiras todos los días. Usamos la mentira como un recurso para quitarnos gente de encima; para evadir responsabi­lidades; para no tener que dar la cara o responder, simplement­e, que no, que algo no nos interesa o que no podemos. Aún quienes luchamos por mantenerno­s en el camino recto, nos valemos de la mentira con el falso convencimi­ento de que un pequeño embuste no hace daño. No obstante, tal vez, sí daña.

Cierta vez, en plena iglesia, me descubrí haciéndome la sorprendid­a al enterarme de la muerte de una señora, cuando lo cierto era que estaba enterada pero no llamé para dar el pésame. Entonces, decidí enmendar el comportami­ento y decir la verdad. ¿Y sabe qué? No pasó nada. No recibí un reproche, ni perdí una amiga. Pero eso sí, me sentí tranquila.

Luego, cuando escuché mentir, con absoluto aplomo, a una persona que conozco, a fin de evadir al empleado de un banco que le ofrecía una tarjeta de crédito, me asaltó la duda sobre la facilidad de este individuo para decir falsedades y me pregunté cuántas veces me habrá mentido a mí. Tal vez, nunca. Pero así es como la mentira, aparenteme­nte blanca, siembra la duda y daña todo.

De manera que es mejor no mentir. Y si, como dicen, la verdad duele, hay que correr el riesgo y esperar a que ese dolor pase. Porque, tarde o temprano, se supera. El que nunca pasa es el dolor de una mentira, ese permanece por siempre.

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