Familia, compromiso de todos
Terminó el mes de noviembre y de esta forma también el “Mes de la Familia”. Con algunas excepciones dignas de resaltar, como la ya tradicional caminata de la Iglesia católica, a través de la cual nos recuerdan la importancia de la familia como base para el desarrollo integral de una sociedad, se realizaron muy pocas actividades orientadas a reflexionar y repensar nuevas acciones para preservar y fortalecer la más antiguas de las instituciones.
Sin embargo, es preciso puntualizar que esta responsabilidad, para que dé al traste con los resultados deseados, deber ser necesariamente compartida entre los padres y el Estado como garante del crecimiento, desarrollo social y la estabilidad de cada familia.
Por eso apelo a que vivamos el “Mes de la Familia” los 365 días del año y que sea una labor permanente que pase de las palabras a los hechos; que eduque en los hogares y desde la Administración Pública en base al ejemplo.
Una labor que brinde a la juventud las herramientas y las bases para educarse; las opciones para alcanzar sus sueños y metas, y la oportunidad para entretenerse y recrearse a través de la práctica del deporte en cada barrio o adentrarse en el maravilloso mundo del arte.
Pero también de educación para los padres, para que entiendan y asuman el enorme compromiso de guiar a sus hijos y formarlos para que se desarrollen emocionalmente sanos, corregirlos, aplicar sanciones, y “meterlos en cintura” cuando se salgan del carril, lo que los conducirá a convertirse en ciudadanos ejemplares y útiles para su patria.
¿Qué hace falta, entonces, para poner manos a la obra sin más tiempo que perder? ¿O es que acaso habremos de esperar más suicidios de jóvenes frustrados, insatisfechos y presos de sufrimientos por una sociedad que ha invertido el verdadero sentido del éxito y la felicidad?
Mientras nos dilatamos en hallar respuestas, muchos hijos seguirán siendo víctimas de una sociedad que en vez de propiciarles condiciones saludables de vida los conmina a tomar el camino que los lleva directo a la cárcel o al cementerio.
Sí, se puede. Y ese debe ser nuestro lema para lograr el cambio.