La meta es la risa
La madre de un niño autista se acerca a una psiquiatra y le cuenta su “tragedia”. Su hijo se levanta todos los días antes de las seis de la mañana a dar vueltas por la casa hablando solo. En algunos momentos, hace tanto ruido que la despierta. Cuando no le impide dormir un ratito más por esa vía, lo consigue entrando sin tocar, como una tromba, a la habitación donde ella se encuentra descansando. Aunque le ha explicado, miles de veces, que debe abrir con cuidado para no hacer ruido, nunca lo recuerda. Si le deja la puerta cerrada, entonces, toca tan fuerte, para que le abran, que despierta a toda la familia. Lo único que ha aprendido es a no llamarla de repente, cuando la ve dormida. Pero, en lugar de ello, si logra entrar sin hacer ruido, se para ante la cama hasta que el subconsciente le dice a ella que alguien la observa y despierta sobresaltada encontrándose con la cara de su hijo que le dice: “Hola, mami”.
El caso es que, antes de que sean las siete de la mañana, ya él ha orinado el borde del sanitario, dejado la pasta dental destapada, tirado la ropa al piso, se ha puesto el polo del colegio a medias, metiendo solo la parte de adelante por el pantalón y dejando fuera la de atrás. La madre admite el reto que lidiar con su hijo significa cada día, incluyendo las sorpresas por la clara inteligencia con que reacciona ante situaciones en que piensa que él no entiende.
Por ejemplo, con disimulo, le revisó la mochila de ir a clases en la tarde porque le pareció ver que metía algo a escondidas. Descubrió que el secreto era un lápiz mientras su hijo, contemplándola con cara divertida, le señaló: “Las drogas están en la mochila del colegio”. La psiquiatra prestó atención a la madre, que le pidió un consejo. ¿Cómo lidiar con todas esas situaciones, que a veces la sacan de quicio, y que, probablemente, continuarán ocurriendo toda la vida? La doctora le respondió: “La meta es la risa”. Le dijo que le sacara seriedad, peso, a esos comportamientos y en lugar de enfurecerse, cada vez que su hijo lleve la camisa a medio poner, lo vea como una situación jocosa. Lo mismo ante sus fantasmagóricas apariciones en la mañana. Otro consejo que le ofreció fue: “Déjalo simple. No lo compliques”. Le recordó que nada es más largo que la cantaleta de una mamá quejándose y que también, la mayoría de las veces, nada resulta más inútil.
“Dejarlo siempre simple, decir lo necesario, no más, y buscar como meta la risa, es la receta para usted. El niño está bien”, le explicó la psiquiatra.