Listin Diario

Mejor libertad que dictadura

- Alfredo Freites PUBLICA DE LUNES A VIERNES alfredofre­itesc@gmail.com

La falta de control del crimen, la angustia o zozobra del ciudadano no tienen que llevarnos al reclamo de un gobierno de fuerza. La petición de una dictadura es un reclamo absurdo. Las debilidade­s sociales no se remedian con el atropello ni la sinrazón. Tenemos que exigir el cumplimien­to de las leyes y someter a ellas a los violadores. Esa es la postura de principios.

Los que hablan bien del trujillism­o o bien no lo vivieron o se olvidaron qué era esa monstruosi­dad. Es una majadería dejarse llevar de un elemento de propaganda del régimen. La seguridad bajo la dictadura se asentaba en la falta de libertad. Ni siquiera se podía decir que habíamos tenido un mal día, se interpreta­ba como una alusión a la dictadura. Los espías estaban entre los amigos y familiares. Nadie podía pensar contrario a la dictadura ni quejarse de su régimen de privilegio­s. El asesinato o las cárceles con sus centros de torturas eran la respuesta al terror político. Ningún ciudadano estaba a cubierto de la persecució­n.

Bajo el trujillism­o ser opositor era peor que una enfermedad contagiosa. Si alguien era desafecto a la dictadura afectaba a sus familiares.

Ninguna mujer estaba a salvo del voraz apetito sexual de los Trujillo que ejercían el feudal derecho de pernada. La República era un reinado donde el tirano tenía propiedad de vida y muerte.

Rafael Trujillo Molina era el propietari­o de las empresas, socio de algunas y dueño en potencia de cualquiera que se emprendier­a. En pocas palabras, era él Estado. Las calles y avenidas, pueblos y provincias eran bautizadas con los nombres de la familia. La educación tenía al tirano como el primer maestro y sus lacayos lo vendían como algo divino.

El ejercicio político de Trujillo fue una estela de sangre de todos los que se opusieron a la dictadura. No respetó niños ni mujeres. Sus crímenes enlutaron todo el país. Hablar bien del trujillism­o es no querer pensar.

Es cierto que no vivimos en el paraíso, pero un nieto de Trujillo carece de moral para hablar y mucho menos decir que vivimos bajo una dictadura. La falta de seguridad debe llevarnos a reclamar el imperio de la ley, no de un régimen de fuerza. Es imperioso que hablemos de un sistema donde haya justicia y respeto a los derechos.

La presencia del nieto de Trujillo debe aprovechar­se para hablar de libertad.

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