Ante el embrujo de Shakespeare
He aquí que tratar de dibujar una cierta geografía de presencia de Shakespeare en el acontecer del teatro dominicano bien sea por el trabajo de grupos consagrados como de agrupaciones emergentes me indica que son limitados los que considero hitos que puedan referenciarse a la hora de hablar sobre el legado de Shakespeare en lo nacional.
Dejaré constancia de dos proyectos que se han dejado seducir por el embrujo de Shakespeare. Hablaré de directores como Fausto Rojas y Husmell Díaz Sánchez. Dos referencias cuya acción se me reveló de alto tenor al momento de dialogar con la obra del bardo isabelino: “Yago: yo no soy el que soy” (2017), inspirada en Otelo, y “La Tempestad H2O” (2016).
Primero, para el caso de Rojas porque es un ejemplo de una cierta dinámica que ha apelado al exigirle al actor a tomar prestado otras formas de actuar, ciertos estilos, gestos específicos. Se sirve del impulso físico y discursivo de los personajes con los que está en conflicto; juega el juego del otro para rebatirle más eficazmente esa situación lúdica y de allí, crear un lenguaje altamente plástico y expresivo. Comprobación del cómo la técnica incide en el lenguaje y este en un sentido significante para el trabajo y por extensión, al espectador.
En el caso de Díaz Sánchez debido a que ha sabido coordinar con mano diestra una certera adaptación de lo trágico, pero filtrado a partir de su personal universo como hombre y artista. Creó así un asombroso conjunto plástico capaz de transmitir a la platea desde un escenario acuático, una sensación de es- plendor, originalidad y particular sensación de traspasar el escenario. Una labor aferrada a la calidad del texto y por extensión a que la escena conlleve ese nexo indisoluble con las convenciones. Díaz Sánchez se propuso acercarse a un Shakespeare que era más un universo abierto del cual es difícil concretar una última palabra.
Con la ejemplificación de estos referentes, la obra de William Shakespeare ha tenido osadía, riesgo y manejo conceptual. Dos grupos que escenificaron dos piezas con lapsos de un año de diferencia. La Compañía Nacional de Teatro y Anacaona Teatro ofrecieron al teatro nacional algo que yo creí digno de emular. Sin embargo, esta situación quedó trunca. Eso, para bien o para mal, marcó el “ser o no ser” del teatro dominicano.