Listin Diario

PEREGRINAN­DO A CAMPO TRAVIESA Enrique III depuso a tres papas y nombró a su candidato

- MANUEL PABLO MAZA MIQUEL, S.J. AUTOR ES DE LA

Todavía en la mitad del siglo XI campeaban por sus respetos las ambiciones de las familias romanas nobles. Dos candidatos rivales se disputaban el papado. En San Pedro Laterano, se asentaba un hijo de Alberico III, cabeza de la facción tusculana. Llevaba el título de Benedicto IX. Aun librándolo de muchas de las exageradas lacras de sus detractore­s, el hombre llevó una vida disoluta dirigida por pasiones políticas. El pueblo de Roma estaba harto y se rebeló contra él y el control de su familia, en septiembre del 1044. Para el 20 de enero de 1045, los Crescencio­s, una familia rival, habían logrado instalar como papa a Silvestre III, obispo Juan de Sabina. Benedicto IX, que se había refugiado en el Trastévere, excomulgó a Silvestre y reasumió el papado, pero esta segunda vuelta solo le duró dos meses, pues en mayo abdicó el papado a favor de su padrino, Juan Graciano, que tomó el nombre de Gregorio VI. Benedicto IX renunció probableme­nte para librarse de una vida en medio de una población hostil y por presiones de sus amigos. Pero genio y figura hasta en su renuncia, Gregorio VI tuvo que recaudar una ingente suma de dinero para que su padrino se fuera en paz y se retirara a una propiedad familiar cerca de Frascati.

Conocedor de esta situación, el emperador alemán Enrique III cruzó los Alpes en el otoño de 1046 legitimado por un nutrido grupo de ilustres eclesiásti­cos y un poderoso ejército que infundió temor a todas las facciones.

El Emperador citó a los tres papas en Sutri cerca de Roma el 20 de diciembre. Inmediatam­ente depuso a Silvestre. Gregorio se depuso a sí mismo, luego de confesar con simple candor su buena intención al pagarle a Benedicto IX una ingente suma de dinero. Para el 24 diciembre Benedicto IX también fue depuesto.

Ahora Enrique III buscaba un papa. Primero pensó en el poderoso obispo de Bremen, Adalberto, pero éste se negó y recomendó a su amigo, el obispo Sugerio, obispo de Bamberg, que consagrado el día de Navidad del 1046 asumió el papado con el nombre de Clemente II. De hecho, Enrique III no tenía derecho a proponer a nadie para el solio pontificio, pues todavía no había sido consagrado emperador, pero los romanos no tenían ningún candidato y con gusto accedieron al propuesto por el Emperador. Sugerio había sido capellán de la corte de Enrique II. El nuevo papa era un hombre íntegro, de calidad moral a toda prueba y estaba tan desprovist­o de recursos que tuvo que pedir ayuda a su antiguo obispado.

Inmediatam­ente coronó a Enrique y a su esposa Inés, y les confirió un privilegio infundado, reconocido desde el siglo X: indicar al pueblo, clero y jerarquía de Roma, quién debía ser el papa. El papado había caído en tal desprestig­io, que muchos vieron en Enrique un salvador de la sede de Pedro de la nefasta corrupción de las familias romanas, pero vivirían lo suficiente para lamentarse del cambio de la esclavitud italiana por las nuevas cadenas alemanas.

En el séquito del papa depuesto Gregorio VI, cabalgaba un joven eclesiásti­co, Hildebrand­o de quien volveremos a hablar en estas páginas.

Clemente II inició la reforma de la Iglesia en enero del 1047 con un gran sínodo. Allí se condenó toda compra y venta de las cosas espiritual­es. Pedro Damián le escribió para criticar lo lenta que avanzaba la reforma. Clemente, tanto quería a su diócesis de Bamberg, ¡que se mantuvo como su obispo durante todo su papado! Está enterrado en la catedral de Bamberg, hasta ahora, es el único Papa enterrado en Alemania. A su muerte, Benedicto IX, ¡todavía ocupó el papado por medio año! El Emperador obligó al poderoso Bonifacio, conde de Toscana a deponerlo. EL PROFESOR ASOCIADO PUCMM mmaza@pucmm.edu.do

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