VIVIENDO EN UN MUNDO DE ETIQUETAS SOCIALES
Las etiquetas son el resultado del esfuerzo de las personas por darle sentido, justificación y encontrarle significado a la realidad que les rodea, así como las diferencias entre las personas.
En el entorno donde se relacionan, las personas tienden a etiquetar o señalar a otros, producto de los condicionamientos sociales en los que se vive. Sin embargo, aunque no se podría decir que las etiquetas son buenas o malas, de un modo u otro, estos estereotipos generan muchas veces exclusión, rechazo y discriminación entre los miembros de un conglomerado.
Sobre este tema habla Ernesto Díaz Laguardia, consultor de Trainer & Neurocoach, de nacionalidad cubana, certificado en ‘master’ en Programación Neurolingüística y miembro de la Asociación Internacional de Coaching (IAC). Al respecto responde algunas preguntas.
¿Cómo se podrían definir las etiquetas o estereotipos y por qué se producen?
Las etiquetas y estereotipos son el resultado del esfuerzo de las personas por darle sentido, justificación y encontrarle significado a la realidad que les rodea, a las personas que consideran diferentes de sí, ya sea por su origen étnico, su cultura, su estatus social y económico, su edad y cualquier otra condición. Son ideas expresadas en palabras e imágenes, que generan y refuerzan emociones como el desprecio, el miedo e incluso la ira, así como acciones de rechazo, aislamiento y oposición. Vienen dadas por los condicionamientos a que nos vemos sometidas las personas desde edades tempranas por los adultos de referencia, al adoctrinamiento cultural que propone que, “quien no es igual es nuestro enemigo”, “quien no está con nosotros, está contra nosotros” y en consecuencias, hay que enfrentarlo. De igual forma, encuentra sus causas en la no educación en competencias como la compasión y la colaboración y en un deficiente acompañamiento en el proceso de socialización con otras personas que no pertenecen al núcleo familiar y comunitario conocidos.
¿Son las etiquetas inherentes a la condición humana?
No lo son, en el sentido de que no nacemos con ellas codificadas en nuestro cerebro, ni estamos condicionados como seres humanos a ponerlas o a usarlas ineludiblemente. Son el resultado como ya dijimos de los procesos de aprendizaje, de un buscar comprender la realidad que nos rodea y eso sí es inherente a la condición humana: la curiosidad, la búsqueda de sentido y de significado. Podemos encontrar que ante una misma realidad, persona o grupo, que se nos presentan, cada cual forme sus propias opiniones a partir de lo perci- bido a través de la experiencia directa o aprendida de otros y ponga un nombre para definir estas realidades y entonces con ello acabe por etiquetar, crear estereotipos, reforzar prejuicios.
¿Hay etiquetas buenas o malas?
Hay etiquetas. El significado de las mismas y la actuación en consecuencia es lo que podría considerarse bueno o malo. El mismo uso de términos como bueno o malo termina entrañando una calificación de las cosas, de las personas y del mundo, que dependerá de a qué se aplique, en qué sentido y con qué fin. Con términos como negro, pobre, extranjero y otros, sucede lo mismo. Una etiqueta o estereotipo genera prejuicios y los refuerzan, los prejuicios influyen en las emociones y en nuestros actos de acercamiento o exclusión, con todo ello se refuerza un orden de cosas dentro de la sociedad, que puede permanecer por generaciones y hacer mucho daño. Incluso provocar divisiones, conflictos, guerras y con ellas sabemos lo que viene como consecuencia: muerte, dolor, deshumanización.
¿Afectan estas el desarrollo cuando se tiene un patrón limitante? ¿Cómo afectan la psique?
Cada vez que usamos etiquetas, hay emociones que se implican y conexiones neuronales que se refuerzan en nuestro cerebro. Solo hay que cerrar los ojos un momento y pensar en nosotros mismos, usar varias de esas etiquetas que nos han enseñado para descalificarnos: fracasado, idiota, maldito o cualquier otra, para comprobar el efecto que causan. Su uso continuo, durante mucho tiempo, acaban por generar afectaciones tanto en lo físico como en el plano emocional y cognitivo y ni se diga en el plano de las relaciones con otras personas de nuestro entorno y más allá o en aspectos como el desempeño académico o laboral. Una persona en una posición de liderazgo, que se comunica con su equipo de colaboradores mediante el uso de diversos calificativos con una connotación negativa, puede causar mucho daño, tanto en las personas y su rendimiento, como en lo que se conoce como el clima organizacional. Ocurre lo contrario, siempre y cuando la expresión y uso de otros calificativos sea veraz y auténtica.
¿Qué se puede hacer cuando se cree en esta etiqueta y se quiere superar un obstáculo?
Las etiquetas funcionan como un hechizo o conjuro, una norma o idea aceptada como verdadera, en ocasiones, a niveles profundos de la persona. Es muy importante comenzar por darnos cuenta de dichas etiquetas en nosotros y reconocer el poder que han tenido, al tiempo de pensar que lo contrario a ellas también es posible. Posible para nosotros, por lo que lo aprendido e interiorizado se puede desaprender, recordando que ser persona humana es mucho más que una etiqueta, un estereotipo, creencia o comportamiento. A veces la ayuda externa de un consejero profesional, coach o terapeuta pueden ser necesarias para ayudarnos a desmontar las varias capas de significado que se han creado con el paso del tiempo y que nos han estado haciendo daño o que sentimos que no nos dejan avanzar en la vida.
En el caso de los niños se ven mucho estos estereotipos en las aulas y grupo de amigos. Cuando se genera la exclusión por este tema ¿qué se puede hacer?
Las escuelas, como las familias y otros adultos, que son referentes para los niños y las niñas, tienen un rol central en el proceso de socialización y en la creación de etiquetas y estereotipos. A veces por acción, otras por omisión. Enseñar y ayudar a desarrollar en la práctica cotidiana competencias básicas como el pensamiento crítico, la calma (que incluyen el autoconocimiento y el manejo inteligente de las emociones), la compasión (que incluye la empatía y aceptación del otro), así como la comunicación interpersonal, la colaboración y el civismo, son un rol primordial de docentes y directivos de escuelas.