Nostalgias de invierno
“Hoy, rigurosamente hoy, ha nacido un nuevo muerto. Ha nacido un nuevo niño en la calle”. - P. Andión.
Con diciembre llega el invierno, con los tiempos navideños llegan los recuerdos, y gracias a estos una vez más somos víctimas de “las trampas caritativas de la nostalgia”, a las que se refiere García Márquez en “El amor en los tiempos del cólera”. Si febrero es mes de amores y abril lo es de esperanzas, diciembre es el mes de la nostalgia, tiempo de pasar balance frente a un personal espejo, implacable como los adioses. “De los pobres será el reino de los cielos”, cuentan que dice más de un libro sagrado de más de una religión o filosofía, (la Biblia de los cristianos tiene mucho de los filósofos de Oriente que le anteceden), pero este reino, ya lo ven, es de los otros. Lo triste de estos tiempos y estos balances es la pobreza, no sólo de pan sino también de alma. Miserias materiales de los humildes, tristezas existenciales de los pudientes, pobres en el más doloroso sentido de la palabra pobre.
ODA AL DAR BOLAS.–
Precisamente, con esta nostalgia inevitable de la Navidad he vuelto a recordar la solidaria práctica de “dar bolas”. Aunque los más jóvenes no lo crean, hasta hace pocos años en nuestro país “pedir bola” era lo más normal del mundo y el darla lo era mucho más. “Pidiendo bola” llegaba uno de Baní al ISA, en Santiago o estudiaba en la UASD viviendo en San Cristóbal o Baní. Recuerdo que en 1982 tuve mi primer carro y en reciprocidad por tanta solidaridad acumulada en mis años de estudiante del ISA siempre daba bola a quienes a la salida de Baní o la capital la pedían. Estudiantes y especialmente militares tenían prioridad en mi Datsun 120 A. De esas “bolas” guardo recuerdos y conservo amistades. “Dar bolas” en los ochentas era como estar en Facebook, pero cara a cara. Más de un coronel o general activo o retirado, más de un doctor o ingeniero siendo un vil 0-11 uasdiano, fue beneficiario de una “bola”, que incluía, además, una parada en Paya, con pamela de dulce de leche con coco y un par de “frías”, por supuesto.
EL PAÍS QUE PERDIMOS.
Así se vivía en el país que ya perdimos. Para entonces, la pobreza material era mayor pero la desigualdad era mucho menor, lo que facilitaba la convivencia. Todos estudiábamos con los mismos libros, Álgebra de Baldor, por decir. Para entonces, un rico lo era por tener lavadora y aire acondicionado en su casa de blocks, una TV, un Chevrolet Impala, y una “querida” bien mudada, oiga usted, que el corazón “siempre ha tenido más habitaciones que una casa de putas”, según me contó el sábado en LUCIA 203 don Florentino Ariza, quien además pagó la cuenta. Hoy, detenerse a dar una bola en la salida de la capital hacia Baní (donde las autoridades han sido incapaces de imponer orden a las bandas choferiles que anarquizan el tránsito estacionados en triple fila) sería un acto temerario, los dominicanos nos tenemos miedo entre sí. Peligrosamente, en el mismo territorio conviven varios países, y no hablo de inmigrantes.
En aquellos años existía una riqueza intangible que entonces no percibíamos. Éramos ricos, pero no lo sabíamos. El Instagram era la esquina del parque. En el barrio Mejoramiento Social el Facebook estaba exactamente en la verja de doña Yolanda, en “la esquina de McKINNEY”, casa de mis viejos. Los vecinos eran familia. Muchas veces no existía la empalizada que separa una casa de otra, como en el caso de las familias Perelló y Ortiz. Perdón por la nostalgia, pero es que al salir de Baní hacia la Capital, ver estudiantes y militares esperando una bola, y saber que, por seguridad, por mis Paolas, no debía detenerme, me hizo sentir algo parecido a lo que sintió la abuela de Facundo Cabral cuando se enteró que había muerto Carlos Gardel… “Joder, mijo, ahora sí somos pobres de verdad.”