VIVENCIAS

EJuan Francisco Puello Herrera

l apóstol Pablo con mucha precisión describe la fe como certeza (fundamento) de lo que se espera y prueba (garantía) de lo que no se ve. El creyente tiene en la fe su más firme apoyo, en ella y por su medio nuestra alma satisface el deseo de sentir la presencia divina. La vivencia de la fe es algo maravilloso, es una espera consciente o un tiempo de nostalgia, que sirve de puente para descubrir a ese Dios que espera por cada uno de nosotros. Por su parte, la palabra de Dios (Véase Hebreos 4, 12-16) es viva y eficaz, más cortante que espada de doble filo, penetrante de tal manera que divide alma y espíritu, coyuntura y tuétanos.

De hacer una fusión entre la fe y la palabra de Dios descubriremos que manteniendo nuestra confesión de fe, estaremos mejor preparados para que Dios juzgue los deseos e intenciones de nuestro corazón. Explica Joseph Ratzinger en Introducción al cristianismo, que la “fe no es el resultado de una cavilación solitaria en la que el yo deja volar su fantasía y, libre de toda ligadura, la medita exclusivamente sobre la verdad; es más bien el resultado de un dialogo, expresión de la audición, de la percepción y de la respuesta que, mediante el intercambio entre el yo y el tú, lleva al hombre al nosotros de quienes creen lo mismo”.

Aunque la fe la han definido algunos como una “creencia ilógica en el advenimiento de lo improbable”, mediante esta descubrimos que el sentido de la vida se encuentra en luchar por instaurar el reinado de Dios en la tierra. Por otra parte la acogida de la palabra en la fe lleva a entender la participación en la vida de Dios mediante una relación nueva ente el hombre y Dios.

Desde esa perspectiva, y acercándonos a aquel que nos hace entender que de la vida nace la seguridad, asumiremos con una convicción a toda prueba nuestra realidad, teniendo en cuenta que ponerse en manos de Dios es el mejor negocio que podemos hacer.