La grandeza del país
Complacen mucho las explicaciones dadas por el presidente de la Junta Central Electoral en el sentido de que, la aplicación de la Resolución No. 03/17 depende del pronunciamiento de un tribunal, mediante sentencia al efecto y previa petición de parte interesada, que declare el abandono del solicitante.
Y digo que complace porque, hasta prueba contraria, que desdiga de su honestidad, yo creo en esa Junta Central. Recibo con tristeza los afanes de aventureros políticos y siervos de las grandes potencias que, de manera capciosa, especulan hasta del trino de un ruiseñor. Es verdad que nuestro país precisa del ejercicio permanente de los derechos de ciudadanía, de la acción colectiva que haga contrapeso a los poderes tradicionales que hacen inercia a la progresión democrática; pero también es verdad que muchos venden su pluma, su voz y hasta su reputación -si es que tienen alguna- en favor de causas espurias, pero, sobre todo, para servir a intereses de quienes nunca nos toman en cuenta como no sea para chantajearnos y exprimirnos. ¡Y eso, que solo consideran bocinas a quienes destacan las cosas positivas del gobierno!
Sé que, en nuestro medio, y más particularmente en el ejercicio del Estado, pueden aparecer hombres y mujeres con un empobrecido sentido de la grandeza -dondequiera se cuecen habas- pero ¡por Dios!, no veamos en cada hombre o mujer que desempeña un cargo público un corrupto o un adocenado servidor de intereses extraños.
La mayor crisis que vive el mundo es la moral, a ella le sigue la desconfianza generalizada, y aunque una conlleva a la otra, valdría la pena el ensayo de confiar; con ello ganaríamos todos. Los hombres y mujeres probos temen asumir la función pública para no ser embarrados por quienes tienen por oficio y renta la maledicencia y el descrédito; para tomar decisiones se ven permanentemente atormentados, pues nunca se sabe en qué dirección tergiversará un malintencionado sus directrices.
¡Paremos esa capciosa manera de “ayudar el país”! Avancemos hacia espacios de convivencia democrática sobre la base de una correcta interpretación de las acciones de nuestros hombres y mujeres públicos.
Soy un defensor -sin racismo ni xenofobia- de nuestra nacionalidad, pero eso lo haré siempre con la racionalidad que demanda; reconozco que uno de los problemas más importantes que tenemos como nación es el de la inmigración haitiana, pero confío en que nuestros mejores hombres de Estado sabrán lidiar con la cuestión con la sobriedad que reclama.
No sé cuántos hay en estado de abandono para que a nuestra Junta Central Electoral le surgiera la idea de regularlo de esa manera, pero sí admito que, un solo dominicano que así viva, merece la acción del Estado para regularizar su situación.
El propio presidente de la Junta Central Electoral ha dicho que la implementación de la Resolución 03/17 precisa de un protocolo que no se establecerá sin escuchar a todos los interesados. ¡Eso es gobernanza! Esperemos que discurra la aplicación de la medida, y mientras sucede, auditemos en accionar de la institución; y después, si se descubre que dicha medida ha sido un pretexto para servir intereses espureos, ¡fuego con la Junta! Mientras tanto ¡por Dios, dejémosla trabajar!
El autor es abogado y politólogo.