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DE DIOS Por qué nací aquí

- PUBLICA LOS MIÉRCOLES + VIERNES ALICIA ESTÉVEZ

Fue hace varias semanas. Llevaba a mi hijo mayor a una zona donde el tránsito se torna inmanejabl­e. El caos habitual, en cualquier punto de la ciudad, resulta poco comparado con lo que ocurre allí entre 7:30 y 8:30 de la mañana.

La tensión es tal, para cruzar un semáforo, para cambiar de carril o para transitar, porque estacionar­se ni pensarlo, que hice ejercicios de respiració­n, aspira suelta, suelta aspira. Apenas salir de casa, un motorista se devolvió en U, en vía contraria, ante la indiferenc­ia de cuatro agentes de la AMET que siguieron conversand­o alegres. Traté de cambiar de carril, con la luz activada, y nadie cedía el paso; vehículos estacionad­os en paralelo convirtier­on en un solo carril una calle de dos vías y obligaron a que todos tomáramos turnos, a la mala, para cruzar. En una esquina, un tarantín de comida, un carro y un motor, uno al lado del otro, hacían imposible doblar.

Después que dejé a mi hijo, llegué al Parque Mirador Sur, donde acostumbro ejercitarm­e, con los nervios de punta. Porque, además, casi atropello a un motorista que hizo una maniobra impensable. Ni logro explicar lo que vi.

Cuando empecé a caminar, ya no hacía ejercicios de respiració­n, lancé un grito. Miré hacia ese cielo espectacul­ar de diciembre y le dije a Dios: “Oye, Tú dime por qué me pusiste en este país. ¿Cuál es la razón? Porque, en este momento, no la entiendo”. La primera vez que ocurrió no me enteré. La segunda, tampoco. Pero la tercera sonreí y le di las gracias al Señor por responderm­e tan pronto. ¿Qué pasó? Si usted ha viajado al exterior, coincidirá conmigo en que cada quien va a lo suyo y lo máximo a que puedes aspirar es a un saludo cordial.

Aquí, en el Mirador Sur, aparece gente que saluda y otra que no. También, de manera esporádica, alguien que te bendice. Esa mañana resultó excepciona­l. Tres personas distintas me saludaron con un “Dios te bendiga” y llovieron los buenos días. La tercera vez que escuché el “Dios te bendiga”, ya me había reconcilia­do con el país, gracias a la belleza increíble del parque, y había olvidado mi pregunta a Dios, de por qué me puso aquí. Pero en esa tercera bendición recibida, reconocí que nacer en esta isla fue un regalo, de los muchos que he recibido de Sus manos. Este es un país precioso, con gente cálida que aún cree en Dios y no tiene miedo de decirlo. Hasta los extraños te bendicen. Al volver al vehículo, el tránsito también había mejorado, y agradecí porque, con todos nuestros defectos, me tocó, en suerte, vivir en esta tierra de bendicione­s.

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