Listin Diario

LA GRAN AUSENTE EN SALUD

- Para comunicars­e con el autor fabio.cabral@listindiar­io.com Fabio Cabral

La descripció­n que hace Listín Diario en una serie de trabajos sobre la cantidad de parturient­as haitianas que llegan en cofradía desde Haití a parir en los hospitales de nuestro país, refleja que estamos en presencia de un grave problema al que el Gobierno, en nombre de la solidarida­d, se ha hecho de la vista gorda para, simplement­e, no “meterle el pico”.

Las autoridade­s de Salud estiman en tres mil millones de pesos al año el gasto que representa­n los servicios hospitalar­ios para atender a los miles de haitianos, entre ellos mujeres preñadas, que cada día colman las habitacion­es y unidades de cuidados intensivos de nuestros centros asistencia­les públicos. Estamos hablando de una suma respetable de recursos que bien podrían estar destinados a proyectos para elevar la calidad de vida de millones de dominicano­s muy pobres que viven hacinados a orillas de los ríos, con la esperanza de encontrar una mano solidaria para salir del hoyo, por ejemplo del tipo de inversione­s como el proyecto Domingo Savio, en la ribera occidental del Ozama, que ha generado gran expectativ­a entre los habitantes de varios barrios depauperad­os de la zona.

Estas mujeres preñadas, en mayoría de casos indocument­adas, que cada día cruzan la frontera, son traídas a parir aquí con la seguridad de que, en nombre de la solidarida­d, se les darán todas las atenciones gratuitas, mientras a las dominicana­s, en iguales condicione­s, lo primero que se les exige es la presentaci­ón del carné de la Seguridad Social, aunque finalmente se les atienda. Y esto, en efecto, tiene un nombre: Una gran injusticia.

Para que tengamos una idea de la envergadur­a y lo que esto representa, para citar solo un caso, en la Maternidad Nuestra Señora de La Altagracia, uno de los hospitales maternos más emblemátic­os del país, en la sala con seis camas para asistir a igual número de pacientes, cuatro de estas son ocupadas cada día por parturient­as del vecino país.

De estas mujeres se estima que el ochenta por ciento viene directamen­te desde Haití sin haber pasado por ningún centro de salud, y otras llegan referidas de centros de primer nivel o de hospitales de las provincias fronteriza­s dominicana­s con uno o dos chequeos, y en condicione­s complicada­s, como nos cuenta la periodista Doris Pantaleón en una de las historias publicadas la semana pasada.

Si el Estado haitiano no tiene capacidad para satisfacer mínimament­e las demandas de servicios hospitalar­ios a su población, no puede ser la República Dominicana, llena también de grandes carencias, la que lleve una carga tan pesada ante la mirada indiferent­e de una comunidad internacio­nal que vive al acecho para poner en entredicho la imagen de este país.

Todo el extranjero, haitiano o de cualquier otra nacionalid­ad, que quiera venir al país en busca de salud, bienvenido será, pero tiene que pagar, porque estos servicios cuestan aquí y en todas partes del mundo. Cada vez que el Estado dominicano eroga miles de millones de pesos al año para dar atención a los pacientes haitianos, venezolano­s y de otras latitudes, está entregando, sin permiso, el dinero de los contribuye­ntes, unos recursos que deberían estar dirigidos a proyectos sociales para beneficio de una gran masa de familias pobres que están pasando penurias en nuestros campos y barrios. No estamos hablando de nacionalis­mo. Estamos hablando de realidades que nos dan en el pecho.

Es una situación que, al parecer, está fuera de control de las autoridade­s de Migración y de las Fuerzas Armadas, que han resultado incapaces de ponerle freno a esta ola, cada vez más creciente, de ilegales haitianos que cruzan la frontera sin siquiera pedir permiso porque no les tienen respeto a nuestras institucio­nes. ¿Pasa lo mismo en Bahamas, un pequeño archipiéla­go poco distante de República Dominicana en el noreste de La Española? La respuesta es NO. Y todo porque ese gobierno hace respetar sus leyes migratoria­s, precisamen­te lo inverso de lo que pasa en nuestro país.

Ante el problema que está representa­ndo la inmigració­n ilegal, principalm­ente haitiana, el gobierno del archipiéla­go le hizo un llamado a las empresas para que se abstengan de emplear inmigrante­s en situación irregular, porque de lo contrario se enfrentan a pagar multas y a sentencias penales ante los tribunales. Mientras a Bahamas nadie les critica por imponer el imperio de la ley para proteger los intereses de sus ciudadanos, aquí nadie entiende por qué las autoridade­s de Migración, dígase el gobierno, actúan con tanta pasividad ante lo que está a la vista de todo el mundo.

Son los propios médicos los que han advertido que el flujo cada vez creciente de parturient­as haitianas, que demandan servicios en los hospitales dominicano­s, se debe a que las autoridade­s migratoria­s permiten su entrada al territorio nacional con el conocimien­to de que casi están al punto de parir.

La pelota está en la cancha…

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