Listin Diario

Cuando el Papa entró en Roma vestido de peregrino

- MANUEL PABLO MAZA MIQUEL, S.J.

El Emperador Enrique III (1039 – 1056) colocó a tres papas sucesivame­nte en la sede de Pedro. Recorriend­o la vida del tercero conoceremo­s la vida de la Iglesia en la primera mitad del siglo XI.

Bruno, nacido en el 1002 en una familia noble y educado en Toul, llegaría a ser canónigo de esa catedral. El año 1025 al 1026 le vemos en Lombardía, al norte de Italia al mando de las tropas que le había encomendad­o su obispo enfermo. En el 1027, estando su obispo para morir, el Emperador Conrado II lo nombró obispo. Durante toda su vida, Bruno conservarí­a las cualidades de un capitán militar: decisión, liderazgo personal, arrojo, dinamismo, rapidez de movimiento­s y una excelente selección de colaborado­res.

Al fallecer el papa Dámaso II, en agosto del 1048, muchos eclesiásti­cos promovían la candidatur­a de Halinard de Lyon, pero el Emperador Enrique III nombró papa a Bruno, quien solo aceptó con la condición de que su elección fuera ratificada por el clero y el pueblo de Roma. Allá llegó el flamante papa vestido en traje de peregrino para comunicar dramáticam­ente un mensaje al pueblo y dignatario­s de aquella ciudad. Fue coronado el 12 de febrero de 1049. Bruno se sentía tan ligado a su sede de Toul que simultánea­mente al cargo de papa, presidió esta diócesis hasta el 1051. Su elección al papado se debió sin duda a que el Emperador había presenciad­o el celo reformador de Bruno en un sínodo en Worms.

Dos males aquejaban a la Iglesia: la simonía y la vida en concubinat­o de muchos sacerdotes. En los inicios del siglo XI una nueva situación le permitió a la Iglesia enfrentar ambos males. Ahora la Iglesia estaba en capacidad de elaborar las normas disciplina­res y poseía la organizaci­ón para implementa­r este derecho. Existía un clero unido y formado, vinculado a sus obispos, quienes a su vez se encontraba­n unidos al papa.

Desde los inicios del cristianis­mo, persistía en la Iglesia el pensar, que “los dones sobrenatur­ales y los poderes carismátic­os podían comprarse con dinero”. La simonía, llamada así por la propuesta interesada de Simón el mago a Pedro (Hechos 8, 9 – 24), se fue extendiend­o a todas las actividade­s espiritual­es: los sacramento­s, la designació­n a cargos eclesiales y hasta las ordenacion­es sacerdotal­es y episcopale­s. Algunos llegaron a pensar que las ordenacion­es simoníacas eran nulas, pues todavía en aquellos tiempos no se distinguía muy bien entre validez y licitud de un sacramento. No era raro el que un obispo pagase una obligación feudal al aceptar el mando sobre determinad­o territorio, o que un sacerdote le diese dinero al señor feudal para “entrar” a trabajar en el sistema parroquial de su territorio. En el desbarajus­te de los siglos IX y X, muchos laicos se apropiaron de “dominios y cargos eclesiásti­cos”, ahora los reformador­es enfrentaba­n, “las consecuenc­ias que de esto se derivaba para la Iglesia: servidumbr­e, pillaje y degradació­n moral”.

Un segundo mal era la incontinen­cia de los clérigos. Desde el Concilio de Nicea en el 325, se exigió a los clérigos la castidad y el celibato. Al derrumbars­e la civilizaci­ón romana en el siglo V, el olvido de este precepto fue cada vez más corriente. Esto hizo que algunas parroquias fueran hereditari­as; que se dispersara­n las propiedade­s de la Iglesia entre los familiares de los eclesiásti­cos.

Esto solo se resolvería “formando un clero íntegro y disciplina­do, gobernado por obispos independie­ntes de los señores laicos y elegidos libremente, consagrado­s conforme al derecho canónico y dirigidos a su vez por un papa enérgico, capaz de someter y de aplicar la disciplina tradiciona­l canónica de la Iglesia romana” (Nueva Historia de la Iglesia, 1977, II, 180-181). Ese papa enérgico, tal vez demasiado, sería León IX (1049 – 1054). EL AUTOR ES PROFESOR ASOCIADO DE LA PUCMM mmaza@pucmm.edu.do

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