Año I, tiempo de Trump
El año que ha pasado se puede considerar un año rico en acontecimientos tristes: migraciones humanas, violencia religiosa, terremotos, incendios forestales, actos terroristas, inundaciones, deslaves, tormentas tropicales, tormentas de nieves históricas; sequías, guerras, contaminación ambiental en aumento y desestabilización del clima y la vida del planeta. Solo un hecho positivo: la derrota del Estado Islámico en Siria e Irak. Pero el hecho más relevante del año desde mi punto de vista es la ascensión al poder en los Estados Unidos de un presidente tan alejado del comportamiento tradicional de la prudencia y del influjo determinante de las ideas y de los valores, de un comportamiento del liderazgo responsable y no de ruptura y confrontación, el lenguaje que a diario, constantemente se ve y se escucha en la capital norteamericana. Es el lenguaje nefasto propio de un dinamitero, de un partidario de la estampida mundial de acuerdos bilaterales, multilaterales y regionales, socavando la multilateralidad, fragmentando el mercado global y elevando el costo de hacer negocios entre los países, que son precisamente los principios de la OMC (Organización Mundial del Comercio). Pero además, el alejamiento de amigos históricos de Estados Unidos: Europa (no ha valorado la fortuita herencia política, geográfica y cultural de Estados Unidos, como solía decir Theodore Roosevelt); agresiones verbales y desencuentros fronterizos y de comercio con sus vecinos del norte y del sur (Canadá y México). Se adversa con dureza a la ONU (abandona la UNESCO) contradiciendo lo que mandatan sus decisiones (Jerusalén), y creándose conflictos innecesarios. Sin embargo, lo más preocupante es el peligro de mundanizar el poder tratando de alcanzar la “americanización del globo”, en una suerte de reducción del poder moral. Es esa la perceptibilidad y la percepción de la gente que ha puesto siempre su confianza en un presidente norteamericano, de quien se fía, y a quien se entrega, y al mismo tiempo confiarle una nación tan poderosa. La hiperpotencia más atrayente y seductora de la historia, que es núcleo de las cuatro (4) formas de globalización: Economía (mayor mercado de capitales); Militar (cobertura global con 587 bases militares en 42 países); Social (centro de la cultura popular), y medio ambiental (es la nación más contaminante del planeta). En sí, todo un peligro en un líder emocionalmente inestable y megalómano. Para nuestra América Latina y el Caribe, el presidente Trump no da marcha atrás en su censora actitud a los carteles, a la migración, y que somos una región de violentos. Ese parece ser nuestro protagonismo, y nos perjudica porque solo reflejamos los mismos problemas, tan arraigados como nuestros factores culturales; corrupción y mala democracia; Brasil, Perú y Venezuela liderando los errores; arrastramos la misma inmadurez humana; anomalías económicas y políticas, limitaciones y condicionamientos; desequilibrios sociales por la desigualdad, que afecta todo el entorno. Se hace persistente en el tiempo aún los esfuerzos de educación y reducción de pobreza y ampliación de los servicios públicos. Contemplada la realidad de exclusión, corrupción y represión, espacio histórico en que esta región del mundo se ha desenvuelto, arrastramos estos anacronismos que parecen imperecederos, insuperables; transitamos con los mismos padecimientos. No bastan leyes, si no se cambian las mentalidades.