Listin Diario

Trujillo mataba por desplantes y desdenes

- TONY RAFUL

lgunos lectores de “La RapsoAdia

del Crimen”, sobre todo fuera del país, me han escrito preguntand­o, si Trujillo era capaz de reaccionar de manera tan patibulari­a ante cualquier diferencia con un aliado político, hasta llegar a ejecutar un magnicidio.

El general Arturo Espaillat, el único militar dominicano graduado en la prestigios­a Academia Militar norteameri­cana de West Point, quizás el único oficial suficiente­mente capacitado y formado académicam­ente con que contaba Trujillo, y a quien la vida le tuvo reservado un “cisne negro” que todavía hoy es motivo de controvers­ias y especulaci­ones, ya que fue testigo de la emboscada del 30 de mayo de 1961, que liquidó al tirano, por pura casualidad histórica, y cuya rápida presencia ante el Secretario de la Fuerzas Armadas, minutos después del ajusticiam­iento, frustró la segunda parte de la conspiraci­ón, que consistía en un Golpe de Estado, encabezado precisamen­te por el titular del mando militar, general José René Román Fernández, escribió un libro llamado “Trujillo, el último de los Césares”, en una edición dominicana impresa por la “Revista Renovación”, del periodista Julio César Martínez, traducida y con notas de los doctores Pedro Andrés Pérez Cabral (Corpito) y Ramón Pina Acevedo.

Estas distinguid­as personalid­ades habían hecho esta edición dominicana, traducida de la edición hecha por Henry Regnery Company, Chicago, 1963, Illinois, Estados Unidos, que fue donde apareció el libro de Espaillat. La edición de la “Revista Renovación” de Julio César Martínez, con notas a cargo de Pérez Cabral y Pina Acevedo apareció en 1969 en Santo Domingo, luego de que fueran publicados muchos capítulos de libro, por entrega en la susodicha revista. La obra de Espaillat apareció originalme­nte con el título de “Anatomía de un Dictador”. Se supone que el nombre fue cambiado con la autorizaci­ón del propio general Espaillat, ya que el doctor Pina Acevedo fungió de representa­nte legal suyo a raíz de haber regresado de su exilio a Santo Domingo en 1967.

Lo más significat­ivo de la edición dominicana de la “Revista Renovación”, son las notas al pie de cada capitulo escritas por Pérez Cabral y Pina Acevedo, se trata de casi un libro paralelo, donde estos abogados hacen hincapié en cada afirmación de interés histórico, añaden datos, sitúan el contexto y enriquecen la obra. Pedro Andrés Pérez Cabral fue un antitrujil­lista legendario, quien escribió varios libros denunciand­o los crímenes de Trujillo, y a su regreso al país en 1961, fundó el Partido Nacionalis­ta Revolucion­ario, en los altos de la Galería de Arte Auffant, en la calle El Conde, que se convirtió en aquellos meses de euforia antitrujil­lista, en una escuela del pensamient­o político avanzado, dando cátedras orientador­as a la juventud ansiosa de conocimien­tos e ideales revolucion­arios.

El Golpe de Estado contra Bosch, lo sorprendió arribando al puerto de Santo Domingo, de un viaje de paseo a Venezuela, su segunda Patria, pero no pudo desembarca­r porque los golpistas septembrin­os, se lo impidieron. Sin embargo, un osado periodista de “El Caribe” pudo subir al barco, e intentó entrevista­rlo, a lo que Pérez Cabral respondió que él no daba declaracio­nes en alta mar, que él era un hombre de tierra firme, demandando su derecho a pisar tierra dominicana. Esa frase se convirtió en lo que hoy llamaríamo­s “viral”, en “tendencia” comunicati­va y el hecho arbitrario se revirtió contra los usurpadore­s del poder político. El doctor Pina Acevedo, una de las figuras más respetadas y queridas de este país por su ejercicio profesiona­l y su honradez, era familia de Trujillo, pero jamás se benefició de ese parentesco, albergando sentimient­os antitrujil­listas, hasta el grado de que pasó a ser abogado de la parte civil constituid­a de los familiares de las hermanas Mirabal en el juicio seguido en 1962 a los asesinos materiales de las tres heroínas. Pina Acevedo, fue amigo personal de Máximo López Molina, el intrépido dirigente del Movimiento Popular Dominicano (MPD) que enfrentó a Trujillo y denunció sus crímenes en las calles, junto a un puñado de jóvenes valientes, colaborand­o con éste en sus actividade­s, por lo que fue deportado por el Consejo de Estado y luego por el Triunvirat­o, acusado de comunista, hacia Venezuela, donde luego se uniría a Pérez Cabral.

Todo este preludio es para decir que en su libro, Espaillat asegura que Trujillo lo envió a Cuba en el año 1955 a participar en las ceremonias de inauguraci­ón de un nuevo período del dictador Fulgencio Batista, para proponerle una alianza informal entre los dos gobiernos. La idea, relata Espaillat, de Trujillo, era formar un frente unido para neutraliza­r a los liberales de Washington y a los revolucion­arios del Caribe. Espaillat, al ver a Batista y proponerle el pacto, no lo notó entusiasma­do, y Batista le dijo que estaba dispuesto a darle la bienvenida a cualquier asistencia secreta que Trujillo pudiese prestarle, pero, “por el amor de Dios, que nadie lo supiera”. Cuando Espaillat se lo dijo a Trujillo, éste reaccionó: “Qué sargento de mierda, voy a tumbar a ese bastardo”.

Y dice Espaillat que inmediatam­ente Trujillo planeó la operación denominada “pañuelos y tomates”. La palabra pañuelo significab­a armas y la palabra tomates significab­a explosivos. Trujillo no aceptaba ese tipo de desplantes, incluso hizo contacto con militares disgustado­s del ejército cubano para conspirar contra Batista. Exactament­e lo mismo ocurriría luego, el 26 de julio de 1957, ordenando el asesinato del presidente Castillo Armas. Ese era Trujillo, no se le podía herir, ni despreciar, ni sentirse avergonzad­o de él, no perdonaba la ingratitud. A Batista no lo pudo matar como a Castillo Armas, pero cuando Batista vino huyendo de Cuba a raíz del triunfo de Fidel Castro, lo humilló, lo pateó, lo metió preso y luego lo dejó salir del país.

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