Listin Diario

¡A ca’ cochino le llega su sábado!

- OSCAR MEDINA

1.- Todos los años aparecen institucio­nes religiosas; nuevas iglesias que carecen de cédula de identidad o partida de nacimiento. Por tanto les van contra el Papa y el propio Jesucristo. La TV está llena de documental­es judío-evangélico­s-judío-EEUUE), los primeros despojando a Jesús de su linaje divino, y los segundos, --más fácil de argumentar, colocando a la feligresía, a la grey, como un conjunto de desalmados capaces de cometer las más crureles tropelías e infames pecados hasta de ‘pedofilía’ con familiares y extraños, hasta robarles a la templos. Nadie con firmes conviccion­es vive de ‘decires’ o de chismes, y desde los antiguos libros comienzan los santos cruzándose la baranda, como David con Betsabé y su hijo Salomón con la reina de Saba. Las novelas pseudoreli­giosas están llenas. ¿Por qué debo y perder la cordura por eso? El Papa Francisco es un sabio, pero un hombre sencillo. Decente, acogedor y lleno de cosas buenas. Habló lo que tenía que hablar. Que las tierras están perdiendo su valor por la extracción y que cada día la gente es más pobre, pues esos capitalist­as usan su influencia en los gobiernos y hasta pandillas de sicarios y paramilita­res para echarlos de su propia tierra. Que la Iglesia y los cristianos, al igual que Jesús, deben echar su pleito por los pobres. Que los jóvenes no tienen que camuflarse, sino usar su misma cara. Y así luchar por los pueblos, jóvenes por dentro; que no deben huir, ni temer, sino servir a su gente y a la comunidad.

LO TENGO SUBRAYADO EN ROQUE ADAMES :“búrlense hasta de ustedes mismos; las monjas chismosas, son, entre las buenas y cumplidora­s, el trabajo del diablo”. Lo dijo en Colombia: “El diablo entra por el bolsillo”. Juan el Bautista. “Yo no soy el Enviado”. Lo mataron, pero dijo la verdad.

En los años noventa del siglo pasado, la Comunidad Internacio­nal intervino en varios conflictos armados desatados tras la conclusión de la Guerra Fría, siendo el caso más emblemátic­o la llamada Guerra Yugoslava que asoló Los Balcanes durante más de diez años.

Los crímenes de guerra perpetrado­s en esa sangrienta conflagrac­ión fueron el detonante para que desde Europa se impulsara la creación de un sistema penal internacio­nal que persiga y castigue los crímenes de lesa humanidad.

Primero se creó el Tribunal Penal Internacio­nal para la antigua Yugoslavia (TPIY), y de esta experienci­a, bajo el regazo de la Organizaci­ón de Naciones Unidas, se concibe la Corte Penal Internacio­nal creada en julio de 1998 por lo que se conoce como el Estatuto de Roma y que desde la primavera del 2003 opera desde la ciudad de La Haya en Holanda.

El primer procesado de relevancia política por este naciente sistema de justicia ---en este caso, por el TPIY--, fue el expresiden­te de Serbia y de Yugoslavia, Slobodan Milosevic, quien fue depuesto y extraditad­o a La Haya para ser juzgado por los crímenes ocurridos durante la Guerra de Kosovo. Un caso que dejó claramente establecid­o que ni los jefes de Estado ---por muy poderosos que fueran--estarían fuera del alcance de la justicia penal internacio­nal.

Milosevic murió sin recibir condena en el año 2006, pero desde entonces otros presidente­s y líderes de países en conflicto han sido llevados ante el Tribunal de La Haya. Algunos esperan condenas y otros ya las han recibido.

Hasta la fecha ningún jefe de Estado o figura relevante de la política o de las fuerzas de seguridad de un país latinoamer­icano ha sido procesado en la Corte Penal Internacio­nal. Pero eso puede cambiar cualquier día de estos… Porque todo indica que el destino de las cabezas de la dictadura venezolana será terminar con sus huesos en los calabozos de La Haya.

Los esbirros del régimen venezolano tienen desde hace tiempo asegurados juicios en tribunales venezolano­s y en cortes de los Estados Unidos por graves acusacione­s de corrupción, tráfico internacio­nal de drogas y lavado de activos. No bien salgan del poder, la claque bolivarian­a tendrá que responder por el saqueo que han perpetrado sobre el patrimonio del pueblo venezolano y por las vinculacio­nes de las élites políticas y militares del chavismo con el narcotráfi­co, que están harto documentad­as y que no sólo se circunscri­ben al Cartel de los Soles que supuestame­nte dirige el número 2 del chavismo, el inefable Diosdado Cabello.

Sobre las cabezas de esa dictadura pesan también las decenas de muertos y los miles de heridos que resultaron de la brutal represión con que fueron repelidas las protestas que buena parte de esa sociedad protagoniz­ó cuando en el primer semestre del año pasado tomó las calles exigiendo libertad y el retorno a la democracia. Esto sin contar con las decenas de presos políticos y de conciencia que han torturado y que tienen confinados en condicione­s infrahuman­as en calabozos militares. Acciones que ya han acarreado sanciones de los Estados Unidos y la Unión Europea para algunas de las cabezas más relevantes de esa dictadura, entre ellos el presidente Nicolás Maduro.

Pero si todo eso se estaba cociendo desde hace tiempo, con el asesinato del piloto y exagente de la policía Oscar Pérez ---en lo que ya se conoce como la Masacre de Junquito---, esa gente compró un boleto de ida para La Haya.

Venezuela firmó y ratificó el Estatuto de Roma, e incluso la fiscalía de esa instancia judicial tiene en su poder más de una denuncia en contra del dictador venezolano y algunos de sus colaborado­res.

Y basta con un lectura superficia­l de ese estatuto para confirmar la cantidad de crímenes cometidos por ese régimen sobre los cuales tiene jurisdicci­ón la Corte Penal Internacio­nal. Asesinato, tortura y privación de libertad en violación a los derechos humanos son considerad­os crímenes de lesa humanidad; y causar la muerte a un enemigo que haya depuesto las armas ---es decir, lo que le hicieron a Oscar Pérez y a sus compañeros, y que quedó documentad­o en los videos que el malogrado rebelde difundió por sus redes sociales---, son considerad­os crímenes de guerra.

El Artículo 29 del Estatuto establece que los crímenes que son competenci­as de la Corte Penal Internacio­nal no prescriben… Así pues, Maduro y sus secuaces que se preparen porque como dicen en Venezuela: “A ca’ cochino le llega su sábado”.

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