CON DUARTE DECLARAMOS NUESTRA CONDICIÓN DE PATRIOTAS
LA SOLUCIÓN DE HAITÍ ESTÁ EN HAITÍ. AUNQUE AQUÍ EXISTA ESPACIO PARA UNA PARTE DE SU POBLACIÓN
Hoy hacemos memoria, y celebración, del 205 aniversario del nacimiento de Juan Pablo Duarte -Fundador de la República-, por ser el líder intelectual, el estratega político de la acción por la Independencia, el forjador del vínculo de la Patria con lo místico, el motor de las voluntades para la acción visionaria de la Patria dominicana, contagiando a los elegidos y derrotando y anulando a los esclavos del pesimismo y la desesperanza, venciendo la tiranía de los intrusos que invadieron nuestro territorio, tomaron el poder y nos sojuzgaron por 22 años, suprimiendo la religión católica y llenando la conciencia nacional de violencia sangrienta, oscuridad, terror, humillaciones y oprobios.
Iluminado por los más puros sentimientos políticos, Duarte consagró su alma a la causa de la independencia y la soberanía, y a la concepción de la Ley Fundamental, para llevar a cabo desde el poder su visión constitucional sobre el ejercicio político y la administración del bien común, a tono con su vocación al sacerdocio católico, que no concretó porque se lo impidió el compromiso en cuerpo y alma con su Patria.
Pero su obra es aún una tarea en proceso que nos toca retomar e impulsar. Y, para alcanzarla, lo que menos se puede hacer es borrar los ideales duartianos. Los paradigmas que dieron nacimiento a la República pueden ser actualizados, pero nunca sustituidos. Sería como arrancar las raíces del árbol de la vida republicana y de la Nación, y destruir los cimientos de nuestra historia.
Borrar a Duarte, y a los padres y próceres de la Patria, o reinterpretarlos en acomodo de intereses comerciales o imperiales, o a sus creencias e ideologías, sería como, en la Fe, cambiar el Evangelio para interpretar a Jesús.
Hoy más que nunca Duarte habla al alma dominicana, y nos pide declarar en voz alta nuestra condición de patriotas.
La situación está muy claramente planteada. La migración masiva y descontrolada a nuestro territorio, que se pronosticaba hace 20 años, y la presión para lograr un estatus de residencia o permanencia ya han sucedido ante la inexistencia de frontera real y los artificios para incumplir y revertir el orden constitucional y las leyes. Los que antes negaban la existencia de ese plan ahora apelan a la aceptación de lo irreversible y de lo que inevitablemente sucederá. Todo se ha negociado. El Gobierno dominicano evidentemente cerró los ojos y renunció a su obligación de ejercer la soberanía del Estado, lo que en política nunca es gratuito. Se negoció la soberanía y es visible el pago. Es evidente que no ha habido obstáculos para el financiamiento internacional abierto y una gestión de endeudamiento del país a manos llenas, lo cual no hubiera sido posible con el control de la inmigración ilegal y el apego al orden constitucional. No es casual que este país haya tenido menores presiones internacionales que otros involucrados en el caso Odebrecht. Es claro que el camino para mantenerse en el poder es más expedito y cuenta con menos oposición geopolítica y mayor capacidad de maniobra. Todo se va urdiendo “sin alborotos” internos y externos de los poderosos, con mucha maña política. ¡A qué precio para la Nación!
Demasiada gente es cómplice de este engendro. Son responsables la oligarquía haitiana y parte de la oligarquía dominicana con su visión de negocios, el poder estratégico de nuestro Continente y de Europa para no abortar su responsabilidad histórica, representantes sin nido de ideologías puramente teóricas, el Gobierno dominicano que capitaliza políticamente el abandono de su obligación, un sector religioso multinacional que, limitado por una visión personal de la historia y del futuro, no está en sintonía con la realidad e ignora que es el que sufriría el peor desenlace. Creen que se puede forzar lo imposible sin cargar con las culpas. Y es cómplice también todo aquel que, aún sin tener intereses económicos en juego, tenga algún poder en el mundo, alguna influencia en la opinión pública y en los organismos mundiales, y no denuncie la irresponsabilidad con Haití. Es cómplice todo el que no pide a la Comunidad Internacional la participación en un plan de restauración de la nación haitiana, comenzando por el establecimiento del Registro Civil, la construcción de una ciudad sanitaria, el aprovisionamiento de estufitas no eléctricas de bajo consumo de leña, la explotación de las grandes riquezas mineras, el establecimiento de grandes zonas francas, el restablecimiento de la flora, la organización del comercio entre República Dominicana y Haití, con el establecimiento de la frontera real, la gestión del apoyo internacional en el suministro de técnicos y profesionales en todas las áreas necesarias, etcétera.
Duarte llora, y nosotros con él. Y todos sabemos que caminamos hacia un desastre para todos, cuando los dominicanos terminen acorralados y marginados en su propio territorio. Cuando los dominicanos se vean desplazados de los empleos en todas las áreas que pueden cubrir -a beneficio de los empresarios por el abaratamiento de la mano de obra haitiana-, cuando se agoten las oportunidades en el mercado informal de trabajo y de atención en los hospitales, y colapse el sistema sanitario; cuando la clase media encuentre que no puede vivir en paz y cuidar a su familia con dignidad, cercada por la inseguridad cada vez mayor, y el liderazgo haitiano empuje al máximo sus planes de hegemonía que vienen desde la época del “imperio haitiano” -cuando modificaron la historia y sembraron la idea de que la Isla era del poder haitiano-, todo el mundo lamentará el haber permitido impunemente la muerte de la Nación dominicana y el daño atroz al pueblo haitiano, que estará atrapado sin una cosa y sin la otra. Sencillamente porque todo el que conoce la historia dominicana sabe que este es un pueblo de respuesta contundente ante la ofensa ignominiosa. Y todo el que conoce la historia de la cultura haitiana sabe que es capaz de desatar cualquier nivel de crueldad, racismo y xenofobia, al punto de matar hasta a los mulatos solo para conservar pura su raza negra. El invento de mezclar ambas culturas y ambas historias es un engendro muy peligroso al que se están prestando, unos por ingenuidad y otros porque creen que pueden manipular la providencia del mal.
La solución de Haití está en Haití, aunque aquí existiera espacio para una pequeña parte de su población, tal como fue hasta principios del presente siglo. Es hora de fijar posición y para mí no son incompatibles la Patria dominicana y la Fe. Así lo aprendí con la Biblia, con la Voz de Dios en las Sagradas Escrituras y en la vida e historia del pueblo dominicano, donde nacieron las advocaciones marianas de Nuestra Señora de la Altagracia como protectora del pueblo dominicano y la de Nuestra Señora de las Mercedes como patrona de este país.
Y un duartiano, mucho menos un cristiano, no se presta con su silencio a dejar libre el camino a una asociación no declarada de intereses e ideologías coincidentes contra una nación pobre. Están lanzando impunemente a un pueblo desamparado sobre un pueblo predominantemente pobre, con instituciones en crisis y con un mercado laboral muy limitado, con un gobierno que le conviene, por ahora, la contemplación. Ese es un crimen de lesa humanidad.
Ni San Juan XXIII con su concepto sobre las Naciones, ni San Juan Pablo II y su vinculación de PatriaNación-Familia con la Fe, ni el Seminario, ni mis obispos me enseñaron que hay que someter el carácter patriótico y nacional a otra visión temporal circunstancial que pudiera aparecer, ni que hay que justificar y callar ante una eventual destrucción del Estado nacional bajo el cual se formó y organizó la Nación dominicana. Cuando acepté la invitación a la Formación para el Diaconado, renuncié a la abundancia de bienes temporales y abandoné los negocios, renuncié a la lucha política partidaria, donde seguramente hubiera ascendido, retuve el patrimonio moral acumulado de mis luchas patrióticas desde finales de la dictadura de Trujillo hasta siempre, por las que he asumido costos no facturados de diversa índole y que conservo en el alma, para servir al Pueblo de Dios, preferentemente a los más necesitados de acompañamiento, a los más oprimidos y angustiados, a los marginados de los bienes y servicios, a los que sufren por cualquier causa. El seguimiento de Jesús, de la Iglesia, de cerca con su Doctrina Social, fue la respuesta a las inquietudes de mi alma, a mi vocación acendrada a servir. Y así lo he vivido claramente consagrado. Pero, así como amar preferentemente a los más pobres no implica indiferencia por los no pobres, así tampoco entiendo que la preferencia por el pueblo dominicano implica indiferencia por los hermanos de otros pueblos, a los cuales profeso la compasión y el acompañamiento que debemos a todos los hermanos del mundo, vecinos o no. Y esto lo he testimoniado. Pero eso último no implica, ni puede ser jamás, a costa de perjudicar o sacrificar a los que preferentemente se me consagró cuidar o acompañar bajo la guía de mi obispo y sus representantes.
No conozco el odio. Y sabe Dios que he sido perseguido, calumniado, traicionado, sin que tenga ninguna carga en el alma, devolviendo bien por mal. Me anima no solo el espíritu patriótico por la preservación y desarrollo de la Nación dominicana, sino la gestión por la paz y la justicia, buscando con pasión evitar la confrontación permanente y sus consecuencias trágicas, buscando que el Concierto de Naciones ponga sus ojos en Haití, en su territorio y se restaure la dignidad de un pueblo que una vez fue la Colonia más rica del mundo. Haití verdaderamente no tiene defensores, sino manipuladores de su destino. Y la República Dominicana ha tenido en contra la confabulación de los extremos políticos en que coinciden inmoralmente los grandes poderes del capitalismo y los abanderados de la llamada izquierda revolucionaria dominicana, los que coinciden por igual en la imposición de la ideología de género y en el desarrollo de las multinacionales del aborto. Se agregan los dueños de grandes capitales en Haití y en la República Dominicana, los que denuncian la altísima corrupción de los gobiernos dominicanos, pero no mencionan la gran corrupción integral que se produce en el tema Haití-RD… Todos en acción contra nuestro pequeño país. Y, al mismo tiempo, todos en inacción contra otro país más pobre aún. No ha habido jamás en la historia una coincidencia tan inmoral contra la vida de una Nación.
Pero el alma de la Patria vive, y no es una metáfora. Es la hora y el contexto para exaltar la memoria de Duarte. Duarte inmortal, modelo de patriota, de político, defensor del Bien Común, justo, cristiano, crisol de honestidad, vive en el alma nacional y alumbra con su claridad la memoria, inteligencia y voluntad de la dignidad nacional.
Duarte jamás morirá. ¡Viva Duarte! ¡Viva Duarte! ¡Viva la República Dominicana!
(El autor es diácono de la Iglesia Católica).