Candidatos por pipá
Faltan más de dos años para las próximas elecciones y los candidatos y precandidatos presidenciales surgen como hongos después de las lluvias… Mal contados, debe haber casi un centenar de aspirantes a la nominación en los 24 partidos reconocidos por la Junta Central Electoral.
Casi todos saben que no van para ninguna parte con esas candidaturas, pero algo se les debe pegar de aquí a que llegue el momento en que cada formación partidaria deba definir su situación interna, para lo cual faltan más de 20 meses, un tiempo largo y tortuoso en que pueden ocurrir tantas cosas… Parece fortuito, pero no lo es… Al contrario, en una acción primero unilateral, luego coincidente, después contagiante y ahora colectiva, están declarando y hay políticos declarándose aspirantes a la nominación presidencial por sus respectivos partidos. Faltando tanto tiempo para las próximas elecciones generales, toca preguntarse: ¿cuáles son los fundamentos de esa ola de aspiraciones? Exceptuando la intención de ponerse en la fila o levantar la mano con tiempo para evitar sorpresas y malas interpretaciones futuras, no hay más cartas sobre la mesa que las trayectorias de los implicados. No hay lo que tiene que haber. Nadie ha presentado un mensaje político para convencer a los dirigentes y bases de sus respectivas organizaciones políticas sobre la conveniencia de escogerlos para representarlos en las elecciones.
El PRD lo intentó
Cuando El PRD estaba en su apogeo y el doctor Peña Gómez lo lideraba autocráticamente, le exigía a todos sus postulantes a la nominación presidencial la presentación de un programa de gobierno. En un par de ocasiones aireó programas de televisión donde cada candidato leyó el suyo.
Fue en aquel momento en que comenzó a gustarme Jacobo Majluta, y hasta llegué a votar por él porque en ambas oportunidades sus propuestas estaban redactadas partiendo de los métodos de planificación con el qué, cuándo y cómo…
El resultado de ese esquema majlutista terminó por hacer abortar el ensayo peñagomista, y fue precisamente Peña Gómez el primero en renegar de ese “centralismo democrático” cuando su liderazgo interno se vio en peligro.
Bosch: ¡No prometo nada!
Durante la campaña de las elecciones del 1982 cuando el PLD comenzó a despuntar como opción de poder, Juan Bosch afirmó que el país estaba harto de ofertas fallidas, por lo cual él no iba a prometer nada sino que una vez fuera electo iría anunciando las medidas a ejecutar.
Como gurú político de la nación en aquel momento, se la puso refácil a los demás políticos porque a partir de ahí ninguno ha vuelto a elaborar un plan articulado de gobierno para persuadir al electorado de que son los más adecuados para ser favorecidos con su voto. Lo que sí se oye son promesas aisladas. Pueden ser racionales si el aspirante tiene posibilidades e irracionales cuando no las tiene.
Previo a las elecciones de 1986, Balaguer prometió seguir construyendo como lo había hecho en el gobierno de los 12 años y así lo hizo. Leonel Fernández no es de crear falsas esperanzas, pero erigió muchas obras claves para el desarrollo del país y reorganizó la administración pública y la justicia.
Danilo Medina prometió asignar el 4% del presupuesto nacional a la educación y construir la carretera CibaoSur. La primera está siendo cumplida en grande y de la segunda nadie habla. De la boca de otros políticos no dejan de salir quimeras como eso de subirle el sueldo mínimo general a 25 mil pesos y el de los policías y militares a 30 mil pesos mensuales. Esa ausencia de programas políticos es una lástima porque habiendo tantas cosas por hacer y disponiendo de un sistema de gobierno tan presidencialista, es cuestión de voluntad y dinero para que cualquier presidente brille ejecutando todo tipo de obras.