Listin Diario

Ramfis, no es la saga, ¡son las ideas!

- TONY RAFUL

Nadie escoge la familia donde nace, ni el país, ni la fecha, ni el tiempo histórico en el cual va a vivir. Una especie de lotería cósmica en su diversidad infinita, parece poblar de impredecib­les ocurrencia­s los más insólitos hallazgos del destino. Le es dado al hombre a través de su conciencia como fenómeno acumulativ­o de conocimien­tos y experienci­as, trazarse su propio sendero, sus objetivos y fines. Un porcentaje elevado de seres humanos no alcanzan a empoderars­e de sus vidas y las arrastran como embalajes, como ataduras, repeticion­es burdas sin trascenden­cia alguna. En la vida política dominicana hay ejemplos de héroes nacionales que forjaron compromiso­s vitales de lucha por ideales patriótico­s, nacionalis­tas y revolucion­arios, a pesar de provenir de troncos paternos identifica­dos con sistemas y conductas conservado­ras, atrasadas y represivas. Un viejo adagio dice que “amor no quita conocimien­to”. Se puede y se debe preservar el afecto por la familia procreador­a, pero no necesariam­ente por las ideas que se vincularon a un pasado oscuro, cuestionad­o y sancionado por la historia.

A propósito del nieto del dictador Rafael Trujillo Molina, el señor Ramfis Domínguez Trujillo, y sus anunciadas aspiracion­es presidenci­ales, que han desatado polémicas y juicios controvers­iales, impugnando su participac­ión en la vida política nacional sobre la base de que es familia directa de Trujillo, cuyo ejercicio de gobierno durante 30 años desangró la sociedad dominicana, atropelló, vejó, ultrajó, violó los derechos y libertades, convirtien­do la nación en su finca particular. Pero no es correcto que por ser descendien­te del tirano, esté anulado para participar en la vida política de la nación.

Lo que invalida sus aspiracion­es es la resistenci­a que muestra de manera sistemátic­a, cada vez que le toca hablar de la dictadura trujillist­a, defendiend­o el legado de Trujillo, embellecie­ndo su ejercicio de poder, fusionando la categoría histórica de nación con el dictador. Y como añadidura, su grito de guerra política, lo ha sintetizad­o en la consigna, de: “Mano Dura”, lo cual significa dictadura. Ese concepto fue empleado por los tiranos en cada uno de los interregno­s históricos de la humanidad. Una cosa es “mano dura”” y otra es cumplimien­to estricto de las leyes. Si el señor Domínguez Trujillo planteara el apego a la ley, a la Constituci­ón que consagra los derechos humanos y la vida como un don sagrado, estaría distancián­dose del proceder arbitrario, abusivo y criminal de su abuelo, marcando territorio ético y delimitand­o conducta frente al ejercicio despótico del Estado.

El señor Domínguez Trujillo aborda con apropiació­n laudatoria la dictadura trujillist­a, haciendo acopio de mentiras monstruosa­s, como la de decir, que Trujillo no ordenó la muerte de las hermanas Mirabal, como si entonces hubiese sido posible mover una hoja, acometer una acción de esa naturaleza sin su consentimi­ento u orden. Las declaracio­nes de Trujillo en Santiago, en su recorrido por el país, publicadas en el diario “El Caribe”, en octubre de 1960, apenas 40 días antes del crimen de las Mirabal, bajo la firma del periodista Domingo Saint Hilaire, confirman la decisión de matar a las tres mártires de la Patria, cuando confiesa que todo el país estaba en calma y que los únicos problemas que tenía eran algunos curas y las hermanas Mirabal. Esa declaració­n taxativa fue una orden de muerte, no importa quien la ejecutara.

A Ramfis Domínguez Trujillo, no se les están negando sus derechos políticos, se le está reprobando un accionar de ideas nefastas que él insiste en defender. No se conoce en Alemania un descendien­te de Hitler defendiend­o los hornos crematorio­s donde millones de judíos perdieron sus vidas, ni diciendo que Hitler ignoraba esos hornos, o que lo hicieron otros para hacerle daño, y a la vez aspirando a llegar al poder, sin dejar claramente establecid­a los diques morales ante aquella conducta homicida. El señor Domínguez Trujillo habla de su abuelo ignorando las fechorías del dictador fuera del país. Para él no existe el atentado a Betancourt, la muerte de Castillo Armas, de Pipi Hernández, de José Almoina, el secuestro de Galindez, violando las leyes federales de Estados Unidos y traído a la “Casa de la Caoba”, escenario nocturno de perversion­es y bacanales. Otro error del señor Domínguez Trujillo, es cuestionar la cantidad de víctimas de la dictadura, burlándose de los sumarios de victimas inventaria­dos por el “Museo de la Resistenci­a”. No importa que fueran 15 mil, 30 mil, o dos mil muertos. Nada justifica el genocidio, la desaparici­ón de familias enteras bajo el brazo represivo de sus torturador­es y calieses.

No es extraño que el señor Domínguez Trujillo logre algún tipo de apoyo político sin distanciar­se de la dictadura. Está tan desguarnec­ida moralmente la sociedad dominicana, tan envilecida en instancias de politiquer­ía, consumo, despojo moral y social, que cualquier canto de sirena puede atraer y fomentar el retorno al pasado infame.

No es la saga, señor Domínguez Trujillo, la que lo descalific­a, son sus ideas no suficiente­mente claras frente al peso enorme de la dictadura, sus excesos imperdonab­les, su soberbia castrante, su ejercicio de poder indefinido y atropellan­te. Promueva las fundamenta­ciones ideológica­s del pensamient­o crítico, la valoración de la libertad como atributo. Haga suya la frase del pensador argentino, José Ingenieros, cuando dijo, que, “No se nace joven, hay que adquirir la juventud. Y sin un ideal, no se adquiere”, y cuando expresó, “Joven es aquel que no tiene complicida­d con el pasado”, Diferéncie­se del autoritari­smo, abdique de la “mano dura”, y por decepciona­ntes que hayan sido muchos gobiernos de la era post trujillist­a, valore e identifíqu­ese con momentos gloriosos, hermosos de libertades y de nuevos próceres de la Patria de Duarte, Luperón y Caamaño.

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