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Los funcionarios de los organismos internacionales no tenían manera de justificar sus errores al no anticipar la crisis.
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Durante los casi diez años que duró la crisis financiera y económica global, el Foro Económico Mundial (FEM) en su célebre reunión anual de Davos (pequeño pueblo de astronómicos precios enclavado en los Alpes suizos (convertido en el invierno en una estación de esquí), vio mermada la asistencia de su concurrencia, por la ausencia de sus más connotados representantes de las multinacionales de la banca y de la industria, de la academia y del mundo de la política mundial.
Los banqueros no tenían cara para ocultar la vergüenza; los empresarios recibían en sus Estados el impacto negativo de la depresión de sus ventas por la caída del consumo en los países industriales, y con niveles de pesimismo que no visualizaban la luz al final del túnel por lo largo y extendido de la crisis, con escasa ilusión de encontrar algo que no fuese una neumonía en el congelador de Davos; los funcionarios de los organismos internacionales no tenían manera de justificar las causas de sus errores al no anticipar, pese a sus complejos modelos econométricos, el surgimiento de la crisis, y más aún, cuando sus informes se mantuvieron, para ocultar sus faltas, minimizando el impacto de la crisis y proyectando con cantos de sirenas un corto periodo para el inicio de la recuperación (el G20 dispuso reformar las estructuras y políticas del FMI y del BM), con excepción de los informes anuales de la UNCTAD que ya venían anunciando con bastante anticipación el surgimiento de una crisis a nivel mundial, y de los análisis semanales de la revista The Economist sobre la peligrosidad que estaban teniendo las burbujas en los precios en los mercados inmobiliarios de las principales economías desarrolladas.
Los académicos se mantuvieron asistiendo a Davos con sus teorías acuestas en sus mochilas, causa de los déficits, las deudas y como resultado, las crisis y; los líderes del grupo de países industrializados cuyas economías habían caído en recesión, con enormes niveles de desempleo, elevados niveles de déficits fiscales y de deudas públicas, y su recuperación no acababa de retornar a pesar de todos los estímulos fiscales y monetarios, se mantuvieron, con algunas excepciones europeas, sin ganas de sacar la cabeza, pues no tenían nada que ofrecer para la venta de sus economías, aterrados por la falla del capitalismo y el surgimiento en sus estados de fuertes movimientos populistas.
El mundo de Davos se encontraba en franca desbandada, solo los líderes de las economías emergentes habían sido estrellas temporales, durante una fase corta en los primeros años de esta década de crisis, cuyas economías continuaban con un crecimiento robusto, y buenos precios y demandas de las materias primas entre ellos, evitando que la economía mundial cayera en un período de recesión más profundo y prolongado. En aquel momento, por el mantenimiento de ese fuerte empuje en los mercados emergentes, se afirmaba principalmente por académicos del sur, que estas economías marcharían por sí solas derramando ese empuje sobre el resto de las economías en desarrollo, habiendo logrado su independencia definitiva de las economías desarrolladas. Poco tiempo duró en la pizarra el optimismo sobre estos nuevos modelos, cuando estas economías emergentes fueron impactadas por el reflujo de las desarrolladas, con sus cadenas de valores debilitadas, iniciándose la caída en la tasa de crecimiento de las emergentes, entrando algunas de ellas en recesión por el desplome de los mercados de las materias primas.
Entonces se demostró que esas afirmaciones teóricas todavía se encontraban en un estado embrionario pero con inestabilidad creciente, como causa de lo inverso, que cada vez hay mayor integración y dependencia de las economías entre sí como resultado de las cadenas de valor. Fue en ese entonces cuando las visitas de los líderes mundiales de las economías emergentes de China, Brasil, India a Davos, lograron suavizar la imagen de una organización, que durante cuarenta años de su creación por el profesor alemán Klaus Schwab y un grupo de empresarios europeos estuvo anatemizada por la izquierda internacional como el órgano promotor de la globalización y del sistema capitalista expoliador de la clase obrera, como lo habían demostrado los efectos de la crisis sobre un mayor empobrecimiento de las clases media y baja y la acelerada ampliación en el deterioro de la distribución del ingreso en las economías industriales; deterioro que se venía manifestando en los indicadores de estas economías desde la década de los ochenta.
El trauma de la crisis del capitalismo logró socializar las reuniones en Davos, lugar que fue escogido por el presidente Xi Jinping de China (país que muestra una mezcla complicada pero muy pragmática de gobernar, de partido comunista en el poder, economía de mercado con una poderosa y creciente clase media consumidora y el capitalismo de estado en sus empresas) para lanzar en enero del 2017 su llamado al fortalecimiento del multilateralismo, promocionándose como el nuevo líder del comercio internacional y de la lucha contra el cambio climático.
A partir de ese momento Davos volvió a resurgir, impulsado además por la fuerte recuperación de la económica y del comercio mundiales, el aumento en las bolsas y las grandes ganancias de las multinacionales, pero sin resolverse el grave problema de la mala redistribución del ingreso y de su peso en la agudización del malestar social sobre el liberalismo económico, ahora llamado neoliberalismo, que se ha convertido en fuente del surgimiento de movimientos nacionalistas y populistas de las derechas y las izquierdas en las principales economías industriales, que desafían el sistema de partido tradicional.
Con ese llamado del presidente Xi y el advenimiento del señor Trump a la Presidencia de los Estados Unidos, dándole un giro de 180 grados a la política internacional norteamericana, donde esta se está convirtiendo en el dios Saturno de la mitología griega, devorador de sus hijos, o sea, de los organismos multilaterales que en los últimos 70 años le han dado sostenimiento a la promoción y aplicación de esas políticas liberales al resto del mundo, se evidencia en el panorama internacional el surgimiento con fuerza de tres tendencias del capitalismo internacional con sus tensiones políticas, que podrían terminar en un enfrentamiento que lleve la economía mundial a una recesión más profunda y prolongada con traumáticas consecuencias sociales y políticas. Estas inquietudes salieron a relucir en los resultados del estudio publicado anualmente por el FEM en su Reporte de los Riesgos Globales.
Los resultados del Reporte son las respuestas de un grupo de líderes globales a una encuesta que se les suministra todos los años para determinar la tendencia de las fuerzas que están dominando o dominarán el quehacer mundial económico, tecnológico y medioambiental.