Tiempos que corren
Tengo una nieta pintora, muy destacada por cierto. Tiene su taller aquí en casa y Emma contempla embobada el desarrollo de sus pinturas.
El problema reside en que ¡no entiende nada de lo que ve! Cuando acude a que yo le descifre el misterio, me pone en un aprieto. ¿Cómo explicar una obra contemporánea a una mentalidad campesina? Guardando la distancia, decidí hablar en parábolas, como Jesús. Le hablé del sol que se siente en nuestra piel, pero no se puede ver directamente, solo cuando está nublado o está asomándose u ocultándose. Le hablé del viento que tampoco se puede ver, pero se siente, y del agua, la que no podemos retener si no tenemos un cuenco. Le comenté que ahora los artistas echan mano a cualquier cosa para construir metáforas y desarrollar su discurso, el que fructifica como lo hacen las plantas en el campo. Emma me miró dudosa, por encima de sus espejuelos nuevos, como acostumbra cuando piensa que le estoy diciendo algo sin sentido, con su instinto campesino alerta. Antes de que me disparara una de sus sentencias le sugerí que volviera a ver la pintura como si ella fuese el sol o el viento, inclusive el agua. Mi fiel cocinera suspiró hondo, su forma de trasmitir la paciencia que tiene que tener conmigo y se fue a contemplar la pintura, aprovechando la ausencia de la amada nieta.