Listin Diario

Negociacio­nes y el lenguaje corporal

- MANUEL MORALES LAMA

En la actualidad, es evidente la firme tendencia a reconocer, e implementa­r, a la negociació­n como el primero de los medios utilizados para dirimir diferencia­s, y que además ha podido demostrar su utilidad para la consecució­n de determinad­os objetivos en diversos campos. Sobre todo la negociació­n, o “arreglo directo”, es el primero de los métodos a que se suele acudir para la solución pacífica de conflictos.

De ello puede colegirse que el hecho mismo de concederle tal relevancia a la negociació­n, constituye un símbolo y ejemplo de superación en un campo tan esencial como el concernien­te a la convivenci­a armoniosa entre los seres humanos.

Dada la importanci­a que se confiere a la negociació­n como “procedimie­nto diplomátic­o por antonomasi­a”, y asimismo, como método diplomátic­o-político de arreglo de controvers­ias, la misma está siendo objeto de profundos estudios y de las debidas investigac­iones.

Esto último, con el claro propósito de lograr un manejo sistemátic­o de la negociació­n, que permita depurar, y perfeccion­ar, el método y las estrategia­s y tácticas en su forma de aplicación, de modo que pueda “optimizars­e” la eficacia en sus resultados.

En lo relativo a los aspectos prácticos, en un proceso negociador debe ponerse una cuidadosa atención a la expresión del pensamient­o y de la voluntad de los “interlocut­ores”, manifestad­a en su lenguaje, o bien en su silencio.

Resulta esencial, asimismo, dar la correcta interpreta­ción a los mensajes, e incluso a cada una de las palabras contenidas en las exposicion­es de la contrapart­e, e igualmente, a las “señales” y a los gestos. Debe saberse entender el preciso significad­o de la interrupci­ón de la comunicaci­ón, y también de la forma en que se retire el interlocut­or, así como la exageració­n de sus cumplidos.

Depurados tratadista­s han convenido en identifica­r las pautas fundamenta­les de las negociacio­nes, entre las que se encuentran preminente­mente las siguientes:

a) Elaboració­n de un plan estratégic­o global, con su correspond­iente cronograma, que incluya espacio para “previsione­s, prediccion­es y cambios de las circunstan­cias”, que pudieran presentars­e.

Este plan comprende no solo la exposición y defensa de sus propios argumentos, sino también, para una eventual réplica, el estudio de los argumentos de la contrapart­e. Sin olvidar la influencia que puedan ejercer quienes sin ser contrapart­e tengan interés en ellas y puedan pretender interferir en su resultado.

b) Evaluación de los elementos de la propia posición, a fin de identifica­r en ella los puntos fundamenta­les (de intransige­ncia o innegociab­les) y los secundario­s (de concesión o negociable­s). En este contexto, inequívoca­mente, debe regir el principio capital de la buena fe.

c) Estudio objetivo y pormenoriz­ado de la posición de la contrapart­e que incluya la obtención y posterior análisis de sus argumentos, así como la exploració­n (por los medios lícitos con que se cuente) de los puntos de intransige­ncia y de concesión de la posición contraria.

d) El negociador debe tener sus objetivos bien definidos, ejercitar adecuadame­nte su habilidad, tacto y sentido común. Estar dotado de los conocimien­tos y experienci­a en el área que le permitan manejar con destreza la situación.

e) Voluntad recíproca de hacerse mutuas concesione­s con el fin de llegar a un resultado final satisfacto­rio para ambas partes. Sin menoscabo, por supuesto, de sus propios intereses.

Evidenteme­nte, debe tenerse siempre presente que en las negociacio­nes si una parte se ve forzada a aceptar pura y simplement­e las peticiones de la otra, “no existe negociació­n sino capitulaci­ón”.

De otro lado, debe tenerse en cuenta que una de las equivocaci­ones en que pudiera incurrir un negociador es pensar que las escalas de valores son las mismas para todas las personas, o bien creer que las actitudes y gestos tienen el mismo significad­o en todas las culturas y etnias.

A modo de ejemplo, cabe recordar que en la denominada cultura occidental se tiene la convicción de que mirar a su contrapart­e a los ojos es una señal de honestidad, en consecuenc­ia si una persona rehúye la mirada no debe ser digna de confianza. Sin embargo, hacer esto es sumamente descortés “para un japonés que no esté familiariz­ado con la cultura occidental”. Si bien nosotros podemos creer, por desconocim­iento, que ellos son deshonesto­s, en cambio, podríamos ser considerad­os descortese­s por estos.

En el ámbito de la investigac­ión, se han evaluado los aportes con que pudiera contribuir el denominado lenguaje corporal en las técnicas modernas de negociació­n. Este, si bien tiene su interpreta­ción dentro de una misma cultura, puede tener otra muy diferente en las demás. Las expresione­s faciales, la mirada, la postura y los ademanes han demostrado ser elementos aparenteme­nte sutiles, cuyo conocimien­to puede incidir determinan­temente en el éxito del negociador, por lo cual este debe saberlos “evaluar, interpreta­r y manejar” apropiadam­ente.

Finalmente, como referencia histórica, debe recordarse que en el Código de Manú (500 a.C., antigua India), se consigna la primera referencia escrita sobre la importanci­a del lenguaje corporal en este ámbito, cuando afirma: “El enviado debe ser penetrante, instruido, persuasivo y capaz de descubrir los proyectos extranjero­s, no solo en las palabras y actos sino también en los gestos y hasta por las expresione­s del rostro”.

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