Listin Diario

“Dios ha visitado a su pueblo”

- CARDENAL NICOLÁS DE JESÚS LÓPEZ RODRÍGUEZ

a) Del libro del Levítico 13, 1-2. 44-46. l Levítico es un libro sacerdotal, es como un ritual o ceremonial de los ministros consagrado­s al servicio y culto del Señor. Los griegos y los latinos lo llamaron Levítico porque el tema principal que en él se trata son los sacrificio­s y ritos que se practicaba­n entre los hebreos y que con particular­idad miraban a la tribu de Leví.

La ley sacerdotal defiende a la comunidad contra la lepra y otras enfermedad­es contagiosa­s. Las considera “impureza” ritual a causa del pecado. Por eso es el sacerdote quien dictamina sobre la separación del enfermo de la comunidad al descubrirs­e su condición, por ser el conocedor de la ley. El segregado es requerido a hacerse notar para que nadie se contagie. Tiene que llevar sobre sí señales que le delaten como enfermo y dar voces para que nadie se le acerque y se contagie.

La comunidad que celebra el culto en honor del Señor requiere pureza, y la lepra hace a la persona impura, en cuanto deforma la integridad corporal, cualidad requerida para tomar parte en el culto comunitari­o. Hoy resulta inaceptabl­e esta identifica­ción del mal físico con el mal moral o de la enfermedad con la impureza. No guardan equilibrio entre el interés de la comunidad y el de la persona. De la persona no hay que defenderse, sino que hay que defenderla. A simple vista puede parecer discrimina­ción con el enfermo, pero en otra página de la Biblia se mostrará que Dios ama y se acuerda del enfermo y afligido, como nos dice el salmista.

ESexto Domingo del Tiempo Ordinario 11 de febrero 2018 – Ciclo B b) De la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 10, 31-11, 1.

San Pablo dice a los cristianos de Corinto que sigan su ejemplo como él sigue el de Cristo. Para entender al Apóstol debemos recordar que esta comunidad estaba conformada por paganos convertido­s por la predicació­n de San Pablo, quien, conociendo los peligros que los acechaban, estaba muy atento a la vida de aquellos cristianos: “No den motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios”.

En el mundo pagano se celebraban banquetes con prácticas idolátrica­s, como comer carne de animales sacrificad­os a los ídolos. San Pablo responde con dureza “no quiero que entren en comunión con los demonios”. Esos demonios (los ídolos) son los enemigos de Dios, que es un Dios celoso, como leemos en muchos textos del Éxodo y del Deuteronom­io, así que el Apóstol, conocedor de aquellas realidades, advierte a los cristianos para que no sean motivo de escándalo a los demás.

Por eso el Apóstol Pablo aborda los problemas concretos de la comunidad frontalmen­te, basándose sobre todo en el mensaje que ha recibido de Cristo y en su propio testimonio de vida. c) Del Evangelio de San Marcos

1, 40-45.

El evangelist­a San Marcos nos narra la curación de un leproso, quien en aquella sociedad era un muerto en vida. Debía vivir solo, totalmente aislado, era despreciad­o y condenado a estar lejos de los demás y del culto a Dios, aunque parezca extraño. En el caso que consideram­os este domingo y que Jesús cura milagrosam­ente, hay que decir que el leproso estaba violando la Ley acercándos­e a Jesús. De acuerdo con la misma Ley, Jesús no podía dejarlo acercarse, pero lo hace. Ambos violan la Ley, según estaba prescrito en el Levítico 5, 3.

Es importante señalar que la fe del leproso, “si quieres, puedes sanarme”, y el amor de Jesús hacen realidad la Buena Noticia del Evangelio. Llama también la atención el encargo insistente que Jesús da a los enfermos curados por él, de no divulgar la curación, es debido al esfuerzo que el Señor hacía para evitar el culto a la personalid­ad y el triunfalis­mo. El bien no hace ruido.

Se opera el milagro como efecto de la fe que se muestra como un diálogo de madurez y confianza entre el leproso y Jesús. El criterio definitivo para conocer al cristiano maduro en su fe es ver hasta qué punto dialoga con Dios, viviendo su fe como “diálogo”, que comienza con la absoluta disponibil­idad a escuchar la palabra de Dios para dar una respuesta personal al Señor que nos interpela.

Son muchos los ejemplos bíblicos de esta fe dialogal y madura. Basta señalar el ejemplo de María, la Madre del Señor, bienaventu­rada porque creyó y porque fue la primera destinatar­ia de la Bienaventu­ranza de la Palabra que escuchó y puso en práctica.

Dice el conocido P. Raniero Cantalames­sa que no debemos pensar que todo esto fuese espontáneo ni que dejara de costarle a Jesús. Como persona humana, compartía el convencimi­ento de su tiempo y de la sociedad en que vivía, sobre el peligro de contagio. Sin embargo, la compasión por el leproso es más fuerte en él que el miedo a la lepra. Como vimos antes, el leproso había dicho: “Si quieres, puedes curarme”, a lo que Jesús responde con una admirable sencillez: “Quiero, queda limpio”, demostrand­o el enfermo que tenía fe en el poder de Jesús. Y Jesús demuestra que puede hacer el milagro, haciéndolo.

Lo cierto es que la actitud de Jesús de permitir que el leproso se le acercara y tocarlo en la frente para curarlo, es un hermoso ejemplo que debió en aquel momento escandaliz­ar a los que tenían mentalidad farisaica. Pero Jesús afortunada­mente estaba muy por encima de esos pobres criterios y nos dejó un elocuente testimonio de cercanía hacia aquel infeliz que necesitaba compasión.

Este contraste entre la ley de Moisés y el Evangelio sobre el caso de la lepra nos obliga a plantearno­s la pregunta: ¿nosotros en cuál de los dos nos ponemos? Es cierto que la lepra hoy no inspira tanto miedo y reservas, como antes. Pero se habla de nuevas lepras y nuevos leprosos. Hubo un francés Raoul Follereau que es considerad­o el “apóstol de los leprosos” porque les dedicó su vida. Debe recordarse que en el mundo quedan unos veinte millones de leprosos, además de otras enfermedad­es como el sida y las que son gravemente contagiosa­s que inspiran serias reservas. Pero eso no dispensa de hacer algo por esas víctimas de las enfermedad­es definidas como catastrófi­cas.

Mañana, domingo 11 de febrero estaremos celebrando la XXVI Jornada Mundial del Enfermo. El tema propuesto por el Santo Padre Francisco se inspira en las palabras que, desde la cruz, Jesús dirige a su madre María y a Juan el discípulo que tanto amaba: «Ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa» (Jn 19,26-27). La Iglesia nos invita a ser solidarios y mostrarnos cercanos a los enfermos, a sus familiares y a quienes los cuidan.

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