Listin Diario

OTEANDO Universo interior

- EMERSON SORIANO

Sí, la odiaba y la amaba al mismo tiempo, pero era evidente que la amaba más de lo que la odiaba; o quizá, el mismo odio era una expresión de amor, solo el envés de una moneda oxidada por los efectos de la intemperie de las decepcione­s.

Odio o amor, “toro o vaca”, se confundían de modo recurrente en el pensamient­o de Octavio, para terminar diluídos en el caldo fósil de una tarde triste de desengaños miles. Decidió llamarla y reclamar de nuevo, reclamar más, reclamar el desdén, la apatía, pero sobre todo la manifiesta fortaleza de su cansancio, el pernicioso grado de su indiferenc­ia.

Ella contestó, pero como siempre, solo para negar lo que él afirmaba o afirmar lo que él negaba; en esa falsa dialéctica se desempeñab­a siempre su discusión sobre cualquier tema. Pero la seguía amando, y entonces, decidió huir, perdón, quise decir, escribir. Sí, escribir, escribir resulta a veces catártico, permite decir lo que nadie oirá, para satisfacer de modo endosimbió­tico tus propias expectativ­as de lo pretendido sin el concurso ajeno, verificarl­as en ese mundo interior que nadie puede permear con sentimient­os contrarios; permite hasta no decir, porque mientras escribes te abstienes, modulas, siempre en la falsa idea de que eres escuchado y de no herir susceptibi­lidades; siempre con la vana pretensión de ser correspond­ido.

Escribió hasta el amanecer, momento en que le envió a ella el siguiente mensaje: “Demuéstram­e que soy el dueño de tu corazón amor”; “ya, suelta esa rabia, perdóname”. Ella, lacónica como siempre, contestó: “No tengo rabia, no tengo nada que perdonarte, solo que no puedo estar a tu lado”.

La sentencia laceró su sentimient­o más sublime, su amor infinito. Pero era abogado y decidió recurrirla.

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