“Proclama mi alma la grandeza del Señor...”
“Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.” ( Lc 1, 47-55) Este domingo celebramos la fiesta de nuestra Señora de Lourdes, Día de los enfermos, (Pastoral de la Salud), día de nuestra Madre Milagrosa, y este canto el Magnificat, con el que comenzamos nuestro artículo, nos lo canta María Santísima cuando se entera que será la madre del Redentor, figura en la fe, en la esperanza y en la caridad. “Su presencia en medio de Israel –tan distante que pasó casi inobservada a los ojos de sus contemporáneos– resplandecía claramente ante el Eterno, el cual había asociado a esta escondida ‘hija de Sión’ (So 3, 14; Za 2, 14) el plan salvífico que abarcaba toda la historia de la humanidad. Con razón pues, nosotros los cristianos, sentimos la necesidad de poner de relieve la presencia singular de la Madre de Cristo en la historia.” (Carta Encíclica Redemptoris Mater, de San Juan Pablo II)
El 11 de febrero del 1858, la virgen María se aparecía a una niña Bernardita Soubirous, 18 veces en total, en la gruta de Massabielle. Una de las veces en que fue acompañada de su hermana y una amiga, mientras se está descalzando para cruzar el arroyo, oye un ruido como de una ráfaga de viento, levanta la cabeza hacia la gruta: “Vi a una señora vestida de blanco: llevaba un vestido blanco, un velo también de color blanco, un cinturón azul y una rosa amarilla en cada pie”. Bernardita hace la señal de la cruz y reza el rosario con la Señora. Terminada la oración, la Señora desaparece de repente.
En una de sus otras apariciones, la virgen le da su nombre: Soy la Inmaculada Concepción. La joven vidente salió corriendo repitiendo sin cesar por el camino aquellas palabras que no entendía. Palabras que conocía el párroco, ya que esas palabras que Bernardita ignoraba servían para nombrar a la Santísima Virgen.
Solo cuatro años antes, el 8 de diciembre del 1854, el papa Pío IX, había declarado aquella expresión como verdad de fe, un dogma.
A partir de ahí, Lourdes se ha manifestado como un centro de sanaciones y cientos de santuarios y grutas dedicadas a la Virgen de Lourdes coronan el mundo.