EN LONTANANZA ¿Un remake de la desilusión de postguerra?
El mundo presenció la erupción de fenómenos paralizantes después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Todas las certezas humanas habían sido sepultadas bajo los escombros de la matanza. Bajo ellos se ocultaban más de 24 millones de soldados caídos y 36 millones de civiles. Los campos de concentración no solo devoraron la vida de millones de judíos, sino también de comunistas, socialistas, socialdemócratas, homosexuales, prisioneros de guerra, religiosos y minorías como la de los gitanos.
Una profunda desilusión, un profundo escepticismo en todas las instituciones y poderes humanos que no supieron, o no pudieron detener la barbarie, se apoderó de los sobrevivientes. Ni la filosofía, ni la religión, ni las artes, ni la política, ni los estados, ni las organizaciones internacionales, ni la historia escaparon al desdén, más que a un severo juicio. Actitudes lejanas a los valores tradicionales, la renuncia a la familia y a las comunidades, el más pernicioso relativismo y estallidos de materialismo vulgar, unidos a una permanente actitud cínica ante los problemas del ser humano y su futuro, fueron permeándolo todo. En medio de semejante panorama, y para complicar aún más la situación, estalló la Guerra Fría entre los dos bloques emergentes de la guerra, aliados hasta las vísperas: el bloque capitalista, liderado por Estados Unidos, y el bloque socialista, encabezado por la Unión Soviética.
No es necesario hacer el recuento de aquellos años duros en que las potencias se enfrentaron en todos los terrenos, exceptuando, por mutua conveniencia, el de una guerra nuclear. El resultado fue aún peor: lejos de agregarse certezas y solidez al mundo en que vivíamos, nos despertamos un día de 1989 sin el Muro de Berlín, y de 1991, sin la Unión Soviética, pero con las mismas guerras, tensiones, epidemias, subdesarrollo, exclusión, pobreza, desplazados, desesperanza y temor ante el porvenir de décadas atrás, agravados por un escepticismo mayor, un relativismo cínico más profundo, una pérdida de valores y principios galopante, y un consumismo materialista burdo y reductor que ha sepultado los más elevados sentimientos y aspiraciones ideales en lo que Carlos Marx llamó “el frío cálculo de las ganancias”.
Y he aquí que cuando creíamos que todas las desgracias empezaban a retroceder, o al menos ya nos estábamos acostumbrando a ellas, surgen fenómenos inéditos de una peligrosidad e impacto aún más destructor, entre ellos el fenómeno de la posverdad y los datos alternativos de la realidad, la construcción de nuevos muros entre naciones, la expulsión y rechazo a los emigrantes, el auge del nazismo y la xenofobia, la crisis económica que no cede, el uso de las redes sociales para nuevas formas de delito y opresión, el deterioro casi irreversible del medio ambiente, la indiferencia ante los valores y principios, un nuevo quiebre de la familia, y el auge imparable de la corrupción, que ha culminado con el descrédito total de los partidos, el Estado y la política.
Sí, nos falta ilusión y esperanza. Estamos entrampados en un limbo terrible donde solo se nos busca para proponernos más artículos de consumo, y no se ve la luz al final del túnel. Pero la Humanidad se ha levantado ya de caídas anteriores, y no somos menos que nuestros padres y abuelos.