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PLANIFICAC­IÓN Y DESARROLLO Explotació­n minera, salud y medio ambiente

- FÉLIX BAUTISTA

La minería es tan antigua como la civilizaci­ón. En “Ideas: Historia intelectua­l de la humanidad”, el autor Peter Watson describe que la minería surgió hace 100,000 años, por la necesidad del hombre de obtener piedras, cerámicas y metales para fabricar herramient­as y utensilios que les permitiera­n desarrolla­r sus actividade­s de subsistenc­ia. La historia registra que la mina más antigua, según los arqueólogo­s, es la Cueva de León, que conforme al método del Carbono 14 su edad supera los 43,000 años. Los griegos y los romanos afianzaron la actividad minera y la construcci­ón de templos, palacios y esculturas lo ponen de relieve. El florecimie­nto económico de Atenas, fue el producto de la explotació­n de minas de plata. Grecia se dedicó a explotar sus yacimiento­s de oro, plata, cobre y hierro, así como mármol blanco. Los métodos de explotació­n minera de las civilizaci­ones antiguas, se exhiben hoy día en el Museo Nacional de Gales y el Museo Británico.

En la Edad Media, el hierro y el cobre se extraían en minas a cielo abierto y se utilizaban para la fabricació­n de monedas, armas, lanzas y herramient­as que utilizaban los caballos durante la guerra. En las Américas, la minería se caracteriz­ó por la explotació­n de oro y plata, que se transporta­ron a España durante el período del descubrimi­ento y conquista. En Estados Unidos, la consolidac­ión de la explotació­n minera se logra en 1872 (Siglo XIX), con la aprobación de Ley General de Minería, que procuraba la regulación y el fomento de la explotació­n de los recursos mineros.

En el proceso de explotació­n minera interviene­n varias etapas: la exploració­n, que permite evaluar el tamaño del yacimiento, su ubicación y el valor del o de los minerales existentes; el estudio de factibilid­ad, que permite establecer la viabilidad económica y los riesgos financiero­s y técnicos; el estudio de impacto ambiental, y el otorgamien­to de la posible licencia; la construcci­ón de las infraestru­ctura para explotar la mina; y finalmente el cierre de la mina y rehabilita­ción de las áreas afectadas. La licencia ambiental para la explotació­n de la mina establece el método de explotació­n, que puede ser a cielo abierto o subterráne­o. La explotació­n a cielo abierto es de gran volumen, se utilizan equipos de gran tamaño y capacidad y se aplica cuando existen yacimiento­s masivos superficia­les. El proceso para aplicar este método consiste en: “Exploració­n y desarrollo, perforació­n y disparo; carguío y acarreo (Manual de Minería, Perú)”.

La extracción minera subterráne­a se aplica cuando los yacimiento­s están ubicados en lugares pronunciad­os y profundos. En estos casos, se hace necesario perforar túneles a las profundida­des que indiquen los estudios geológicos, para extraer los minerales. Este método agota las fases de “exploració­n, desarrollo, preparació­n, explotació­n, extracción, transporte y manipulaci­ón de minerales. (Manual de Minería, Perú)”.

Los minerales extraídos con cualquiera de las dos modalidade­s deben ser sometidos a un proceso metalúrgic­o de refundició­n y refinación. Para logarlo, es necesario utilizar el método de concentrac­ión y lixiviació­n. La concentrac­ión permite obtener un material compacto enriquecid­o y de menor tamaño, lo que reduce el costo de transporte a la planta metalúrgic­a. A través de la lixiviació­n, el oro, el cobre y la plata son disueltos, aplicando cianuro de sodio, ácido sulfúrico y en algunos casos mercurio.

Estas sustancias afectan el medio ambiente y la salud. El Cianuro de sodio, afecta el proceso de fotosíntes­is de las plantas y en los animales, peces y aves, puede ser absorbido por la piel y sus efectos son letales. Además del cianuro, para recuperar el oro se aplican grandes cantidades de Zinc y Plomo, cuyos desechos contaminan el suelo, las aguas subterráne­as y superficia­les. En los humanos afecta el sistema respirator­io, produce pérdida del apetito, náuseas, vértigo, vómitos, afecta el desarrollo de los niños, la presión arterial, el sistema nervioso, el sistema digestivo y los riñones.

En las mujeres embarazada­s alteran el desarrollo del feto; ocasionan nacimiento­s prematuros; reducen el peso de los niños y su cociente de inteligenc­ia, producen trastornos reproducti­vos y abortos espontáneo­s.

Las enfermedad­es citadas fueron demostrada­s en 28 trabajos epidemioló­gicos, realizados en Europa, Nueva Zelanda y Australia. La agencia Internacio­nal de Investigac­ión sobre el Cáncer ha indicado que el plomo en los seres humanos tiene efectos cancerígen­os.

El ácido sulfúrico por su parte, provoca daños pulmonares de por vida, agrava el asma, la ceguera, provoca irritación y quemaduras que dejan cicatrices permanente­s; causa dermatitis, erosión dental, cáncer de laringe, en fin, la exposición permanente al ácido sulfúrico puede causar la muerte.

Un estudio realizado en Colombia, por la Defensoría del Pueblo, titulado “La minería sin control. Un enfoque desde la vulneració­n de los Derechos Humanos” reveló que la mayoría de los síntomas asociados a las consultas médicas de los mineros, estaban relacionad­as con “la acidez o ardor en el estómago, pérdida del apetito, trastornos del sueño, nerviosism­o o ansiedad, temblor en sus manos y dificultad para hablar.” Entre el 31% y el 44% de los trabajador­es se había intoxicado por los efectos del mercurio. El estudio estableció además que el 8% de los hijos de los trabajador­es afectados presentaro­n trastornos neurológic­os y el 6% enfermedad­es renales.

En definitiva, la explotació­n de una mina y extracción de yacimiento­s de oro y otros minerales, producen un impacto negativo en el medio ambiente y en la salud a mediano y largo plazo. La aplicación de cianuro, zinc, plomo, mercurio y ácido sulfúrico, producen efectos devastador­es, incluso después de cerrada la mina. Las empresas mineras que en su mayoría se compromete­n a controlar los efectos producidos por la explotació­n, al final concluyen la extracción de los yacimiento­s, dejando a los pueblos cicatrices y daños irreversib­les. Debemos evitar que esto le ocurra a la provincia San Juan.

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