Pero sin amor…
Mide cinco pies y once pulgadas. Pesa 132 libras. Tiene 47 años. Ojos azules y cabello rubio. Perfil tan perfecto que trabajó como modelo. Habla seis idiomas: esloveno, serbocroata, italiano, francés, alemán e inglés. Está casada, desde hace quince años, con un hombre multimillonario y tiene un hijo casi adolescente.
La fortuna de su marido alcanza los 3 mil 700 millones de dólares. Luce sana. Y su hijo y su esposo, también. Este último es tan exitoso que ocupa una posición que han desempeñado menos de 50 hombres en toda la historia de la humanidad. Como su pareja, ella, también, ha quedado registrada en la historia.
No creo que esta mujer haya soñado alcanzar los bienes materiales, y la relevancia, que disfruta ahora, por grande que fuera su ambición. Utiliza un avión privado. Vive en varias mansiones, una de ellas, tal vez, la casa más famosa del mundo. Usa ropa fabulosa, como un abrigo amarillo, a juego con un suéter cuello tortuga, que llevó hace unos días y la hacía lucir bellísima. Pero su apariencia contrastaba con ese rostro siempre triste y esos ojos, con un perenne brillo de lágrimas. También, con su rabia ante la pretensión del marido que quiso, como en una ocasión anterior, tomarla de la mano, y la valentía que ella mostró, de nuevo, al rechazarlo en público. La vida de Melania Trump debe ser difícil. Parece una persona deprimida y una esposa muy desgraciada. Porque nadie es más infeliz que quien, teniéndolo todo, carece de razones para disfrutarlo. En el fondo, no tiene nada.
Su esposo, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, evidenció cómo la trata el mismo día en que asumió el poder. Unas imágenes muestran a Melania, con una falsa sonrisa, mientras él parece reñirle. En cuanto Trump voltea, y deja de mirarla, la expresión de Melania se transforma, como si le arrancaran una máscara, en otra tristísima. Ese ha sido el rostro que ha predominado durante el año que lleva como primera dama. Y no varía ni junto a su hijo, que también se permitió increparla y empujarla en público.
Yo creo que la historia de Melania, que ahora debe lidiar con el escándalo de que su marido sostuvo una relación con una actriz porno, es un buen espejo para las mujeres que esperan encontrar la felicidad con una pareja pero, antes que nada, buscan que les garantice el bienestar económico.
Está clarísimo que no es lo mismo ser rica que ser feliz. Puedes vivir rodeada de todos los lujos, como la Primera Dama de Estados Unidos, pero sin respeto, confianza y amor… ni el hombre más poderoso del mundo vale la pena.