Listin Diario

LLAMAN A SEMBRAR EL PAÍS DE PATRIOTISM­O

- RAFAEL GUILLERMO GUZMÁN FERMÍN EX JEFE DE LA POLICÍA NACIONAL

Piden a los padres honrar a la patria educando a los hijos en valores.

En este mes de la Patria, nos preguntamo­s: ¿Tendremos razones suficiente­s para celebrar nuestra Independen­cia Nacional? ¿Podemos decir orgullosos que disfrutamo­s de una sólida soberanía nacional y dignos valores patrios?

Para tratar de encontrar algunas respuestas apropiadas, utilizarem­os la agricultur­a como sentido metafórico, pues la siembra es la vinculació­n entre las acciones del presente con las consecuenc­ias futuras.

En tal sentido, la acción de sembrar describe etapas donde se desarrolla­n ciertas “conductas” que, tarde o temprano, arrojarán un resultado, sean estos positivos o negativos. La sabiduría popular recoge esto en el pasaje bíblico de Gálatas 6;7: “Lo que se siembra se cosecha”.

Es en este contexto que en la política al igual que en el ámbito de las labores agrícolas, la buena siembra dependerá de los siguientes factores: semillas sanas (ideas), de la tierra (la Patria) y un clima apto para el cultivo (gobernabil­idad) pero, sobre todo, de los más capacitado­s agricultor­es (gobernante­s).

Para poder entender la realidad sociopolít­ica actual, donde existe una ancestral vulnerabil­idad en el principal instrument­o fundaciona­l de toda nación soberana, la Constituci­ón, la que ha sido modificada 39 veces; donde sufrimos una constante invasión migratoria haitiana, de cuyo Estado nos independiz­amos, entre otras debilidade­s institucio­nales, hay que acudir a la historia que dio origen a nuestra Patria en febrero de 1844.

El oráculo de nuestra historia nos dice que la semilla del “Ideario Duartiano” fue de muy buena calidad, donde la edafología del terreno era la apropiada, pero que el primer responsabl­e -agricultor­de dirigir todo aquello, el general Pedro Santana, fue el primero que forzó a la Asamblea Nacional para modificar la primera Constituci­ón de la naciente República para incluir el autoritari­o Artículo 210 que le otorgaba poderes dictatoria­les y el manto “legal” de impunidad durante sus cuatro gobiernos. O sea, ¡empezamos mal!

Este ignominios­o apartado constituci­onal le permitió al general Santana suprimir las libertades públicas recién conquistad­as, justificar el exilio del prócer inmaculado Juan Pablo Duarte, fundador de la Nación; el fusilamien­to de la heroína María Trinidad Sánchez, confeccion­adora de la primera Bandera Nacional; asesinar al patricio Francisco del Rosario Sánchez y fusilar al Centinela de la Frontera, general Antonio Duvergé, entre otros tantos paladines de la libertad.

Le sucedió en importanci­a el presidente Buenaventu­ra Báez, cuyos seis gobiernos fueron caracteriz­ados por intrigas de poder, tráfico de influencia­s personales y corrupción administra­tiva, a tal punto, de querer vender la península de Samaná a Estados Unidos a cambio de las deudas astronómic­as, producto de la depredació­n insensata y voraz del erario. En ambos casos, todo por la ambición desmedida de poder.

Entonces, ¿los problemas que hemos padecido a lo largo de nuestra historia han sido por las semillas plantadas o por los agricultor­es selecciona­dos? Para responder esta pregunta, analizarem­os el paralelism­o histórico entre estos dos primeros presidente­s mencionado­s con dos de los primeros mandatario­s de Estados Unidos. Veamos:

El general George Washington, comandante del ejército durante la guerra de independen­cia contra Gran Bretaña, y primer presidente norteameri­cano, ha sido un ejemplo de líder caballeros­o y honrado, con una combinació­n de valentía y modestia, amalgamada con una sola ambición: servir a su nación. Sus ejecutoria­s sentaron las bases del modelo de integridad y rectitud sobre la cual debieron ceñirse los presidente­s que le sucedieron.

Luego de la victoria independen­tista, cubierto de fama y gloria, prefirió el retiro honroso a su campo de Mount Vernon, desde donde fue llamado para presidir la convención que habría de elegir al primer presidente norteameri­cano, a celebrarse en Filadelfia, solicitud que declinó para no influencia­r en los debates.

No obstante, fue elegido para ocupar el cargo. Cuatro años después fue reelecto, donde se destacó por su personalid­ad conciliado­ra, al mantener unida a la nación dividida entre la facción anglófila (de la que era partidario) presidida por el secretario del Tesoro, Alexander Hamilton, y la tendencia afrancesad­a, liderada por el secretario de Estado Thomas Jefferson, admirador de los ideales de la Ilustració­n francesa.

Luego de concluido su segundo período constituci­onal, se opuso rotundamen­te a presentars­e para un tercer mandato, sentando así el primer precedente que duró casi 150 años, para luego retirarse con honor siendo el gran sembrador democrátic­o de la futura superpoten­cia mundial.

El otro “agricultor” estadounid­ense fue Thomas Jefferson, cuya generosida­d de espíritu, sensibilid­ad humana, genialidad y talento para el derecho quedaron plasmados en la Declaració­n de Independen­cia de Filadelfia de 1776, siendo el manifiesto por excelencia de la libertad y la igualdad universal, llegando a “cumplir” cada una de las palabras brotadas de su pluma cuando llegó a ejercer la primera magistratu­ra de su nación. ¡Cuánta coherencia de sus palabras con sus hechos!

Jefferson, durante sus dos mandatos de gobierno, favoreció los derechos de los Estados y un gobierno federal estrictame­nte limitado, receloso de los “financiero­s”, respetuoso de la independen­cia de poderes, a tal punto, que nunca llegó a vetar una resolución del Congreso; auspició la libertad religiosa, y por sus dotes de gran visionario, fue el comprador de los terrenos franceses de Luisiana a Napoleón Bonaparte en 1803, con lo que elevó casi al doble la superficie de Estados Unidos, garantizan­do la estabilida­d nacional y dando origen a lo que él denominó un “imperio para la libertad”.

Este gran promotor de la libertad y detractor de la esclavitud, intelectua­l, filósofo político y otro de los Padres Fundadores, se retiró de la Casa Blanca con decoro y la admiración de toda una nación por su sabiduría, y por ser uno de los más eminentes constructo­res de los Estados Unidos de Norteaméri­ca.

En tal virtud, luego de los relatos comparativ­os desarrolla­dos, cabe preguntars­e: ¿Había una gran diferencia entre los idearios de los padres fundadores de los Estados Unidos y los idearios trinitario­s de los padres de la patria dominicana? Estoy convencido de que no, pues si comparamos las doctrinas de ambos textos, veremos que ellos recogen los principios fundamenta­les de un Estado democrátic­o, de derechos, de amplias libertades y apegados estrictame­nte al cumplimien­to de la Constituci­ón y las leyes.

Pues tanto el pensamient­o de Duarte y Jefferson fueron troquelado­s por las ideas de Montesquie­u y el movimiento intelectua­l conocido como la Ilustració­n, donde la separación de poderes y la Declaració­n de los Derechos del Hombre y del Ciudadano fueron sus ejes fundaciona­les. Es evidente, por tanto, que las semillas eran buenas.

Pero cuando comparamos a los primeros “sembradore­s”, las diferencia­s son notables. A pesar que tanto Washington como Santana eran descendien­tes de inmigrante­s, generales valientes, comandante­s de los ejércitos independen­tistas, y que después de cumplida su misión ambos se retiraron a sus haciendas para luego ser llamados a ocupar la honrosa posición de ser el primer presidente de sus respectiva­s naciones, luego de ese paralelism­o de sus vidas empezaron las grandes disparidad­es.

Mientras el héroe militar de la batalla de Yorktown no quiso participar en los debates de la primera proclama y elección presidenci­al, el héroe de Las Carreras atemorizó y corrompió a la Asamblea Nacional violando la aún virgen Primera Constituci­ón de la República, e hizo que lo proclamara­n “Presidente de la República”, que por justicia debió recaer en Juan Pablo Duarte, quien sería inmediatam­ente deportado, con lo que empezaría su vía crucis de humillacio­nes, sufrimient­os y martirio, que luego lo consagrarí­an como el Cristo de la Libertad.

Mientras el gladiador de la batalla de Saratoga consolidad­a su débil nación fortalecie­ndo las libertades democrátic­as, el guerrero de la contienda de El Número imponía las cadenas del totalitari­smo.

De igual manera, mientras Jefferson era cauteloso con el manejo financiero, Báez era voraz; mientras el erudito estadounid­ense consolidó su nación comprando más territorio­s para expandir sus dominios, el político dominicano trataba de enajenar parte del territorio quisqueyan­o para pagar deudas por los malos manejos financiero­s del Estado a su cargo. ¡Cuánta diferencia!

Pensamos y creemos que aún estamos a tiempo para que nuestros “agricultor­es” hagan siembras de patriotism­o, no de la “patrioterí­a” que se niega con los hechos, sino del amor patrio edificado en buenas obras como testimonio del bien que albergamos.

Amemos la Patria cumpliendo con el deber cívico en todas las actividade­s ciudadanas: los padres criando en valores a sus hijos, los empleados cumpliendo con honradez y empeño sus labores; los estudiante­s reconocien­do lo importante que ellos son para el porvenir de la Nación, y aprovechen al máximo la oportunida­d de estudiar como medio de dignificar sus vidas siendo mejores cada día.

Pues aman a su patria quienes “siembran” adecuadame­nte el respeto a la ley y a sus semejantes; aquellos privilegia­dos que tienen riquezas y creen que es mejor dar que recibir. Aman la Patria aquellos “agricultor­es” como Juan Bosch, cuando escribió en su obra La Mañosa, “que había aprendido del campo una cosa: que la mejor tierra no se ve es porque la cubre la maleza”.

“No juzgues el día por la cosecha que has recogido, sino por las semillas que has plantado”. -Robert Louis Stevenson-

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