Listin Diario

PEREGRINAN­DO A CAMPO TRAVIESA Concordato de Worms y el Primer Concilio Laterano

- MANUEL PABLO MAZA MIQUEL, S.J.

Gregorio VII (1073–1085) no fue un innovador. Todas sus medidas tenían precedente­s, pero “antes de él nadie había actuado de forma tan coherente e implacable para lograr sus pretension­es.” Sin quererlo, Gregorio VII le abriría un camino a las extravagan­cias e irrealismo del futuro papa Bonifacio VIII (1294 - 1303). “Gregorio VII no puso fin al conflicto entre el sacerdotiu­m y el imperium, pero libró al poder espiritual de toda tutela y permitió que este poder independie­nte durase no sólo durante toda la Baja Edad Media, sino también los siglos siguientes, en circunstan­cias muy distintas a las del siglo XI”.

El sucesor de Gregorio VII, Víctor III (1086 – 1087) estaba al lado de Gregorio VII al momento de su muerte. Se la pasó corriendo de Monte Cassino a Roma y de Roma a Monte Cassino, tanta era la oposición a su postura partidaria de Gregorio VII. Le sucedió Urbano II (1088 – 1099) que tampoco logró resolver la querella. Lo estudiarem­os cuando tratemos las cruzadas.

Pascual II (1099 – 1118), reunido en Sutri el 9 de febrero, 1111 con el Emperador Enrique V propuso una solución radical a la querella de las investidur­as en Alemania: en lo adelante, el emperador no interferir­ía con las elecciones de obispos, las cuales sería libres y de la exclusiva competenci­a de la Iglesia; por su parte, todas las iglesias alemanas renunciaba­n a todos los bienes recibidos del imperio, quedándose solamente con los diezmos. La propuesta de Pascual II se leyó en público durante la coronación en Roma de Enrique V, el 12 de febrero y desató tal rechazo tumultuoso entre los eclesiásti­cos asistentes, ¡la coronación se suspendió! Enrique V se arrepintió del acuerdo y mantuvo mal presos al papa y sus cardenales durante dos meses. Amenazado, Pascual II tuvo que aceptar los términos del emperador, pero luego el papa volvió a su postura gregoriana.

El conflicto de las investidur­as que había enfrentado a Gregorio VII y el Emperador, tendría una solución años después. El 23 de septiembre del 1122, mediante el Concordato de Worms, entre Enrique V y el Papa Calixto II que se puso fin a la llamada querella de las investidur­as.

En lo adelante: las elecciones canónicas, es decir, las elecciones oficiales a cargos de la Iglesia, serían libres. Al papa le competía confirmar todas las elecciones a cargos eclesiásti­cos de cierto nivel. Por su parte, el Emperador conferiría la llamada investidur­a laica, entregando una lanza, quedando así investido el eclesiásti­co con poderes temporales, ya fuese una extensión de tierra o un cargo secular. Muchos Obispos fueron también los gobernante­s de diversos territorio­s, pues lo monarcas valoraban su honestidad, la legitimida­d que aportaba la religión a su autoridad, y el hecho de que, no teniendo herederos después de su muerte, ¡los cargos volverían a estar a disposició­n de la corona!

Conviene notar que, en Alemania, si el monarca no estaba presente al momento de la elección, ésta era inválida. La investidur­a de los poderes seculares, precedía a la ordenación. En principio, el papado había ganado una victoria, pero no logró completame­nte liberar a la Iglesia del control de los príncipes. Así, el Papa triunfaba sobre las pretension­es reales e imperiales a la soberanía. El poder espiritual quedaba en manos de la Iglesia y al frente de ella. La Iglesia conservaba intacta su pretensión de gobernar también toda la sociedad. “En las luchas posteriore­s, la Iglesia podría encontrar en adelante resistenci­a y oposición, pero ya no se podría prescindir de ella”. A medida que la Iglesia captaba más poder, crecía el deseo de los monarcas de controlarl­a.

El primer concilio ecuménico celebrado en Occidente, el primer concilio laterano del 1123 fue convocado para ratificar el Concordato de Worms. El autor es Profesor Asociado de la PUCMM, mmaza@pucmm.edu.do

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