FUNDACIÓN SALESIANA DON BOSCO Prostitución del carácter
Me quejo de las quejas. Aunque caiga en el mal que deseo analizar, deseo quejarme. En nuestro país está extendida la “cultura de las quejas.” Los medios de comunicación viven de eso y presentan pocas soluciones. Muchos de los programas de radio y televisión son de quejas, lo hacen con vehemencia y hasta con palabras rabiosamente vulgares.
Pero esta lamentela no sólo sucede a nivel mediático, sino que la vida diaria, en las familias y en los barrios, se desenvuelve en medio de quejas. Nos quejamos por los apagones, por la basura, por los combustibles, por el alza de la canasta familiar, porque hay mucha delincuencia, por la violencia, los feminicidios, el desorden en el tránsito, el “macuteo”, la droga metida hasta en la sopa, el micro y macro narcotráfico.
Nos quejamos por el calor, el frío, porque llueve, porque no llueve, por la falta de agua, por la mucha agua que causa inundaciones, el cansancio, el hambre, el dolor de barriga, el dolor de cabeza.
Nos quejamos porque hay muchos prostíbulos, moteles, “hoteles”, “cabañas,” casas de cita, colmadones que tienen al barrio vuelto loco y sin idea, negocios de apuesta por montones en cada esquina, locos en la calle…
Y cuando no tenemos de qué quejarnos, lo inventamos.
Desde hace muchos años vengo repitiéndole a la juventud lo que decía José Martí: “la queja es la prostitución del carácter.”
Esta es una forma de hablar en sentido figurado, para hacer comprender que quien vive quejándose manifiesta una debilidad extrema de carácter, semejante a lo que sucede con quienes venden y comercializan la actividad sexual por dinero, y no como una expresión de amor y entrega comprometida.
Quien es incapaz de trabajar en la solución de las dificultades hace de las quejas su única contribución al cambio de la situación. El aporte de las quejas a la solución de los problemas es nulo; peor que la situación misma que las motivan. Se prefiere caer en la mediocridad de la queja, antes que aportar con dignidad y compromiso a la solución de los problemas.
Aprender a evitar las quejas es parte indispensable del crecimiento, de la maduración personal y social. La persona madura analiza los acontecimientos con una conciencia crítica y busca soluciones posibles, dentro de un clima de respeto a su propia persona y a los demás. Un humilde aporte a la solución de un problema, vale más que todas las quejas del mundo.
Y es que las quejas no resuelven los problemas, al contrario los complican. En lugar de quejas, hay que comprometerse a combatir los males que nos “aquejan.” Es fajándose con los problemas como estos se resuelven, no quejándose “histéricamente” de ellos.